Fíjense el gracioso Border Collie de la foto. Está contento, alegre. Mira a través de una valla, como pidiendo permiso para pasar al otro lado, mientras observa las pompas de jabón. ¿Mira un hueso? ¿Quiere jugar? ¿Solo son las pompitas? No se ve, pero está pidiendo permiso ajeno. Pone sus mejores caras, su gracia es la adecuada para solicitar permiso y sus ojos expresivos hacen difícil que el receptor le niegue lo que quiera.
Si hacemos una comparativa, algo así podría haber pasado en Canarias el pasado fin de semana. Se decidía si Canarias pasaba a la fase 1 o no. Quien más quien menos tenía alguna duda. Si a Madrid se lo van a negar, ¿se lo van a dar a Canarias? Pero la pregunta que habría que añadir es, si Canarias cumple todos los parámetros para pasar a la fase 1, ¿por qué tenemos que esperar a que Madrid nos valide esa posición? Cuando menos, deja bien a las claras el desequilibrio de poderes y nuestra posición subalterna.
Como no podía ser de otra forma, Canarias pasó de fase. Pero fíjense los rodeos. Canarias cumple todos los parámetros. Elabora un informe. El Gobierno estatal lo pasa a sus expertos (como si nuestros epidemólogos fueran menos expertos). Finalmente, llega el veredicto. Porque no hay muchas ganas de celebración, que si no esto es más emocionante que ser elegido sede olímpica o capital cultural.
Hasta los menos dados a criticar el centralismo se han extrañado del enorme centralismo ejercido desde Madrid. Un centralismo cool, de corbata de colores vivos y buenas palabras, pero centralismo al fin y al cabo. Un 155 sanitario en toda regla donde las Autonomías quedaron relegadas a meras espectadoras. La situación ha sido denunciada, en distintos momentos, desde Euskadi, Cataluña o Murcia. Poner de acuerdo a tan dispares opciones políticas, como las que gobiernan esas comunidades, demuestra el nivel de rechazo de las medidas aplicadas.
En una tabla rasa bastante generosa con el gobierno, algunos medios progres hablan de las «díscolas Comunidades Autónomas del Partido Popular». Una generalización falaz fuera de toda veracidad. Lo cierto es que, más que por criterios médicos, el férreo control central tiene que ver con una decisión política. No en todos lados ha sido así, solo hay que mirar el caso alemán entre otros. Curiosamente Alemania es un caso que se presenta como de éxito.
Soy de los que piensan que poco de lo que pasó con la crisis sanitaria es achacable al gobierno central. Es más, detesto a la extrema derecha que ridiculiza y critica sin piedad a un hombre que ha dado la cara desde el principio, Fernando Simón. Si algo nos ha enseñado esta crisis sanitaria es que nos hacen falta más Fernando Simón, Lluis Serra y Amós García y menos tertulianos, hermanos de la posverdad. Sin embargo, sí critico el celo con el que han defendido un centralismo anacrónico y poco práctico.
Las Comunidades Autónomas son las que tienen las competencias en sanidad, las más acostumbradas a comprar material y con situaciones diferentes entre ellas. En nuestro caso, con mar de por medio de los centros de infección más grandes y con buenas cifras. No es de recibo que las acciones más efectivas se hacen en el más corto radio. Pedir permiso para pasar de fase no es de sociedad madura a 2.000 kilómetros del centro decisorio. Estar impasibles esperando que te den permiso, es lo que hace el cachorro de Collie de la imagen, pide permiso y aprobación de su amo, y hace una fiesta cuando se lo concede.