Antonio Gramsci afirmó que «el viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos». La cita, mil veces repetida, seguramente recurrente y apocalíptica hasta el extremo, no deja de ser una sentencia indispensable. La crisis del COVID-19 dejará una serie de monstruos indeseables como dejó la crisis financiera de 2008, donde las medidas de la troika y las injustas leyes laborales todavía nos atormentan los días. En aquel momento aprendimos a vivir de otra forma y a perder derechos laborales. A poco que se afine en el análisis, la realidad fue esa. Los cambios traídos, fruto de aquella ruleta a la que jugaron con la población mundial, fueron en pro de perder derechos laborales, negociación colectiva e incluso se penalizó como nunca el derecho a huelga.
Recuerden, porque es posible que se nos olvidara, que la Reforma Laboral impulsada por el Partido Popular sigue vigente. Una reforma que abarata el despido, que pone la lupa sobre la huelga y que reduce hasta el mínimo el poder de los trabajadores a la hora de reclamar sus derechos. El gobierno de Pedro Sánchez, ya repetido en dos etapas, no ha sabido o no ha podido derrocarla. Pongan las excusas que quieran, pero la realidad es esa. Tampoco la Ley Mordaza, por cierto. Encima en Canarias no hemos tenido los suficientes chalecos como para exigir que el beneficio turístico, derivado de récords turísticos consecutivos, repercutiera en el bien común y en la mejora de sueldos y condiciones.
Ahora estamos en un momento de transición irremediable. Comenzamos el año con el siguiente panorama: desaceleración de la economía alemana, un Brexit duro encima de la mesa, la desaparición de Thomas Cook, la pérdida de bases de Ryanair en Canarias y la recuperación de regiones del Norte de África, a quién habíamos «carroñeado» turistas en la última década. Con todo esto encima de la mesa llegó la crisis sanitaria, pero ya se hablaba en Canarias de problemas para mantener el número de turistas, aunque eso nunca contó para mejorar las condiciones del común de los trabajadores. Cifras como los 3 millones de turistas en Lanzarote sonaban a exceso mayúsculo a agentes sociales de importancia como la Fundación César Manrique o buena parte del profesorado de la Escuela de Turismo de la ULPGC de Tahíche, ambos mil veces desoídos por el poder.
¿Volverá a existir el turismo cuantitativo, barato y de masas que venimos promocionando? Para muchos agentes debe seguir siendo la tónica. De hecho, se sigue vendiendo como un logro que se prorrogue los ERTEs, cuando no hay una sola evidencia de que, por más que se alarguen, las empresas recojan a sus trabajadores. La tentación de un recorte de plantillas, de la contratación de personal con menos derechos, es una amenaza en el horizonte. Lo mismo que pasó con la crisis financiera que comenzó en 2008, vamos. Por otro lado, si no vienen turistas el sector turístico, al menos el masivo, no se va a recuperar. Por ende no podrá readmitir a su antigua plantilla, obligue quien obligue.
Empero en ese camino siguen caminando para recuperar la actividad cuanto antes, cuando sabemos que ya nada volverá a ser así, al menos por el momento. En estos momentos es necesario escuchar a voces tan autorizadas como Antonio González Viéitez o Fernando Aguilera Klink. Otros pseudodiscursos economicistas son menos recomendables. Recuerden lo de los monstruos y aplíquenlo también a esto. De ambos textos, imprescindibles, se pueden extraer varias ideas. En primer lugar, que seguir como si nada hubiera pasado no es un plan de futuro, más que nada porque ya las estructuras estaban caducas. Por consiguiente, es necesario apostar por otros nichos económicos: energías renovables, turismo más sostenible y de más calidad como el turismo activo, etc. Ya hemos hablado de esos caminos aquí en otras ocasiones.
En segundo lugar, que debemos repensar nuestra red de alianzas y estrategias. En ese sentido, me parece especialmente importante la propuesta de Viéitez de mirar hacia África, no como explotador, sino como cooperante. La desigualdad de África acarrea problemas subsidiarios al Archipiélago. En tercer lugar, de Aguilera Klink extraigo su propuesta de pensar más en local y menos en grandes mercados, aunque caiga el cacareado PIB. Ejemplifica que el PIB puede subir por el gasto desmedido de gasolina por las caravanas, cuando es un problema para la sociedad. Nos bombardean día a día con cifras que solo benefician o perjudican a una gran minoría que concentra la riqueza.
Con todo, la situación de desigualdad en el Archipiélago ya era crítica. Ahora se ha agudizado. De este viaje podemos dejar fuera de juego a una grandísima cantidad de población que difícilmente se va a recuperar y que, aún siendo una solución de urgencia, no es una respuesta definitiva un ingreso mínimo vital. Además, la asistencia de servicios sociales también está desbordada. Los trabajadores sociales, que normalmente deberían seguir a una media de 3.000 personas, en Canarias están atentos a 25.000. Concentración de la riqueza en pocas manos, desigualdad, riesgo de caer en situación de pobreza… Por todo ello, es el momento oportuno de derribar el viejo mundo, el que favorece a unos pocos, y construir uno más social. La reconstrucción económica no será con parches como en 2008 porque es posible que ya no quede ni pantalón. Ahora la situación interpela a coser un pantalón nuevo, con nuevas reglas y en el que participemos de abajo a arriba.