Publicado originalmente el 25 de mayo de 2013
Todos los años por mayo, cuando hace la calor, asoma un conato de debate del cual, en mayor o menor medida, solemos hacernos eco por estos lares. Trata dicho asunto acerca de la conveniencia de celebrar o no el Día de Canarias. Aunque opiniones las hay para todos los gustos, diría, con cierto afán de síntesis, que éstas pueden resumirse en dos. Una, según la cual celebrar el Día de Canarias es una pollabobada porque lo que importa realmente son los problemas de la gente y esto sólo es un subterfugio de la clase política, especialmente la coalicionera, para distraer al personal. Por lo visto, el personal debe ser muy estúpido porque por celebrar el Día de Canarias –o irse a la playa- ya se olvida de los problemas de la gente. Otra, según la cual el 30 de mayo sólo representa la traición de la clase política al pueblo canario, que sí tendría a bien celebrar el Día de la Independencia como legítima fiesta patria. Creo que tanto una como otra postura pecan de lo mismo: de tratar de arrimar el ascua a su sardina, desconsiderando o directamente tomando al resto por totorota.
De la primera de las posturas, podríamos citar como ejemplo un reciente artículo de mi admirado Luis León Barreto, que intitulaba “¿Para qué celebrar el Día de Canarias?”. La línea argumental de dicho artículo consistía en oponer los dramáticos indicadores económicos de este país nuestro a la conveniencia de que hubiera que celebrar un Día de Canarias. Por más vueltas que le doy, no alcanzo a ver la conexión entre ambos asuntos. Tampoco sé de ningún país que rehúse celebrar su Día Nacional por causa de la crisis en que vivimos hundidos. Todo lo más, y bastante razonable me parece, se demanda el que las celebraciones en cuestión no constituyan un dispendio. ¿Acaso Estados Unidos va a dejar de celebrar el 4 de julio por el terrible estado de su industria? ¿O los franceses su 14 de julio por causa de su notable pérdida de influencia en el proyecto europeo? La lista sería interminable pero no voy a dejarlo aquí. Abundando en más razones: ¿es que celebrar el Día de Canarias nos hace menos conscientes o solidarios con tantos compatriotas que sufren las iniquidades de este sistema, las múltiples servidumbres a las que la dependencia de España, el maltrato de nuestra oligarquía, los somete? Honestamente, jamás he visto contradicción alguna entre ambos asuntos, aunque sí haya quien la ve pero que nunca dice ni pío con motivo de la celebración del 12 de octubre por parte de los españoles, por poner un ejemplo.
En cuanto a la segunda de las posturas, hace algunos días nos hacíamos eco en nuestra serie “Indignación Canaria” de una convocatoria de concentraciones en las capitales canarias bajo el título “Día de Canarias. Nada que celebrar”. Me permití entonces un guiño y titulé nuestro enyesque “¿Nada que celebrar?”. Digamos que entre los sectores proclives a esta postura se suele argumentar que la firma del Estatuto de Autonomía supuso una negación de una supuesta voluntad popular mayoritariamente en contra de tal estado de cosas. Que en realidad estamos ante una celebración ilegítima y pobre de aquél que la celebre. Permítanme que lo dude. Creo que tal voluntad popular mayoritaria no ha existido nunca. Es más, creo que hay que construirla porque es muy necesaria y, de paso, digo que en ese proceso de construcción el Día de Canarias puede ser una herramienta poderosa o, al menos, útil. Saludo, de hecho, tales concentraciones pero a la vez digo que cabe, y se debe, celebrar el Día de Canarias nuestra existencia como comunidad humana, como pueblo, con una identidad heredada y por transmitir y, sobre todo, con una voluntad de seguir existiendo fieles a nosotros mismos, sin injerencias ni asimilacionismos, con un territorio que cuidar y conservar, con una sociedad que apuntalar con justicia e igualdad, con el sueño de construir un país mejor que el que tenemos.
Todo eso llevamos en mente muchos cuando celebramos el 30 de mayo, una íntima convicción de que ese día para la fiesta, la reflexión, la protesta,… hay mucho, pero mucho que celebrar.