Como lesbiana cis feminista y activista, me he pasado la vida tratando de que ustedes—feministas cis heteronormativas en espacios de poder— incluyeran mis demandas como suyas, como yo sí hice con las de ustedes. Pero no he tenido mucho éxito. Salvo honrosas excepciones, solo sus demandas tienen valor. Solo su realidad, su mirada y sus valores son importantes.
Cuando era joven, un grupo de académicas feministas españolas me enseñó que la genealogía feminista descrita por las estadounidenses era incorrecta. Según las españolas, el feminismo como movimiento social no empezó en 1848 en Estados Unidos con la Convención de Seneca Falls, sino antes y en otro continente. Así pues, Amelia Valcárcel me enseñó que tendríamos que irnos 60 años atrás, al contexto europeo de la Ilustración y la Revolución Francesa, con la francesa Olympe de Gouges y la inglesa Mary Wollstonecraft como primeros iconos del movimiento feminista. Una genealogía profundamente eurocentrada que necesita ser contestada, sin duda. Pero asumamos, por un momento, su validez. Y volvamos a escuchar a Valcárcel criticando a esos hombres revolucionarios que pedían derechos pero que no incluían a las mujeres dentro de las categorías de ser humano y ciudadanía.
De manera paradójica y triste, ese ejercicio de exclusión ilustrada es lo que Valcárcel y otras mujeres como ella están haciendo con la categoría “mujer” en el siglo XXI, ejerciendo la misma actitud despótica, discriminatoria y paternalista que aquellos hombres de la Revolución Francesa adoptaron sin miramientos contra las mujeres. De manera paradójica y triste, Valcárcel y otras mujeres como ella creen tener el derecho de decidir quién es mujer y quién no. Qué agendas son válidas y/o prioritarias y cuáles no. Quién es la verdadera feminista. Y quién no. A ellas me dirijo en este texto.
Como lesbiana cis feminista y activista, me he pasado la vida tratando de que ustedes—feministas cis heteronormativas en espacios de poder— incluyeran mis demandas como suyas, como yo sí hice con las de ustedes. Pero no he tenido mucho éxito. Salvo honrosas excepciones, solo sus demandas tienen valor. Solo su realidad, su mirada y sus valores son importantes. ¿Acaso no insiste Carmen Calvo en que las demandas de las mujeres lesbianas, bisexuales y trans (LTB) las dejemos para el Orgullo, que no tocan en el 8M? Pero esta exclusión no solo la hemos vivido las mujeres LTB. Ese feminismo cis hetero aburguesado que ustedes representan, atrincherado en universidades y otras instituciones, sigue ignorando a un amplio abanico de voces excluidas de la categoría mujer, representadas ya en los años 80 por activistas racializadas como Gloria Anzaldúa o Audre Lorde—lo que se considera la cuarta ola del feminismo según la versión europea. Ustedes siguen ignorando las demandas de las trabajadoras sexuales, las racializadas, las que tienen diversidad funcional, las que son explotadas laboralmente o las que no tienen papeles, entre otras. En algunos casos, ustedes deciden por ellas; en otros, simplemente ni nos escuchan.
A ustedes, mujeres oprimidas que también son opresoras, que también disfrutan de privilegios (como los disfruto yo con mi pasaporte europeo, mi capital cultural e identidad cis), lo reconozcan o no, les ruego que se vengan al siglo XXI. Que lean, que escuchen. Que conozcan a Kimberlé Crenshaw y su concepto de interseccionalidad, definido en 1989 pero ya expresado por la activista Sojourner Truth en su discurso Ain’t I a woman? en 1863. Y que lo apliquen. No tienen ni que salir del Estado español para seguir aprendiendo. Les invito a conocer el feminismo descolonial canario, con voces extraordinarias como las de Larisa Pérez o Daniasa Curbelo o cualquiera de les activistes que acuerpan la descolonización del ser, del saber y del territorio canario (en las Islas o en la diáspora). Que aprendan de Las Kellys, de las jornaleras de Huelva, de las activistas racializadas, de las trabajadoras sexuales (grandes maestras las que conocí en el Colectivo Hetaira), de las compañeras trans, de las trabajadoras de Territorio Doméstico, del feminismo romaní, de les activistas no binaries y de tantas y tantas voces transformadoras.
Hay un mundo riquísimo fuera de su endogámica y claustrofóbica torre de marfil. No se ofendan porque gente como yo ya no sienta ningún interés en leer sus discursos atascados en el tiempo. Porque se quedaron en los 80: no han escuchado al feminismo interseccional que vino después. No han aprendido con ellas y elles, como hemos hecho muchas otras personas, tratando de hacer un ejercicio constante e imperfecto de autocrítica y transformación. Ustedes viven encerradas en una cámara de eco que se está quedando sin oxígeno. Aisladas de un mundo diverso que les mira con estupor y, por mi parte, pena.
Yo les doy las gracias por lo que algunas de ustedes me enseñaron hace treinta años. Pero esa gratitud no es un cheque en blanco. Porque de la ignorancia han pasado algunas o muchas de ustedes a la violencia, y esa es una línea roja injustificable que no podemos tolerar. Están alimentando la discriminación y el odio contra cuerpos que viven, en muchos casos, situaciones ya de por sí muy vulnerables. Están enviando a muchas mujeres a una guillotina simbólica (o no tan simbólica) al fomentar la transfobia. Al dificultar la vida de las trabajadoras sexuales. Al ignorar las demandas de las trabajadoras más precarias. ¿Cuántas de ellas limpian sus casas o su habitación del hotel en los congresos y reuniones, recogen las fresas de su desayuno o cuidan a sus mayores? Al reproducir un racismo sistémico que atraviesa aún hoy los movimientos sociales. Al promover la desinformación sin pudor (¡las aberraciones teóricas que he llegado a leer sobre la teoría queer o Judith Butler!). Y no solo están cada vez más alejadas de realidades que no comprenden, que se resisten a comprender y a aceptar. Lo peor es que cada vez son ustedes más crueles, más despóticas e inhumanas con quienes no encajan en su visión de mujer.
Tristemente, al igual que hicieron los revolucionarios franceses hace más de dos siglos, ustedes se han convertido en aliadas de un patriarcado necropolítico y explotador. Pero, a diferencia de esos hombres, ustedes aún están a tiempo de tomar conciencia de su rol opresor y cómplice, en muchos casos no intencionado. Y cambiar su bochornoso legado en la historia.