Veíamos a China como algo tan distante, prácticamente sin interés y nuestras vidas metamorfosearon dentro de un paréntesis desconocido. Es evidente que la pandemia del coronavirus está generando un grave impacto a nivel mundial causando una crisis de carácter sanitaria, económica y social. Principalmente, con alarmantes casos de afectados, elevados índices de mortalidad, posibilidades de regeneración económica y la desaparición momentánea del afán materialista, todo ante un panorama incierto.
Según el Papa Francisco, mientras celebraba la Santa Misa en el primer domingo de Adviento: “el consumismo es un virus que afecta a la fe en su raíz y hace creer que la vida depende solamente de lo que se tiene”. Es posible que las sagradas palabras del Santo Padre describan la situación que atraviesa nuestro planeta por el Covid-19. De hecho, en España, la decisión que implicó el cierre de todos los centros educativos cuando el Ministerio de Sanidad decidió cambiar de un “escenario de contención” a un “escenario de contención forzosa”, generó una situación de pánico consumista. Concretamente, transformándose en una locura transitoria en consecuencia de un alarmismo social o psicosis. No cabe duda de que la aparición del capitalismo en la historia de nuestra sociedad ha recalado -prácticamente- en una inmensa parte de la humanidad desembocada a un consumo compulsivo guiado por las tendencias y por un comportamiento de compra en los hábitos de consumo independientemente del estatus social al que pertenecen.
Como frase apocalíptica y sobre el desconocimiento de la capacidad destructora capitalista: “Todo lo que es sólido se desvanecerá en el aire”, advertía Karl Marx en el Manifiesto Comunista de 1848. Es decir, la estructura del capital va a quedar muy alterada porque la mayoría de las personas no ha visto como el propio capitalismo se autoinflige por las cantidades de pérdidas ocasionadas y que debería tratar de solucionar para paliar el asunto de la pandemia.
Los países criticados por tener un sistema económico planificado son los que extienden la mano a los rincones más inhóspitos del planeta: enviando médicos, donando mascarillas y aprovisionamientos sanitarios. En cambio, los países con un sistema capitalista estructurado se interesan por bombardear países en los que se pronuncian con una falsa democracia, ofreciendo recompensas retributivas por la captura de determinados líderes políticos en plena emergencia sanitaria global, incrementando exponencialmente los precios de artículos sanitarios y utilizando como laboratorio al continente africano para los experimentos europeístas. La utopía del capitalismo y el consumismo es atractiva en el sentido de que el ser humano con la condición de explotar ciertos recursos deja la huella de la destrucción -masivas en algunas circunstancias- en esos rincones del planeta, que, inminentemente, llegará la posibilidad de extender tarde o temprano algo que lo defina como un bicho en un planeta sin propiedad y que va a destruirlo.
Por otra parte, el comportamiento ético durante el confinamiento no es un objetivo de la solidaridad del ser humano porque se trata de paralizar un fenómeno vital obligado por un imperativo categórico con denotación individualista y consumista. No obstante, la existencia de un sistema orientado hacia la capitalización de riquezas por el control de una minoría, el saqueo despiadado de los recursos naturales, la agresividad contra nuestros ecosistemas, la privatización de los sistemas sanitarios en algunos países con la consecuencia de una elevada mortalidad por la precaria accesibilidad, entre otras vulnerabilidades. Evidentemente, no es el momento del individualismo. Necesitamos gestos solidarios acordes con ciertas experiencias de lo común con la posibilidad de rechazar en lo que se refiere al consumismo. Se podría sustraer ciertos imperativos de consumo, se podría cambiar autoexigencias, etc. Pero, es verdad que este desastre aparece con un protagonismo muy importante dentro del propio colectivo humano manejado por los individualistas de un modelo productivo.
Vivimos en una sociedad de consumo con atractivas estrategias de marketing motivadas por un elemento más emocional que racional. El problema aparece cuando el materialismo se encuentra camuflado y nos conduce a compras masivas descontroladas. Este consumo compulsivo de adquirir determinados productos para satisfacer inmediatamente y rellenar nuestro estado de felicidad mediante tendencias pronunciará una satisfacción de consumo irracional, normalmente, afectando a nuestro bienestar psicosocial. Una vez canceladas las clases en todos los niveles educativos, se desataron sorprendentes visitas en las grandes compañías de supermercados dejando estanterías vacías provocada por una psicosis consumista.
¿Qué pasará con nuestro estilo de vida consumista? Posiblemente, existen mentes que bajo los efectos del insomnio se plantean dicha cuestión y buscan respuestas. Aunque, nuestro ritmo de vida se encuentre frenado por la situación del estado de alarma y con un consumismo relajado, todo volverá a ser como antes.
Considerando que el consumismo volverá a ser como antes, desaforado y especulativo, tal vez enfurecido. Es posible, que el virus nos hace descubrir nuestra verdadera naturaleza humana una vez que despierte el hiperconsumo. Dicho de otra manera, la humanidad es hiperconsumista porque evita desprenderse de la estructura del capital, el individualismo y la satisfacción materialista.