
Si pudiéramos construir un puente entre las islas, ir de Agaete a Granadilla sería como ir de Garachico a La Laguna o de Telde a San Mateo. Decía un poeta árabe que si pudiésemos alargar el brazo lo suficiente, llegaríamos a tocar la mano de todo el mundo. Y es que la distancia no es un impedimento físico cuando hay un vínculo mayor en el afecto.
El mes pasado me emocioné leyendo un artículo de Josemi Martín en TAMAIMOS titulado «La Unión Deportiva también es chicharrera». Me sentí orgulloso de saber que el equipo grancanario tenía una escuela de fútbol en el Llano del Moro, municipio de Santa Cruz de Tenerife. Y es que, ese talante es lo que me hace sentir orgulloso de ser canario.
Yo nací en Telde y, desde que cumplí los dieciocho años, no había carnavales chicharreros que se me escaparan. Los canariones íbamos en aquellos correíllos de Transmediterránea: el Santa María de La Candelaria o Santa María del Pino, donde echábamos hasta las tripas con el meneo que nos daban tanto a la ida como a la vuelta, pero valía la pena. Cuando llegábamos a Santa Cruz, nos metíamos en el piso de un amigo en La Cuesta. Allí no había ni día ni noche y nos alimentábamos calentándonos un cazo de carne con papas que estaba siempre dispuesto en la cocina. Nos trataban a cuerpo de rey. Recuerdo lo que nos reímos cuando una murga leyó una carta que, según decían, les había llegado de Las Palmas: «Deben estar muy mal de agua, porque el sello viene cogido con un clip…»
Quién carajo habrá matado aquella alegría. Son solo los intereses políticos los que nos diferencian, nuestra gente sigue siendo igual de amable y hospitalaria en todas las islas. No permitamos que el egoísmo de unos pocos alborote este hermoso mar que nos une.