Publicado originalmente el 26 de mayo de 2015
La gente progresista de Canarias tiene hoy, horas después de las elecciones, bastantes motivos para el optimismo. La combinación de petróleo, desprecio y tiranía, dentro y fuera de sus propias filas, por parte de José Manuel Soria, junto con el desgaste que le causa su insensible gobierno de tijera, han llevado al Partido Popular a una debacle digna de celebrar, con 120 mil votos menos en el conjunto del país, o la pérdida de la mitad de los votos respecto a los anteriores comicios en el caso del Cabildo de Gran Canaria, su principal feudo. Con estos números, el pacto, que parecía cocinado, entre Coalición Canaria y el PP, afortunadamente parece que no tendrá lugar. Y por suerte para los grancanarios, un hombre progresista y de convicciones canaristas será el próximo presidente de aquella isla.
Pero una cosa es sentirse satisfecho y otra conformarse. Y menos cuando tanta gente siente que la labor de las organizaciones transformadoras no ha estado a la altura de las ansias de cambio de una parte muy importante de la sociedad. En Arrecife, la ciudad en la que resido, sin ir más lejos: la unión de las fuerzas alternativas habría sido la fuerza política más votada de la capital de la isla. Sin embargo, la dispersión del voto ha hecho que los del tripartidismo, PSOE, CC y PP, hayan superado a las organizaciones que quieren cambio, siendo, para colmo, un imputado por supuesta corrupción, José Montelongo del PSOE, el cabeza de la lista más votada finalmente.
Esto en el ámbito municipal, pero también a nivel nacional canario. Para conquistar el cielo no basta con 7 escaños de un parlamento de 60. Puede resultar injusta la valoración, teniendo en cuenta la situación de partida, pero es que alegrarse con esto es resignarse.
Cuando uno observa los datos del vuelco electoral que tanta fascinación ha causado en alguna de las ciudades más pobladas del Estado, como Madrid o Barcelona, no debería olvidarse de que el cambio allá ha sido posible mediante proyectos capaces de aglutinar diferentes sensibilidades, organizaciones y personas, en torno a proyectos basados en el espacio al que se presentaban. Ni Colau ni Carmena son afiliadas a ningún «partido – ola», sino que han encabezado candidaturas con nombres de ciudad (Ahora Madrid, Barcelona Común) en donde las olas han servido para empujar el barco, sin necesidad de tragárselo.
Eso en el Estado. En Canarias nos encontramos con una realidad política singular. Somos, también políticamente, diferentes. La diversidad de experiencias municipales e insulares, el peso del llamado nacionalismo (lo sea o no), sus facciones enfrentadas, el poder que siguen manteniendo ciertos caciques en sus territorios, junto a la llegada de fuerzas emergentes, da lugar a un panorama complejo, que, si busca la transformación, debe ser adaptado a esta realidad, desde el respeto a las diferentes sensibilidades que ansían cambio.
Somos muchos los que no nos identificamos con unas determinadas siglas, y menos si se trata de un proyecto que llega a Canarias como sucursal. Pero eso no significa que no podamos intentar buscar puntos en común con quienes sí se han sumado a la ola, especialmente en ámbitos locales e insulares.
Este que escribe seguirá siendo, por ejemplo, soberanista y de izquierdas. Pero eso no me puede impedir llegar a acuerdos con otras gentes cuando de lo que se trata es, por ejemplo, de dar respuestas concretas a una ciudad como Arrecife o una isla como Lanzarote. Como tampoco me pueden pedir militar en organizaciones que no defienden nada de aquello en lo que yo creo, por mucha fuerza que traigan.
Es ridículo que en lugares como Madrid o Barcelona, con millones de habitantes, diversas sensibilidades y siglas hayan podido confluir en torno a un proyecto de ciudad, mientras en islitas como Lanzarote, o paisitos como Canarias, hayamos estado dividiendo el voto y ayudando a perpetuar la actual situación. Muchas veces la arrogancia de las siglas-ola, a las que solo les ha valido una absorción que nos empobrecería a todos, y otras el empeño por no hacer política realista por parte de organizaciones minoritarias, nos mantiene en una guerra de siglas de las que son otros los que sacan rédito.
Muchos tenemos la ilusión de que se construya un frente amplio que aúne las mejores experiencias y a los mejores individuos de este país, desde cada una de sus islas, con un proyecto hecho desde y para la sociedad que lo alumbra. El camino seguido por luchas sociales y ambientales, capaces, esas sí, de aglutinar a la mayorías sociales canarias y madurar hacia posturas de cierta profundidad política (como la lucha contra el petróleo) podría ser la vía. Dejemos el fetichismo de las siglas. Si luchamos porque haya cambio que sea con la marca pueblo.