
Lo escribía hace un mes y obviamente no me imaginaba que iba a pasar lo que está pasando en La Palma. La Palma es, como todas las islas, una isla volcánica, en el caso palmero referencia porque allí nació el término caldera. Pero una cosa es que el origen de esa palabra haya nacido en La Palma, que las dos últimas erupciones en tierra en Canarias hubieran sido en 1949 en San Juan y en 1971 en Teneguía, y otra cosa muy distinta ver el sufrimiento que genera un proceso que, si bien es natural, está enterrando a su paso proyectos personales y colectivos, toda una vida, y una parte de la historia de la isla sin que, ni por asomo, se pueda hacer nada para evitarlo.
La situación es desesperante. Familias recogiendo lo poco que tienen para salir huyendo, viendo cómo sus casas son engullidas por un monstruo de lava. El drama humano es evidente y, tras el comienzo de las erupciones donde se exploraba lo anecdótico, ahora ya toda esa curiosidad científica queda a un lado para preguntarnos hasta cuándo y hasta dónde la naturaleza va a acabar con casas y pueblos. El mar nunca pareció tan lejano en unas islas como las nuestras.
Creo que es el momento de estar con las personas afectadas y sus gran drama, pero no me resisto a comentar una serie de detalles. Siempre que hay una desgracia en Canarias (no en otro momento, porque es en el momento en que Canarias es noticia), se pone sobre el tapete el desconocimiento que existe en España sobre Canarias. Lo escribía en Twitter ante la aceptación de unos, la coincidencia con otros y el guerreo de los demás. A mí me da igual, no me afecta ni me paro a pensar demasiado en ello, pero es sintomático. Lo que está clarísimo es que nosotros conocemos mucho más de ellos que ellos de nosotros. Nosotros somos el otro, el exótico y el desconocido. Fuerteventura puede ser Formentera, La Palma puede ser Palma de Mallorca y la provincia de Las Palmas puede acoger a La Palma. Creo que es una pista para abrir los ojos y pensar que esa madrastra captativa igual no tiene interés en absoluto en conocernos. Iba prevenido, pero en mis años de estudiante aprendí que en Madrid los canarios somos exóticos y extranjeros. A mí me gusta ese rol, pero habrá quien se sienta decepcionado.
Por otro lado, no me resisto a comentar como comunicador el tratamiento del volcán. En primer lugar, quiero resaltar nuevamente el papel de la Radio Televisión Canaria, que dio la noticia en directo y, como siempre que pasa algo de esto, está al pie del cañón. El ente público se ha demostrado clave para cubrir el apagón informativo de las televisiones estatales. Eso sí, para captar el espectáculo sí vinieron Pedro Piqueras o Susana Griso que, además, se acercaron temerariamente a la lengua de lava. Lo cierto es que otros vienen buscando otro espectáculo, el amarillista, el de la lágrima.
Hay una norma no escrita en periodismo, no se sacan las miserias, se expone la situación y se evitan los detalles sensacionalistas. He visto algo de ese sensacionalismo en algunos reportajes y me duele, como profesional, como ser humano y como canario. No me gustaría que sacaran una desgracia personal mía ni de las personas allegadas en un momento así, me cabrearía mucho. Como informador siempre he seguido la misma norma: no abordo lo que no me gustaría que sacaran de mí. Además de la verdad, el rigor y la constatación de la información, hace falta sensibilidad para ejercer esta profesión. He visto a algún comunicador que sigue preguntando a una persona mientras no para de llorar y claramente no quiere que la saquen. Luego pasa a edición y alguien acepta que esas imágenes lleguen al resultado final. Asco, pena y rabia. Esa no es la profesión que yo ejerzo ni lo que estudié. No es superioridad moral, es simplemente ética profesional.
Con todo, quiero aprovechar este espacio que llevo cultivando muchos años para lanzar todo mi cariño y ánimo a las personas que lo están perdiendo todo. He escrito sobre incendios, pandemias y desgracias varias, y esta es la tragedia que me deja más impotente, incluso superada por el corazón encogido cuando veía las llamas en la cumbre de mi isla en agosto del 19. Me une un sentimiento muy profundo con la isla de La Palma, lugar de disfrute y veraneo en mi juventud, paisaje que me llena el alma y me conecta los pulmones. Este verano me reencontré con la isla que ahora me encoge el corazón. Nuestra «catedral del sol», «canto del amor», ahora es «donde se desprende el alma» y donde se desgarra. Somos islas volcánicas, pero también tenemos vivencias, historia y arraigo.