Legitimidad: Más acá de la praxis democrática (o igualitaria) se encuentra la propensión a la felicidad (o el bienestar) y más allá el anhelo de justicia (o de equidad). Para enlazar la democracia con la felicidad y la justicia hay que introducir la idea de “legitimidad” y distinguirla de la “legalidad” y de la “legitimación”. En primer lugar, “legalidad” y “legitimidad” son conceptos diferentes. Pues tanto hay leyes justas como injustas, tanto leyes legítimas como leyes ilegítimas. La legalidad se ocupa de las normas y reglas, y la legitimidad de su eventual equidad. Por tanto, como consecuencia, hay que tener presente que un simple corpus jurídico no nos sitúa necesariamente ante una legalidad democrático constitucional ni ante una sociedad equitativa de bienestar.
En segundo lugar, se hace preciso distinguir entre “legitimación”, que es un concepto de huella socio-política, y “legitimidad”, que es un concepto de impronta ético-política. Porque lo aceptado o justificado no equivale a lo aceptable o justificable. Así, no todo lo que es legalizado (de forma jurídica-política) y legitimado (de manera socio-política) resulta legítimo (de modo ético-político). En consecuencia, hay actitudes, acciones y normas que por mucho que sean justificadas (es decir, legalizadas y legitimadas) no son justificables (esto es, no son legítimas): carecen de validez ético-política.
En tercer lugar, hay que distinguir entre “legitimidad de origen” y “legitimidad en ejercicio” (Norberto Bobbio), que es crucial para desbaratar la pretensión de que la legitimidad “de origen” de una ley la hace legítima “en ejercicio” (por ejemplo, cuando se dan interpretaciones, desarrollos y aplicaciones abusivas de esa ley). Y asimismo hay que distinguir entre estas dos dimensiones de la legitimidad y una tercera, la “legitimidad a término”, que implica la evaluación ex post del conjunto de un proceso socio-político completo. De modo que incluso puede haber normas, actitudes y acciones políticas legales y legítimas “de origen”, que pueden dar lugar a actos políticos tanto legítimos como ilegítimos “en ejercicio”, que acaben por resultar del todo o en parte ilegítimos “a término”, como en este último caso ocurrió con la llamada Transición política de los años setenta (véase ‘Democracia’, ‘Constitución democrática canaria’, ‘Colonial, decolonial’, ‘Nodependencia’ y ‘Régimen del 78’).
Mestizaje: Para antropólogos no esencialistas, ni dogmáticos, como Ángel Sánchez y Fernando Estévez, la canariedad actual vista desde el punto de vista étnico no puede ser definida más que desde el mestizaje, entendido como hibridación multiétnica. Y esto pese a la increencia habitual de los propios canarios en su mestizamiento. La condición mestiza ha sido, es y será —en la hipótesis interpretativa más plausible— “el resultado de la praxis reproductiva humana en el límite de las Islas Canarias” (Sánchez).
La nación colonial canaria es una patria criolla que está poblada desde antes de la conquista castellana por poblaciones mestizas de “identidad hispanoafricana” (Iván Suomi), que no ha dejado de mutar y enriquecerse, especialmente y de forma acelerada desde finales del siglo pasado. Así, todos los “ancestros putativos [de los canarios y canarias actuales] no fueron otra cosa que consecutivas reencarnaciones de la pureza racial del hombre blanco europeo. Reencarnaciones con las que las elites canarias se han ido identificando a lo largo de la historia para, precisamente, blanquear, europeizar y cristianizar, en suma, para purificar su propia naturaleza mestiza y criolla” (Estévez).
No será sencillo romper con esta mentalidad etnicista de corte españolista y europeísta. Porque “amodorrados, acomodados, aplatanados por crianza en la sumisión colonial, no parece fácil quebrar este ciclo de automatismo idealista —como escribió Ángel Sánchez— en una ilusoria ‘blanquitud’, tan útil al colonizador, tan prefabricada por el etnocentrismo, que debería desplomarse cuanto antes con sólida argumentación canaria semejante bricolaje de identidad errátil” (véase ‘Colonial, decolonial’, ‘Dependencia’, ‘Nación’ y ‘Democracia’).
Nación: El término “nación” remite a la forma estandarizada de las sociedades de la Modernidad. Las naciones pueden concebirse dando primacía al demos o al ethnos, lo que implica entenderlas democráticamente, como comunidades de personas con acceso a la condición ciudadana, o etnocráticamente, como comunidades de personas vinculadas por relaciones de parentesco y/o territorio a una o varias etnias. En el mundo de hoy, la nación democrática es más o menos mestiza desde el enfoque étnico, pero debe ser igualitaria en su fundamento jurídico-político, mientras que la nación etnocrática será más o menos cívica desde el punto de vista democrático, pero es desigualitaria en su base jurídico-política. En la actualidad, el ejemplo más sangrante de las concepciones etnocráticas es el indisimulado supremacismo del presidente de USAmérica, Donald Trump, y sus discursos del odio y sus políticas del miedo.
Las naciones que integran el Estado plurinacional español, lo mismo que las europeas, entendidas desde la perspectiva democrática, están conformadas por ciudadanías nacionales de identidad territorializada, con perfiles singulares marcados por la geografía y la historia, la lengua y la cultura, la economía y el derecho, además de por la política, de modo que sus miembros se identifican como comunes en esas esferas sociales delimitadas de las que sienten que forman parte.
Hay naciones con Estado y sin Estado propio, agrupadas estas últimas en Estados plurinacionales por la “fuerza de la razón (democrática)” o por la “razón de la fuerza (antidemocrática)”. Y hay naciones “avanzadas” o “retrasadas” en su (auto)construcción, bien bajo la hegemonía nacional-burguesa bien bajo la nacional-popular. En relación al resto de naciones del Estado español, la nación canaria, además de formar parte del grupo de las menos desarrolladas en su autoconstrucción soberana, presenta entre sus rasgos más diferenciados e identificatorios un origen y desenvolvimiento colonial que ha ido mutando, pero que sigue siendo uno de los elementos de subordinación más negativamente identitarios en la actualidad (véase ‘Democracia’, ‘Pueblo’, ‘Mestizaje’, ‘Colonial, decolonial’ y ‘Dependencia’). (Continuará)
Esta entrada forma parte, con las adaptaciones y actualizaciones pertinentes, forma parte del volumen Libertad de actuar. Argumentos poli(é)ticos para el disenso, de Pablo Utray, publicado en noviembre de 2018 por las Ediciones Tamaimos.