
Publicado originalmente el 24 de octubre de 2014
Es normal que las cosas se vean mejor cuando se las contempla desde la distancia, con visión de conjunto, y que miradas demasiado de cerca se las distorsione. En política ocurre con frecuencia: muchas personas no tienen problema ninguno en identificarse con las causas lejanas, en el espacio o en el tiempo, pero se distancian de las que les pillan cerca.
Muchos militantes revolucionarios defienden sin fisuras la liberación de Palestina, o del Sáhara, o del Kurdistán, o de Puerto Rico, o del pueblo mapuche, pero se toman con muchas reservas el derecho a la autodeterminación de Euzkadi o de Cataluña, por no hablar del de Canarias. En todos esos lugares debe de haber parecidas contradicciones entre las clases sociales, los intereses económicos, las castas locales y los poderes metropolitanos y globales, pero siempre son los conflictos más cercanos los que parecen de más difícil resolución.
Cierta izquierda rancia se desmarcó desde el principio del movimiento del 15-M porque sus promotores decían que “no eran ni de derechas ni de izquierdas”, o porque no les dejaban llevar sus queridas y viejas banderas. Algún sesudo y conspiranoico escribidor llegó a averiguar que entre la gente de DRY ¡¡¡ había personas de derechas ¡¡¡. No obstante, el programa del 15-M era completamente inasumible para los partidos de la casta y para los poderes económicos, por lo que objetivamente era de izquierdas.
Más recientemente, algunos desconfían del movimiento Podemos porque no se ha pronunciado inequívocamente por la revolución ni por el socialismo, o porque promueve la unidad popular (donde cabrían muchos que no son formalmente trabajadores sino pequeños empresarios) en lugar del frente de izquierdas, pero no les duelen prendas en solidarse con los movimientos populares de Venezuela, Ecuador o Bolivia que han triunfado electoralmente y llevado al poder a gobiernos de otro tipo, a pesar de que todavía no rompan abiertamente con el capitalismo sino que busquen más bien una suerte de coexistencia.
Tienen razón en señalar que en estas iniciativas hay mucha gente “rara”, que hay poca formación, que incluso participan reconocidos arribistas, pero no es ni más ni menos que lo que siempre ha habido en toda situación revolucionaria. Los bolcheviques en 1905 en Rusia no tuvieron ningún reparo en participar en las asambleas (soviets), a pesar de ser inicialmente un movimiento amorfo en el que ellos eran minoría, y que la chispa que provocó la revuelta fue la brutal represión por parte de la policía zarista de una manifestación promovida de un sindicato amarillo a cuya cabeza iba un cura a sueldo de esa misma policía.
El propio Lenin lo reconoce en Balance de la discusión sobre la autodeterminación (1916)
«Quien espere la revolución social “pura”, no la verá jamás. Será un revolucionario de palabra, que no comprende la verdadera revolución.»
«La revolución rusa de 1905 fue democrática burguesa. Constó de una serie de batallas de todas las clases, grupos y elementos descontentos de la población. Entre ellos había masas con los prejuicios más salvajes, con los objetivos de lucha más confusos y fantásticos; había grupitos que tomaron dinero japonés, había especuladores y aventureros, etc. Objetivamente, el movimiento de las masas quebrantaba al zarismo y desbrozaba el camino para la democracia; por eso, los obreros conscientes lo dirigieron.»
Los bolcheviques en 1917 seguían estando en minoría dentro de los soviets, pero fueron el único partido que asumió enteramente sus reivindicaciones (tierra, pan y paz) a pesar de que no eran en absoluto revolucionarias ni implicaban explícitamente la ruptura con el capitalismo. Supieron ver las cosas con perspectiva, a pesar de tenerlas delante.