Construir un cereto nuevo con mimbres viejos es tarea imposible. Sólo puede llevarnos a la melancolía. Tratar de construir ese mismo cereto olvidándonos del saber acumulado, de la experiencia obtenida, tampoco parece que nos vaya a llevar muy lejos. Debemos, sin despreciar lo útil del pasado, renovar el presente para ganar el futuro. Los nacionalistas debemos, sin miedo, cuestionar los contenidos, las ideas fuerza que inspiraron desde el mismo nacimiento de esta ideología –en el caso canario, allá por Cuba a finales del siglo XIX- para, aprovechando lo que se deba aprovechar, renovar un caudal de ideas que, bien encauzadas, tiene mucho que aportar a nuestras islas, en la perspectiva de la construcción nacional. Ni descubrir el Mediterráneo a cada momento ni tirar al niño con el agua de la bañera. Hace falta fajarnos, bajar a la arena y con el calzón de brega bien agarrado, desbrozar qué nos sirve y qué no nos sirve de los más de cien años de nacionalismo canario.
¿Qué no sirve del nacionalismo de buena parte del XIX y del XX? Es evidente que su escasa tradición y cultura democrática no nos sirven. No se trata de cargar contra los adversarios políticos acusándoles, no sin razón, de pecar de la misma falta de pedigrí democrático, ni de hacer juicios sumarísimos al pasado: poca experiencia y práctica democrática podían tener quienes vivieron buena parte de su vida y militancia política bajo la dictadura, por ejemplo. Sin embargo, hace falta una toma de postura más decidida por parte de los nacionalismos para hacer de la democracia radical su proyecto político y hasta casi su razón de ser, un viaje que pocos proyectos políticos estarán dispuestos a hacer.
Los nacionalistas debemos comprender que en las circunstancias actuales elementos como el principio de subsidiaridad, clave en la Unión Europea, que invita a tomar las decisiones políticas al mínimo nivel posible y expresado popularmente en la consigna “aquí vivimos, aquí decidimos”, nos acerca a un concepto de la soberanía popular y nacional más satisfactorio para la Canarias del siglo XXI: una sociedad que no quiere saber de revueltas ni procesos traumáticos pero que aceptaría de buen grado profundizar en el autogobierno si ello lleva aparejado una mejora democrática y de las condiciones económicas, sociales, etc. El soberanismo canario del siglo XXI debe poner todo su empeño en la búsqueda de una democracia bien diferente a la que conocemos, que pivote sobre sujetos autónomos y críticos que puedan construir ese sujeto colectivo autónomo y crítico desde el que poder conquistar y ejercer la soberanía frente a España y Europa. Que proponga proyectos alternativos merecedores del apoyo democrático de la ciudadanía frente a otros proyectos heredados de escasa calidad democrática. Ése es el esfuerzo pedagógico, de seducción que debe realizar el nacionalismo de nueva generación, es decir, hacer aparecer la construcción nacional como un proyecto de mejoramiento superior a lo actualmente existente para la mayoría de los que habitan en las islas: un sucursalismo mimético y empobrecedor en el que Canarias y los canarios no hacen sino repetir consignas y modelos importados, que no son la solución. (Continuará)