“A nadie le va mal durante mucho tiempo sin que él mismo tenga la culpa”
Michel de Montaigne
“Two roads diverged in a wood, and I…
I took the one less traveled by, …”
Robert Frost
El pasado 6 de diciembre, aniversario de la moribunda Constitución española, la Fundación Tamaimos, a la que pertenecen algunos conocidos de los lectores como Iván Suomi, Agustín Bethencourt, Sergio Sánchez, Josemi Martín o Raúl Vega, puso en circulación el Manifiesto “Canarias, con voz y voto”. El mismo tenía un triple objetivo. En primer lugar, poner sobre el tablero un debate que, a juicio de los impulsores del manifiesto, merecía mayor presencia en la sociedad canaria: la llamada cuestión de la territorialidad, reforma del modelo de Estado, etc. En segundo lugar, se defendía el que dicho debate pivotara sobre los acuerdos alcanzados en torno a la reforma del Estatuto de Autonomía actualmente en debate en las Cortes españolas, aun reconociendo lo limitado de esos avances así como el escaso entusiasmo y participación que había suscitado todo el proceso previo hasta la fase actual. Por último, se abogaba por la convocatoria de un referéndum en el que el pueblo canario pudiera validar o revocar el resultado final del proceso, partiendo de la base de la necesidad de superar los límites hasta ahora contemplados, en la creencia de que un autogobierno votado supondría necesariamente una calidad democrática mayor que la proporcionada por un autogobierno otorgado.
El alcance de la recogida de firmas hasta la fecha (casi cuatrocientas) es modesto para la envergadura del reto. Aunque los niveles de transversalidad de la campaña rebasan con creces los de tantas otras campañas dirigidas fundamentalmente a la propia parroquia, es forzoso reconocer que no se ha logrado traspasar las fronteras de los sectores más o menos declaradamente nacionalistas, o favorables al autogobierno, sobre todo progresistas. La “masa crítica” que el Manifiesto ha logrado aglutinar hasta el momento no es despreciable pero tampoco suficiente. La necesidad de analizar el camino andado se abre paso y, es forzoso, dicho análisis se debe hacer, con la mejor voluntad, desde el pensamiento crítico y no desde la autocomplacencia o la autoafirmación, tan propias de la cultura sectaria que atenaza a tantas camarillas de izquierda, nacionalistas, independentistas, etc.
Desde luego, es prioritario poner en primer lugar los errores de los responsables de la iniciativa. Más allá de las buenas intenciones, seguramente calcularon mal la (co)incidencia del (no) debate actual en torno al Estatuto de Autonomía y su reforma. Es probable que, contagiados por las energías del Procès y con ciertas dosis de wishful thinking, se dejaran llevar por el entusiasmo, pensando que el momento político actual era el adecuado, no para conformarse con un Estatuto alicorto, como el que se negocia ahora mismo, sino para poder dar un paso más allá, apoyándose en una sociedad civil supuestamente interesada en su autogobierno. La realidad ha sido bien distinta, apuntando a que, quienes se han sentido atraídos por la iniciativa, en buena medida lo han hecho sin renunciar a la realpolitik de aquel dicho que reza “más vale pájaro en mano, que ciento volando”. Así, la sombra del “mejor esto que nada” planea todo el rato sobre una iniciativa cuya principal razón de ser es la de tratar de ir más allá, tan allá como la sociedad canaria, democráticamente, esté dispuesta a ir. No han sido pocos quienes, escudándose en sus miedos y falta de arrestos, han encontrado ahí una buena razón para no firmar, como por ejemplo algunas juventudes nacionalistas, que no osan llevar la contraria en lo más mínimo a sus mayores. Por otra parte, no está nada claro a dónde quiera ir la sociedad canaria, si es que quiere ir a algún lado o prefiere quedarse cómo y dónde está.
Más allá de posibles errores en cuanto a la interpretación del momento político, la correlación de fuerzas, las condiciones subjetivas en la actual coyuntura,… considero una iniciativa así mucho más aceptable políticamente que cualquier tentativa aventurera que, amparada en legislación internacional tan real como inalcanzable, consista en mandar a no sé quién a hablar a no sé dónde en nombre del pueblo canario, interpretando sus deseos, erigiéndose en su portavoz, obviando el pequeño detalle del ínfimo apoyo electoral que han tenido y tienen hasta ahora aquellas opciones más partidarias de este tipo de vía. A falta de votantes, sólo hará falta, por lo visto, un tipo aguerrido que hable en nombre del colonizado pueblo canario ante las instituciones internacionales. Una canción muy vieja, que a todos nos suena, que no resiste la más mínima prueba de legitimidad democrática y que hace recordar aquello que dijera Karl Marx acerca de la Historia, que siempre se repite, primero como tragedia y luego como farsa.
No resulta fácil acomodar un empeño semejante a la realidad realmente existente. Por lo tanto, algunos deciden instalarse en la quimera, que no la utopía, antes que tratar de conseguir un conocimiento aceptable de la sociedad que dicen querer liberar, aunque ella no parezca estar interesada en su liberación, oiga. Sin embargo, un estilo de pensamiento más (auto)exigente no puede orillar esta contradicción. ¿Cómo conciliar un cambio social de una envergadura tal como la liberación de una nación colonizada con el nulo apoyo popular a una causa tan noble? En muchas ocasiones, he encontrado que dicha contradicción se “resuelve” echándole la culpa a ese pueblo abnegado y sufrido, que tanto merece y por el que tanto nos sacrificamos pero que, sin embargo, está alienado, colonizado, aborregado, atotorotado o cosas peores que a nosotros, casualmente, no nos suceden. En efecto, el analista político Eugenio del Río, en su libro Pensamiento crítico y conocimiento. (Inconformismo social y conformismo intelectual), Ed. Talasa, 2009, afirma:
“Curiosa y paradójicamente, muchas de las personas que mantienen unas opiniones hipercríticas hacia la gente común defienden unas perspectivas de cambio social de gran envergadura. Se ignora que los puntos de vista extremadamente críticos hacia las mayorías sociales son escasamente compatibles con la defensa de los más ambiciosos proyectos de transformación social. Si la mayoría de la población es víctima de esos defectos, ¿cómo va a emprender las tareas transformadoras que se preconizan?” (p.102)
Si un juicio tan severo es lo que le espera al pueblo por liberar, no digamos ya a aquellos que son percibidos como rivales, adversarios o enemigos. Aquí la escala va desde el paternalismo buenista: “es una iniciativa interesante pero nos hubiera gustado estar en ella desde el principio” (la mayoría de las veces para que la iniciativa acabe por ser, con tantas otras, de “circuito cerrado”, exclusivamente dirigida a los correligionarios más fieles y por tanto con nula incidencia en la sociedad real); hasta el odio furibundo y la paranoia: “son agentes al servicio del colonialismo español, que buscan sembrar la división en nuestras filas”. Y así andan, basculando entre el ataque extremo y la autocomplacencia, sin dirigir nunca su mirada al redil propio.
Sin responsabilidad social alguna hacia sectores a los que realmente representar, estos grupos o individuos están liberados de cualquier obligación de rendición de cuentas o incluso exigencia de autocrítica. Las virtudes de sus propuestas nunca serán comprobadas porque nunca serán puestas en marcha, quedando así, impolutas, en el panteón de las grandes ideas jamás demostradas. Servirán, eso sí, como azote contra los incautos que busquen un camino intermedio, imperfecto pero camino al fin, entre el conformismo conservador y cobardica y la quimera autoritaria y antipluralista, coincidentes ambos en señalarse a sí mismos como la única solución posible. Frente a cualquier «tentación» pluralista, transversal o unificadora, la certeza del dogma solitario que no te obliga a preguntarte, por ejemplo, por qué el independentismo canario tiene tan ínfima, por no decir ninguna, representación electoral tras décadas de existencia en su fase contemporánea. La culpa es del colonialismo, bien sûr.
Con un panorama así, no es difícil prever el escenario probable que se avecina: se conseguirá un Estatuto capitidisminuido cuando todas las demás comunidades autónomas ya lo hayan conseguido; votaremos, si es que algún día lo hacemos, nuestro autogobierno, sólo cuando todas las demás comunidades autónomas lo hayan hecho. Y, mientras tanto, un Consejo de Sabios , reunido en un taxi, andará todavía decidiendo a quién enviar a Nueva York a hablar en nombre de la colonizada nación canaria.