
Los medios de comunicación y los partidos políticos son especialmente activos a la hora de colocar matrices “informativas” con las que buscan amoldar la realidad a sus intereses, apuntalar sus discursos y, en última instancia, justificar sus prácticas. Intentan así desactivar cualquier posible observación crítica de las mismas, la cual simplemente no encuentra hueco para expresarse o es juzgada como irrelevante o alocada al ir en contra de lo que ya se han preocupado ellos de construir como “sentido común”, “pensamiento políticamente correcto” o, más comúnmente, la reinterpretación interesada del pasado. Desde luego, no ayuda la tan extendida costumbre de buscar en la consulta en los medios informativos antes la confirmación de las ideas propias, muchas veces basadas en las afinidades ideológicas, que el cuestionamiento de lo que se piensa, el tan necesario desaprender.
No me refiero a los intentos de apuntarse el mérito del trabajo ajeno, como el realizado esta semana por Noemí Santana, Consejera de Asuntos Sociales por Podemos, quien trató de hacernos creer en Twitter no sólo que el Plan Integral de Empleo de Canarias (P.I.E.C.) era un invento reciente del Gobierno de Pedro Sánchez, (“esto sí que es agenda canaria”), sino que además la “exorbitante” cantidad de 42 millones de euros asignados reflejaban una especial sensibilidad hacia esta colonia. Cualquier persona medianamente informada sabe que el P.I.E.C. fue una conquista arrancada por Coalición Canaria en 1996 al Gobierno español que presidía entonces José María Aznar y que la cantidad no supera lo logrado en otros ejercicios, si bien es verdad que el dichoso Plan ha sufrido recortes importantes y hasta su nula dotación en función de la “especial sensibilidad” tan fluctuante que padecemos los canarios.
Sin embargo, por matriz informativa debemos entender otra cosa. Aquí van dos ejemplos:
“La respuesta a esta crisis es radicalmente distinta a la de la crisis anterior.” Como mínimo, matizable, sobre todo porque se busca que la ciudadanía o bien olvide que el PSOE también estuvo allí, o bien piense que hicieron algo radicalmente diferente a lo que luego hizo el PP. Aunque desde 2006 las señales de desaceleración de la economía eran evidentes, el gobierno socialista intentó retrasar el máximo la oficialización de la crisis, Plan ZP mediante. En el 2008, ya el rey estaba desnudo. Me refiero por supuesto al cuento de Hans Christian Andersen y no al emérito. Hasta el 2011, el gobierno socialista se incorporó con toda naturalidad a los dogmas más ultraliberales que circulaban por la Europa de entonces: obediencia ciega al Banco Central Europeo y seguidismo político del Gobierno Merkel, ése que ahora se presenta como un aliado. Más significativamente: acuerdo absoluto con el Partido Popular para reformar la Constitución Española (esa “imposible” de reformar) introduciendo la regla de gasto y el pago de la deuda como prioridad ante cualquier otra consideración.
Cuesta encontrar diferencias extraordinarias entre las llamadas “políticas de austeridad” puestas en marcha por el Gobierno socialista de entonces (rebaja en los sueldos públicos, congelación de pensiones, eliminación de medidas sociales como el cheque-bebé, recortes en la inversión pública, etc.) con las que puso en marcha el Gobierno Rajoy desde el 2012 hasta el 2018, en que se suele datar oficialmente el fin de la crisis. Más bien, las diferencias, de haberlas, parecen responder más a la intensificación de la gravedad de la crisis que a la existencia de una profunda diferencia ideológica entre los dos grandes partidos españoles. ¿Hubieran sido muy distintas las políticas de haber seguido contando con gobiernos del PSOE? Es entrar en el terreno de la conjetura contrafactual. Tiendo a pensar que no demasiado, al menos en el plano macroeconómico. Un estudio detallado sobre los recortes durante la crisis se puede leer en el informe elaborado por la UGT (pocos sospechosos de antisocialismo) y titulado de manera bastante elocuente Diez años de recortes. Análisis de una década perdida. Se refiere obviamente a la década que va desde el 2008 hasta el 2018. En definitiva, no pueden intentar hacernos creer que la respuesta a la crisis anterior fue algo exclusivamente del Partido Popular y que el PSOE no tuvo absolutamente nada que ver. Especialmente sonrojante resulta ver a dirigentes socialistas repetir el mantra que da comienzo a este párrafo o a dirigentes de otros partidos incorporarse alegremente al mismo. No olvidemos.
“En la cumbre europea se enfrentaron una visión progresista de Europa y una liberal-conservadora”. Esta matriz, repetida hasta la sociedad, busca propagar la idea de que hay gobiernos de estados situados hacia el centro-izquierda del tablero ideológico, partidarios de una mayor integración, mientras que otros, situados hacia el centro derecha, estarían a favor de mantener niveles de autonomía estatal importantes frente al proyecto europeo. A la vez, se busca localizar este enfrentamiento exclusivamente en el ámbito de la política, entendida ésta como la política institucional. Ya la primera idea es claramente cuestionable. En ambos lados es posible encontrar contendientes de diversa procedencia ideológica. Entre los primeros, la incombustible Merkel, demócrata-cristiana en permanente alianza con los socialdemócratas alemanes; Macron, al frente de un partido regeneracionista que busca el centro con propuestas tanto de corte liberal como socialdemócrata; en los vagones de cola, el Estado español, con un gobierno de corte social así como un independiente al frente de Italia, Conte, que representa la alianza entre el centroderecha y el centroizquierda. Del otro lado, aunque interesadamente se les presenta como conservadores y cosas peores, Países Bajos, Austria, Suecia y Dinamarca. Los dos primeros, liberales y demócrata-cristianos. Los dos segundos, abiertamente socialdemócratas.
Si abriéramos el diafragma, entraría más cantidad de luz y la cosa se complicaría aun más pues habría que incluir en el primer grupo a Estonia, Letonia, Lituania, Finlandia e Irlanda, mientras que en el segundo estarían también Bulgaria, República Checa, Chipre, Estonia, Grecia, Hungría, Letonia, Lituania, Malta, Polonia, Portugal, Rumanía, Eslovaquia y Eslovenia. ¿De verdad que el debate ha sido entre dos visiones político-ideológicas enfrentadas? Parece evidente que la realidad es mucho más compleja de lo que la matriz informativa quiere hacernos creer. Quedan fuera aspectos culturales, de política interna y hasta religiosos que conviene orillar para alinear a la sociedad en algunos de los ejes de interés. No creo que no haya también lo que se suele simplificar como «asuntos personales» y que remite directamente a la psicología, los estilos de liderazgo, etc. La ridícula posición del líder popular español, Pablo Casado, dividido entre el apoyo a las medidas “favorables” a su país y la lealtad debida a sus alianzas europeas, da buena cuenta de lo tremendamente insatisfactorio para explicar este debate que es el circunscribirlo a una lucha entre dos ideologías irreconciliables, que, por otro lado, suelen estar de acuerdo en casi todo la mayoría de las veces.
En definitiva, en un mundo tan complejo como el que vivimos, parece razonable cultivar un sano escepticismo, un “pensar a la contra” y cierta apertura hacia la complejidad de la realidad, tratando de cuestionar todo aquello que se nos presenta desde al ámbito político-mediático, sin miedo a salir mal parados del asunto. Es decir, cuestionarnos sobre todo a nosotros mismos, nuestras ideas previas. Al final del camino, comprenderemos que en realidad, después de todo, salimos «bien parados». No nos hará más felices pero sí nos acercará un poquito más a la verdad.