Publicado originalmente el 15 de mayo de 2009
Días pasados, el polifacético artista Luis Morera, alma mater de Taburiente, declaró: “España debe pedir perdón por el genocidio en Canarias”. A juzgar por los comentarios generados por esta entrevista realizada por Saro Díaz y publicada en el diario La Opinión, el cantante palmero tocó una fibra sensible. Los hay que están de acuerdo con Morera y yo me incluyo entre ellos. No le veo nada negativo a una petición tan sensata y sí muchos aspectos positivos. En primer lugar, sería un acto de justicia con unas personas que fueron masacradas o esclavizadas en nombre de la codicia de Castilla. Sería también una excelente oportunidad para volver sobre una parte de nuestro pasado que interesadamente se ha querido siempre ocultar y embellecer. Contribuiría a sentar las bases de una nueva relación entre Canarias y España no fundamentada en aquel acto violento. En este sentido, sería muy importante en el plano simbólico que se eliminaran todas aquellas procesiones donde se paseen pendones de conquista y similares. Por último, pienso que se debiera abrir un proceso de rehabilitación de nuestra memoria histórica, la canaria, para desterrar de nuestro paisaje urbano nombres como Alonso Fernández de Lugo, Juan Rejón, Pedro de Vera, etc. o los más recientes, como el General Weyler,… asesinos malnacidos que jamás debieron recibir homenaje alguno en nuestras calles. Sin embargo, a la excelente noticia de las claras y valientes declaraciones de Luis Morera, hay que oponer los comentarios de algunos elementos, que haberlos haylos, que basculan entre la ignorancia y la mala fe. Léanlos. No discuto la legítima diferencia de opiniones pero sí que sistemáticamente se intente desacreditar según qué posturas sin que argumento racional alguno haga acto de presencia. Son aquellos que pretenden que la Historia de Canarias, especialmente aquellos pasajes que peor parados dejan a personajes como los arriba mencionados, permanezca oculta. Camuflan su rabia y su maledicencia bajo un manto de supuesto progresismo que no resiste la más mínima prueba de coherencia. ¡Con cuánta frecuencia sólo tratan de ocultar su profundamente arraigado clasismo de niños de papá! Su progresismo se acaba cuando toca hablar de Canarias. Ahí adoptan la postura del cínico, que cree que, envenenando, se va a salvar de su propio veneno. Como aquel gofiosfero, tan progre él, al que se le vio el rejo cuando declaró sus simpatías por una fuerza de extrema derecha, además de regar las ondas con sus “perlas” homófobas. Vistos estos comentarios, queda claro que en Canarias, conquistar nuestro pasado es también ganar el presente.