Cruzando conversaciones con gente de aquí y de allá, con simpatías o militancia variada pero mayoritariamente en el marco de eso que hemos venido llamando nacionalismo canario de izquierdas, he venido observando algo que no me resisto a comentar. Al parecer, para la mayoría de ellos y de ellas, la izquierda nacionalista -e incluso la no nacionalista, que haberla, hayla- sólo puede tener como política de alianzas la de constituir los autodenominados “bloques de izquierdas”. Eso o sacar mayoría absoluta, claro. No salgo de mi asombro ante tal simplificación. Yo, que no llegué al marxismo por una cuestión de tiempo, puesto que cuando lo intenté, ya todo el mundo se estaba marchando, no recuerdo tal afirmación. Es bastante lógico y razonable que se prefiera pactar con fuerzas ideológicamente afines por aquello de la supuesta coherencia y armonía interna del grupo de gobierno de la institución en cuestión. Pero, de ahí a hacer de ese escenario, o de la mayoría absoluta, los únicos escenarios posibles para las fuerzas de izquierdas, va un larguísimo trecho que raya en lo irracional que tienen todas las religiones que en el mundo han sido.
Yo tenía entendido que, partiendo “del análisis concreto de la realidad concreta”, correspondía a las fuerzas populares la toma del poder, o parte de él, por cualquier forma posible -dentro de un límite- para poder aplicar un programa que, forzosamente, no sería el de máximos; que a las izquierdas a la izquierda de la socialdemocracia -o no- les tocaba manejarse no sólo en los escenarios óptimos, sino también en los regulares, en los malos y los espantosos; crear las condiciones subjetivas, agudizar las contradicciones del enemigo, enfangarse antes que elevarse uno mismo a los altares de la pureza ideológica, tan inútil como cuestionable. Sin embargo, me encuentro con frecuencia la invocación a una supuesta superioridad moral derivada del hecho de que las izquierdas sólo puedan pactar con el PSOE, lo cual, en la práctica significa que es ese partido precisamente el que marca no sólo su propia política de alianzas sino también la de las izquierdas ésas de las que usted me habla. Una política de alianzas así, por llamarla de alguna forma, condena a esas opciones al papel de muletilla necesaria de un partido que pacta con quien le da la gana, oiga. Por no hablar de la inveterada inclinación del votante por preferir el original antes que la copia.
Miren, las alianzas pueden ser múltiples, tantas como las valoraciones que hagamos de las mismas, pero sostener que el voto a la izquierda sólo puede servir para sostener al PSOE cuando éste lo necesite o para autoadjudicarnos para la eternidad el cómodo rol de “sufridor en casa”, no resiste la más mínima prueba del sentido común, de la lógica cartesiana ni del materialismo dialéctico. Y, qué quieren que les diga, las opciones políticas que se encierran a sí mismas en ese corralito ideológico no parecen que confíen mucho en sus propias posibilidades de transformar la realidad. Como para encima darles el voto.