Acabamos de vivir el 30 de mayo más atípico desde que esta fecha fuera elegida para condensar y celebrar lo que cada cual entienda por canariedad, puesto que básicamente es eso lo que sucede en este día. Quienes quieran ver en ello un eco del Pacto de Calatayud o incluso la conmemoración de la constitución del primer parlamento autonómico no aciertan a ver, en mi opinión, que en esta comunidad humana que somos los canarios del siglo XXI necesitamos reconocernos en una serie de pautas, ritos, simbolismos y metáforas que nos unen e identifican, nos cohesionan en el aquí y el ahora, pero también diacrónicamente, a través del tiempo y que todo eso es positivo porque aporta seguridad, confianza y unidad. Mejor harían muchos en interrogarse por qué el 30 de mayo se da esta auténtica explosión de alegría y emotividad, expresada de mil maneras distintas, mientras que el 12 de octubre pasa sin pena ni gloria más allá de algunos actos oficiales en despachos y cuarteles: ni banderas, ni comidas, ni canciones, ni emociones… Es la diferencia entre el sentimiento y la identidad nacional frente a la categoría político-administrativa, cuestionada o no, pero nunca celebrada.
La canariedad, desde su variante más intelectual hasta la más superficial, está presente de manera banal, de acuerdo con Billig, a lo largo de todo el año pero es el 30 de mayo cuando se produce un estallido de sentimientos, multiplicado en buena medida por las redes sociales, que no podemos ignorar ni despreciar. Durante demasiado tiempo el pueblo canario ha carecido de elementos compartidos en los que reconocerse dada su experiencia insular, fragmentaria y neblinada. Sin embargo, en esta etapa autonómica, con las carencias y retrocesos por todos conocidos, es precisamente cuando se acelera lo que podríamos llamar un proceso constituyente de la canariedad oficial y oficiosa, transformada desde luego en muchos aspectos, pero que nos sitúa en un escenario de avance hacia la normalización en cuanto a la expresión identitaria, algo extraordinario si tenemos en cuenta épocas no tan lejanas.
Es cierto que muchas de estas expresiones remiten a un pasado rural que las generaciones actuales desconocen casi por completo. El boom del turismo, nuestra particular “revolución industrial”, rompió ¿para siempre? el cordón umbilical que nos ligaba a la tierra y todo lo que ella representa. Buena parte de los problemas sociales, culturales y de todo tipo que conoció el país en décadas posteriores tienen su origen en aquella traumática fractura. Sin embargo, no es un fenómeno exclusivo de Canarias. Así sucede igualmente en prácticamente todas las sociedades contemporáneas, cuya relación con el mundo rural, pre-industrial es forzosamente cada vez más débil. Se da entonces una recreación, más o menos artificial, de aquellos elementos que se consideran representativos de un pasado idealizado, adquiriendo la celebración en sí aspectos teatrales que podemos ver, principalmente, en el uso de los trajes típicos, tradicionales, etc.
Algunos han encontrado ahí un flanco débil por el que atacar las celebraciones identitarias y hasta el mismo concepto de identidad. En mi opinión, yerran el tiro. Queriendo defender una supuesta superioridad del cosmopolitismo y el universalismo, no comprenden que ni uno ni otro pueden darse en el vacío y que sólo son posibles si tienen algún tipo de anclaje en unas coordinadas espacio-temporales concretas. Es positivo defender una actualización, una traída al presente, de muchas de nuestras manifestaciones culturales: especialmente, el folklore musical que puede y debe encontrarse con las preocupaciones del pueblo canario del siglo XXI. Sin embargo, el que uno no haga lucha canaria todos los días, ni coma gofio todos los días, ni se vista de típico todos los días… no importa lo más mínimo si cuando llega el momento que se considera que eso se debe hacer, lo hace y lo celebra en comunidad. Porque precisamente es una de las fuerzas poderosas de la identidad su capacidad de subvertir lo cotidiano para colocarnos en un espacio distinto, negociado, recreado y necesario. ¿Es deseable que muchas de nuestras manifestaciones culturales no tengan carácter esporádico? Por supuesto. No obstante, no es la conditio sine qua non para atesorar y celebrar una identidad nacional. Tampoco están los vascos cortando troncos todos los días ni todos los días lleva uno puesto la camisa de su equipo favorito para demostrar su identidad.
Los actos institucionales con nuestro gobierno al frente tuvieron elementos positivos y otros negativos que merecen ser comentados. En cuanto a los primeros, haciendo de la necesidad virtud, el hecho de convertir a la Televisión Canaria en el lugar de referencia central de las celebraciones, resaltando, tal vez sin quererlo, una de las columnas de nuestro autogobierno: un sistema público de comunicaciones propio, que tan útil y necesario se revela en nuestro día a día. En cuanto a los segundos, el tremendo error de no convocar los jurados de los Premios Canarias y consecuentemente no entregar los galardones: un error que trataron de corregir apresuradamente inventándose un premio a toda la sociedad canaria. Ya nos dirán cómo tenemos que hacer para cobrar la cuantía, por cierto. También la persistencia del “canario pastiche” (me niego a llamarlo neutro) en las locuciones de vídeos, anuncios de todo tipo,… Sin embargo, algo me dice que semejante ridiculez lingüística sale tocada y herida de muerte. Se empieza a comprender, más allá de los lingüistas, que no debemos conformarnos con nada que no sea la expresión natural y desacomplejada de nuestro dialecto, especialmente en su registro formal, si del contexto comunicativo se trata.
¿Habrá alteraciones de todo esto en la Canarias post-Covid 19? Sin ánimo de ejercer de adivino, no parece que las vaya a haber de manera drástica. Los asuntos de la identidad no van a la misma velocidad que las intenciones de voto o los niveles de apoyo a un gobierno. Y, sin embargo, se mueven. Se van transformando acompañando a una sociedad dinámica y plural como la nuestra. El escenario de crisis en el que ya nos adentramos previsiblemente nos hará valorar especialmente todo aquello que nos conceda seguridad. Ésa es inequívocamente una de las funciones de la identidad nacional. Tal vez conozcamos otras expresiones menos recomendables, como un aumento de la xenofobia vinculado a la competición en los estratos más bajos de la sociedad por los escasos recursos disponibles. Hay una reflexión pendiente sobre las rentas mínimas que, en mi opinión, se está soslayando. Debe quedar para otro momento no demasiado lejano. Ahora, con la resaca a cuestas, toca ir recuperando niveles superiores de eso que hemos dado en llamar “normalidad”, una “normalidad” de la que la canariedad debe seguir siendo ingrediente fundamental y no esporádico pero, sobre todo, asumido y celebrado.