Hemos sido críticos cuando había que serlo. Años de contratos oscuros, de orientación de la información y de baja calidad de la programación. A pesar de todo, siempre defendimos (al menos desde mi humilde columna y en todos los foros públicos) al ente público como elemento esencial para contarnos como pueblo. Ahora, además, podemos sentirnos orgullosos de nuestro medio público que, no solo está a la altura de las circunstancias con la vocación de servicio público, sino que además da un extraordinario ejemplo de rigor informativo y de respeto a las personas que lo están perdiendo todo.
La pertinencia de tener un servicio público como nuestra radiotelevisión se ha venido evidenciando en cada incendio, con la información de la pandemia o cuando sucedía cualquier noticia de alcance en las islas. Conexiones en directo, tratamiento de calidad, uso de las nuevas tecnologías y acudir a las personas expertas. Federico Grillo o Amós García explicaron mucho mejor qué nos estaba pasando que declaraciones políticas, tertulianos de barra de bar o todólogos de tres al cuarto.
Desde La Gomera a Lanzarote han seguido, sobre todo, los incendios en La Palma, Tenerife o Gran Canaria. Nos hicimos asiduos a que fuera la nuestra la que nos contara qué estaba pasando en cada momento con un problema que nos estaba desgarrando el alma, mientras había un mute absoluto en los medios estatales, es lo que hay, «estamos muy lejos».
Eso ya lo teníamos. Ya sabíamos que la nuestra era la que mejor nos contaba, la que unía las islas de punta a punta, y la que nos explicaba qué estaba pasando. Ahora, una vez los servicios informativos pasaron a las manos públicas de nuevo, abre incluso brecha informativa. Fue el primer medio en dar la noticia de la erupción del volcán, gracias al trabajo previo. Luego, en medio del show informativo, con medios estatales al borde de las coladas, con señoras muy poco recomendables buscando «gente que lo pasara mal», llegó la Radio Televisión Canaria y fue tajante: no mostrar imágenes que puedan ser dolorosas para las personas afectadas.
El amarillismo no cabe en un medio público, y eso debe ser un elemento definitorio. En los medios privados, el grupo inversor puede apostar por llevar a la estrella de su canal al lado de las coladas de lava aunque esté más cerca de los 70 que de los 60 años, pero en un medio público esas temeridades no valen. En un medio privado puedes mandar a un reportero para que saque a gente que está viendo desmoronar su vida en pleno llanto, pero un medio público deberá ser más respetuoso. Un medio privado puede dejar que tertulianos de cuarta división larguen lo que leen en Internet, un medio público debe acudir a los expertos.
Todo eso, el espectáculo, el amarillismo y las opiniones, no son información. Lo es el rigor, el contraste, lo que digan los expertos y el respeto a las personas que lo están perdiendo todo. Contar la tragedia no es mostrarla, hay que hablar a la razón y a la inteligencia y no a las vísceras. La clave, informar con elegancia. Eso es periodismo y eso es lo que está haciendo nuestra Radiotelevisión pública. Hoy, a pesar de tener el corazón compungido por lo que está pasando, estoy orgulloso por la brecha que está abriendo nuestro ente público. Más necesario que nunca, más nuestro que nunca.