Así las cosas, hemos observado como a través de un período de tiempo la cartografía referente a las Islas Canarias ha sido objeto de variaciones constantes, maleabilidad y distorsión. Estos mapas dejan de tener un sentido orientativo y pasan a poseer un efecto de construcción de imaginarios geográficos que se alejan de la realidad. No es baladí que la identidad canaria, así como la percepción que se pueda generar del archipiélago desde la Península Ibérica y el resto del mundo, se vean influenciadas por esta construcción cartográfica.
Varios son los efectos que esta cartografía crítica ha causado en la identidad canaria. En primer lugar, la negación del reconocimiento por parte de la sociedad canaria de asumir su realidad geográfica. El hecho africano ha sido eliminado del “self”, no reflejándose una relación afectiva entre el archipiélago y África más allá de la retórica geopolítica y geoestratégica. La sociedad isleña habría sufrido un “desdoblamiento convencional” a consecuencia del colonialismo historiográfico y la inexistencia de una nacionalidad reconocida y referente. Como apunta Quintana al prólogo de la obra “Mis Patrias y otros escritos” de Fernández Cabrera (1991):
Desde el Quinientos, los canarios de nación fueron africanos de nación, la isleñidad o canariedad fue una forma de africanía que se ha querido esconder por una serie de razones culturales, políticas y sociales muy determinables, siempre idiotas, etnocéntricas o metropolitanas. Para ascender socialmente, y siempre de modo individual, los isleños tienen que desprenderse de todo lo que sea africanía; pero al hacer esto los canarios se quedan sin nacionalidad y por lo tanto mucho más huérfanos que todos los demás africanos (1991: 14).
Para Quintana, la sociedad canaria estaría marcada por un “eclecticismo cultural” al reconocer sus influencias españolas (europeas) y americanas pero rechazando la africana. Prosigue aludiendo que:
Los canarios fueron alternativamente americanistas, europeístas, españolistas, o todas estas cosas a la vez; atreverse a asumir su propia nacionalidad geohistórica los obligaba a ser africanistas, y esto entonces no estaba al alcance de todas las inteligencias (ibid: 15).
Otras consecuencias devienen del hecho propiamente colonial del archipiélago tanto en su vertiente cultural como geográfica. Según expone Hernández en su obra Natura y Cultura de las Islas Canarias, la sociedad canaria se caracteriza por:
- a) Infravaloración del yo al considerar superior a los demás y sentirse devaluado; b) inferioridad lingüística respecto al castellano convencional; c) sociedad sin padre, en el sentido de estar alegre y melancólico al mismo tiempo; d) actitud cosmopolita y de marginación periférica; e) intrapunición, es decir, agresividad hacia uno mismo que da lugar a frecuentes críticas, ironías, burlas y hasta sadismo; f) “zorrería”, en el sentido de mecanismo de defensa contra la explotación y signo de la falta de conciencia como pueblo (2003: 427).
Para Alemán (2006) el origen de la colonización canaria se llevó a cabo bajo un proyecto de modelo único, el europeo, convirtiendo a las islas en banco de ensayo para su posterior puesta a prueba en América. Del mismo modo, Febles y Reyes (2011: 191) argumentan que en las Islas Canarias se fraguaron estímulos ambientales y culturales a través de elementos y figuras que exaltaban el movimiento colonizador, como los nombres de las calles, centros de ocio, instituciones etc., provocando una cosmovisión particular de la identidad canaria. Destacan que el canario sufriría a partir de un proceso material, histórico y dialéctico, el “síndrome del colonizado” que a su vez desembocaría en la “endofobia”, es decir, el rechazo al natural, al nativo, al oriundo; al perteneciente al territorio; por ius solis (derecho a nacionalidad por nacimiento en el lugar) y por ius sanguinis (derecho a nacionalidad por descender de nacido en el lugar) (Benítez, 2011: 17).
Así, las dimensiones de ese “estatus colonial” originarían una relación dependiente en diferentes aspectos, tales como los sociales, culturales, políticos y económicos que si bien hoy día no sería del todo exacto calificarlo de “colonialismo exterior” o “clásico”, sí se enmarcaría en el denominado “colonialismo interno” (González, 2003). Este colonialismo interior ha causado en la sociedad canaria una especie de “extrañamiento sociológico” al considerarse abordados por la presencia de grupos políticos dominantes del interior (burguesía de corte caciquil) y exterior (poder español), por capitales extranjeros y el tratamiento desigual en el contexto del Estado (Voituriez y Brito, 1982: 18).
Otro elemento que afectó a la identidad canaria fue la tergiversación antropológica y arqueológica del pueblo originario. Según Farrujia (2009; 2017) la identidad indígena canaria ha sido deformada desde el siglo XIV hasta la actualidad, señalándose el origen de la misma según los intereses políticos predominantes. Con la arqueología colonial del siglo XIX y XX se empezaría a elaborar versiones dispares y contradictorias sobre el pasado de las Islas Canarias y su pueblo originario, catalogándolo en diferentes versiones como descendientes de los celtas (según los investigadores franceses) y de la raza Cro-Magnon en un intento de vincular el desarrollo evolutivo europeo con el canario y/o africano. También en el periodo de la dictadura franquista (1936-1975) se siguió haciendo énfasis en un origen ibero-mauritano del pueblo indígena canario bajo la lógica del modelo educativo de adoctrinamiento patriótico y religioso (Farrujia y Aguilar, 2004). La consecuencia de esto es la construcción de una identidad canaria manipulada y maleable sin sustento o referente que determina una praxis social sin identificación determinada y preponderante a la adhesión en agrupaciones diferentes (Farrujia, 2009).
No obstante, la identidad canaria ha experimentado un proceso de transformación en las últimas décadas gracias al contexto de oportunidad política que ofreció el Estado de las Autonomías acaecido después de la proclamación de la Constitución Española (CE) de 1978. Este entramado territorial se caracteriza por una descentralización competencial y política hacia las llamadas Comunidades Autónomas (CCAA en sus siglas en español) en similitud a los modelos federales. Así, estas estructuras de autogobierno, intermedias entre el poder estatal y local, habrían creado espacios electorales, sociales y económicos propios y diferenciados los unos de los otros que posibilitan la sociabilización de una identificación identitaria periférica a la del Estado-nación.
El archipiélago canario, incluso antes del proceso autonómico, poseía niveles considerables de identificación territorial regional. Habría pues que añadir que en el periodo del tardofranquismo las Islas Canarias experimentaron un auge de autoconciencia política y cultural. Movimientos a favor de la autodeterminación del archipiélago reivindicaron el estatus colonial del mismo en un intento de equiparar el caso canario con los procesos descolonizadores africanos de la década de 1960 (Hayek, 2013; Rodríguez and García, 2017). Posteriormente, estas reivindicaciones se fueron haciendo débiles a la par que se reforzaba el autogobierno y se adentraba en un contexto de libertad democrática y desarrollo económico. En este marco, surgieron organizaciones nacionalistas y regionalistas que buscaban cuotas de poder administrativo con mensajes que enfatizaban en las diferencias objetivas del archipiélago y en la necesidad de contar con un marco jurídico y económico propio sin proclamar la ruptura con el Estado-nación. El Estatuto de Autonomía de Canarias (EACan en sus siglas en español) aprobado en el año 1982 abriría un camino de autogobierno y reconocimiento cultural y político sin parangón. Paralelamente, bajo la manta de una educación pública y competencialmente en manos de las CCAA se daban los primeros pasos en la construcción de lo que se ha venido a denominar el sentimiento de “canariedad”.
Según el psicólogo Manuel Alemán:
La conciencia canaria impregna las instancias de la emoción y moviliza las zonas del sentimiento. Sin sentimiento de “canariedad” no existe identidad canaria. Se presupone, claro está, la existencia de los elementos objetivos que distinguen nuestra tierra, pero la identidad existe en el grado en que tales elementos son conscientemente captados y vivencialmente sentidos. Este sentimiento vivencial es el vértice en que convergen y se ensamblan los factores objetivos y psicológicos de la “canariedad” (1985:17).
Pero a decir verdad la “canariedad” se ha utilizado como artefacto político por parte de las élites, siendo un elemento retórico de carácter difuso alejado de connotaciones que reivindiquen una conciencia política real. Así, esta identidad se construiría alrededor de estereotipos que se habrían permeabilizado en el sociedad isleña en consonancia con las mitificaciones y fetichismos coloniales acerca de las islas. El exótico paisaje tropical de buen tiempo y grandes playas, el dialecto diferencial canario “suave” y “cariñoso”, o el estilo de vida “pausado”, “aplatanado” y “feliz” son elementos, entre tantos otros, que estructuran una identidad cultural que se erige como verdadera esencia del pueblo canario, pero que por contra, y como bien expresa Benítez:
Adolecen de ese algo indefinible que nos lleve a identificarnos espiritualmente con ellos y con lo que representan, incluso sin pretenderlo, inconscientemente. […] Con frecuencia se quedan en lo anecdótico o folclórico y, aunque puedan hacer vibrar la sensibilidad de algún sector social, no son capaces de transmitir su mensaje más que a algún grupo específico o a los habitantes de alguna isla, y no al conjunto de ellas, consecuencia lógica del fraccionamiento territorial y de la ausencia de un auténtico sentimiento regional (2002).
Por tanto, la “canariedad” ha sido un elemento de construcción de un paisaje folclórico e idílico que bloquea la identidad política inherente al inconsciente colectivo. La banalización de ese sentimiento se observa en toda clase de prácticas sociales que no exceden de lo anecdótico y pasajero, sin repercusión en la realización de una comunidad política común. A esto cabría añadir que los elementos históricos y geográficos han sido moldeados banal e interesadamente. Ejemplo de ello es la reconstrucción de la imagen del aborigen canario contemporáneo, que como bien apunta Estévez:
El “guanche” (gentilicio para referirse al indígena canario precolonial) cobró vida sólo cuando, en nuestra imaginación histórica, antropológica, arqueológica, social, cultural y política hicimos del guanche la imagen arquetípica de lo canario, la preeminente encarnación de nuestro autorretrato. El “guanche”, en definitiva, fue una invención para proporcionar unos ancestros premodernos a la moderna idea de una nación canaria, el resultado de la asimilación por las élites de las ideologías racistas y nacionalistas europeas como un dispositivo de hegemonía social (…).Las elites canarias se han ido identificando a lo largo de la historia para, precisamente, blanquear, europeizar y cristianizar, en suma, para purificar su propia naturaleza mestiza y criolla […]. Toda la discusión sobre los orígenes de los “guanches” no ha sido, a la postre, más que un capítulo del orientalismo en el Norte de África (2011: 163).
Pero sin duda este hecho no deviene de una práctica circunscrita estrictamente a las Islas Canarias, sino que ha ido de la mano de la propia transformación identitaria española con respecto al reconocimiento de su vinculación histórica con el continente africano. Para Martin-Márquez (2011) la identidad española se habría moldeado a través de las representaciones discursivas que se han hecho sobre África en consonancia al sentido de “orientalismo” propuesto por el palestino Said (2002). En el caso español la conexión con África se realizó alrededor de un imaginario ambiguo, provocando lo que Martin-Márquez (2011) ha calificado como “desorientación”, es decir, la incapacidad de las élites culturales españolas de ubicar marcadores históricos positivos en aras de construir un sentido de nacionalidad sin caer en un proceso de “autodiferencia”.
Esta desorientación se refleja en el archipiélago canario con un matiz importante. Al posicionamiento de un “yo” europeo no se le contrapone el reconocimiento de un “otro” africano, sino el mismo “yo” africano. El ciudadano canario, al no reconocer su “yo” africano, desconoce su procedencia y ubicación espacial. África es vista desde las islas de forma condescendiente al creer que el archipiélago constituye un enclave del primer mundo que nada tiene que ver con ese continente pobre, tortuoso y desconocido. El continente africano se torna lejano a la par que el imaginario colectivo canario se ubica en otras latitudes más próximas a Europa. De la misma forma, el calificativo de ultraperiferia europea se convierte en una especie de “nuevo estatus” para aquellos territorios que se encuentran en un “limbo espacial”, en muchas ocasiones consideradas regiones que ni son europeas, ni africanas, ni latinoamericanas, sino primordialmente “atlánticas”. Este “atlantismo” sigue la estela estereotipada de los pueblos isleños en un paralelismo a la concepción “antillana” y “caribeña” de otros archipiélagos.
A modo de conclusión
La cartografía no es una ciencia exacta ni objetiva. El poder que emana de la elaboración de las representaciones gráficas ha determinado la manera de comprender el espacio y el mundo que nos rodea y dónde ubicarnos en el mismo. A lo largo de la historia, la geografía política ha influenciado en la construcción cognitiva de sociedades y pueblos, puesto que tiene la capacidad de crear ideas que facilitan la comprensión de la realidad al simplificarla y ofrecerla de forma descriptiva. Así ocurrió en el periodo colonial y de expansión imperial al elaborarse cartografías insufladas de gran intencionalidad política. El mapa “logotipo” supuso, para las comunidades sometidas, una herramienta de sociabilización y construcción nacional particular sesgada y controlada desde la metrópolis que conllevó, en muchos casos, a la elaboración de identidades banales.
Como hemos mencionado, el caso del archipiélago canario ilustra fehacientemente esa construcción cognitiva a través de la cartografía crítica colonial. Este trabajo ha intentado visualizar que en la elaboración de los mapas de España las Islas Canarias han tenido un carácter maleable y desvirtuado. Son pocas las cartografías que ubican al archipiélago de forma correcta, menoscabando la realidad geográfica que la misma posee y sesgando las interpretaciones que la población canaria pudiera hacer de una realidad más objetiva. La sociedad isleña ha pasado por un proceso de elaboración identitaria singular al estar en un espacio intercontinental, alejado de su Estado-nación y haber sido de facto posesión colonial española. Esto ha tenido consecuencias tanto en la posición geográfica de las islas, ubicadas según conveniencia y justificado bajo imperativos racionalizadores del espacio, como en la distorsión etnográfica y arqueológica de la cultura precolonial, objeto de manipulación por parte del poder dominante que ha supuesto la elaboración de una identidad maleable y falta de autoconciencia como comunidad política.
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