Pueblo: Un “pueblo” sometido, pasivo, dócil, no es un pueblo en sentido político, no es un populus en el significado que tenía el término en la Roma republicana clásica. Es tan solo una plebe, una población, anómica, más o menos dominada y hegemonizada por minorías de poder coaligadas. Con los pueblos ocurre lo mismo que con las clases sociales: solo existen cuando están en lucha y eso no ocurre siempre y de forma permanente en la historia. Cuando no hay demandas, reivindicaciones, exigencias, confrontaciones, pleitos… lo que a veces se denomina “pueblo” es tan solo sociedad, población estratificada y segmentada.
Cuando las sociedades tienen conflictos graves pueden surgir en su interior agrupamientos en mayorías y minorías. Por ejemplo, la distribución muy desigual de la riqueza genera en las sociedades nacionales capitalistas, como es el caso de la canaria, minorías favorecidas y mayorías desfavorecidas.
Lo que se sostiene en este vocabulario es que las minorías enriquecidas solo pueden estabilizar ese injusto estado de cosas articulando un bloque de poder nacional de hegemonía oligocrática. Cuando las mayorías políticamente empobrecidas se oponen a ese statu quo, articulando sus demandas de forma política y luchando por ellas en el espacio público, es cuando pueden surgir los pueblos en sentido político pleno, autoconstruyéndose mediante una contrahegemonía alternativa, nacional democrática (véase ‘Poli(é)tica’, ‘Nación’, ‘Casta política’ y ‘Buen pleito nacional-popular canario’).
Realismo razonable: Los llamamientos al “sano realismo” suelen ser emplazamientos tácitos por parte de la casta de los poderosos y sus voceros a la salvaguardia del statu quo, que incluye el lema lampedusiano de que todo cambie para que siga igual. Casi siempre hay sectores progresistas que se suman a ese realismo manipulado y disminuido de forma conformista y colaboracionista. Son los realistas claudicantes, que legitiman sin advertirlo —o intencionadamente—, con diversos pretextos menores, desigualdades e injusticias mayores aparejadas al sistema vigente.
Frente a ese realismo claudicante, el realismo razonable es un realismo ampliado y disensual, que interpreta y valora la realidad en función de su apertura al cambio de todo lo inaceptable en todas su dimensiones poli(é)ticas posibles. Porque no hay realidad sin posibilidad (la realidad es ciega sin la posibilidad y la posibilidad vacía sin la realidad). En su urgencia ética y su prudencia política, el realismo razonable desecha también el irrealismo extraviado, incapaz de reconocer los límites de lo posible en cada situación y de comprometerse en la unidad de acción concreta para el cambio real (‘Crítica y reconstrucción’, ‘Desaprender’, ‘Relato’ y ‘Poli(é)tica’).
Régimen del 78: El Régimen constitucional-estatutario de Canarias es desde los primeros ochenta autonomista. Fue implantado a partir de la vía normalizada y secundaria del artículo 143.1 de la Constitución del 78, que se redactó desde un pacto oligocrático entre los representantes de España, Catalunya y Euskadi elegidos a partir de las elecciones de 1977, naciones estas dos últimas para las que se reservó desde el inicio la vía excepcional y prioritaria del artículo 151.1 y 151.2 (a las que luego se añadió a Galicia y más tarde a Andalucía, vía referéndum especial).
El Título VIII de la Constitución es —con diferencia, junto al Título Preliminar— el peor y menos democrático de la Constitución de 1978, texto que, sin embargo, cuenta con títulos y artículos —como el Título I “De los derechos y deberes fundamentales”, por ejemplo— mucho más satisfactorios.
La transición del Régimen dictatorial del 36 al Régimen democrático del 78 presentó desde el inicio importantes claroscuros. Las cuatro décadas transcurridas desde entonces (con fuertes regresiones en los últimos veinte años) han avejentado a la democracia del Estado español, que precisa de un cambio constitucional profundo al que se niegan los poderes fácticos dominantes (véase ‘Unionismo’, ‘Españolismo’ y ‘Democracia’).
Relato: Hago uso de la palabra “relato” de cara a la necesidad de elaborar una narrativa estratégica del canarismo democrático consecuente, es decir, del canarismo soberano autodeterminista. Por eso conviene aplicar el término, en primer lugar, a las narrativas actuales del españolismo y del catalanismo, como contraejemplos a estudiar y analizar. Y también a rechazar en sus versiones “ultras” prevalentes. Empleo el concepto en el doble sentido de “macrorrelato” (por ejemplo, el canarismo en sentido amplio) o de “microrrelatos” (esto es, los diferentes canarismos concretos existentes), distinguibles a veces solo por el contexto de cada texto.
Los macrorrelatos son concepciones, marcos y narrativas abarcadoras y heterogéneas, conformadas a su vez por microrrelatos, que resultan más consistentes y compactos. Los microrrelatos comparten elementos similares, aunque cada uno dispone a su vez de ingredientes diferenciales. En conjunto, mantienen entre sí relaciones dinámicas, fluidas y transversales, con préstamos discursivos constantes (por ejemplo, canarismos centralistas, autonomistas, independentistas, autodeterministas…).
Lo más relevante a tener en cuenta entonces es que en cada momento histórico algunos microrrelatos se hacen fuertes e imponen su hegemonía sobre los demás, pasando además a suplantar y expresar de manera ventajista al conjunto del macrorrelato. Y es ahí donde surge la competencia y el conflicto ideológico, ya sea latente o manifiesto, no solo entre microrrelatos de una misma esfera (como pasa entre los diversos canarismos, catalanismos o españolismos), sino también entre macrorrelatos dogmáticamente contrapuestos (como ocurre en la actualidad entre ultraespañolismo y ultracatalanismo). Y es por esto que es necesario construir terceros relatos alternativos y democráticos.
En el espacio de los grandes relatos nacionales hay que tener en cuenta que en ocasiones, como en el presente, prevalecen los microrrelatos menos democráticos y menos pluralistas, los más excluyentes y más simplistas. Esto es, el macrorrelato españolista y , en concreto, el microrrelato ultraespañolista —que es el que suplanta y expresa al conjunto de los varios españolismos existentes— trata de desmantelar, asimilar o distorsionar cualquier otro macrorrelato en contraposición, como les ocurre a los relatos catalanistas, canaristas, etcétera (véase ‘Poli(é)tica’, ‘Crítica y reconstrucción’, ‘Realismo razonable’, ‘Españolismo’ y ‘Canarismo’). (Continuará)
Esta entrada forma parte, con las adaptaciones y actualizaciones pertinentes, forma parte del volumen Libertad de actuar. Argumentos poli(é)ticos para el disenso, de Pablo Utray, publicado en noviembre de 2018 por las Ediciones Tamaimos.