Jorge Stratós es analista poli(é)tico y miembro del Clan del Don, un espacio de vida, pensamiento y diálogo compartido con otros heterónimos, entre los que se cuentan los filósofos J. Lapv y Pablo Utray, el activista político Jorge Guerra y el profesor Pablo Ródenas. Está a punto de aparecer un libro sobre Canarias de Pablo Utray, con el título de Libertad de actuar. Argumentos poli(é)ticos de disenso, en Ediciones Tamaimos. En esta entrevista apunta hacia el proceso constituyente que propone Utray, quien considera que tendrá que haber una segunda parte.
Desde hace mucho tiempo venimos hablando del presente y futuro de nuestra sociedad. Quisiera hacerte hablar sobre las salidas al “problema nacional canario”. Pero vayamos con un cierto orden. De entrada, ¿cómo ves la política de Canarias? Si no te crees a los profesionales de la hipocresía, la mentira y el engaño, la política canaria está estancada, paralizada, congelada en el tiempo. Es un ir y venir para nada, un correr por una rueda giratoria que no permite que las Islas avancen como exigen las necesidades de la mayoría social menos favorecida. Lo peor es que así no hay perspectivas reales de que nuestros principales problemas encuentren solución. Ni en años, ni en décadas…
Explícate… Estamos en el otoño de 2018. Pongamos las luces largas y hagamos una comparación. El justo pleito catalano-español se está recrudeciendo de nuevo. En septiembre, Josep Borrell, ministro de Asuntos Exteriores del nuevo Gobierno español y conocido catalán inserto en el españolismo, declaró en Nueva York que esa contienda no se resolverá en menos de 20 años. Dado que el conflicto arde ya en Catalunya (con gobernantes y ciudadanos catalanes presos y exiliados) y en Madrid, la cifra de 20 años impresiona. Si fuese así, habrá que pensar que el problema canario, visto también desde las pretensiones españolistas, no se resolverá en menos de 40, por imaginar un número adecuado para nuestro plano encefalograma político. Porque el nuestro es un asunto que no interesa para nada en la Villa y Corte metropolitana. A la casta española le viene bien que se perpetúe el silencio sobre nuestro retraso social, que es político, económico y cultural a la vez. Mientras el escaparate turístico no se venga abajo y con tal de que nuestros problemas reales no salgan a la luz, estarán satisfechos. Y sus compadres de la casta local, contentos de cómo les va en sus asuntillos. Están encantados de haberse conocido mientras gestionan la sucursal canaria.
¿Cuál es la situación estructural de la sociedad canaria? Las desigualdades económicas se acrecientan y apenas hay movilidad social. Nuestros ricos son cada vez más ricos e irresponsables. Y se mantiene el dolor, sufrimiento y vulnerabilidad de muchísimas personas. ¿Hablamos de la insuficiente atención a los niños y mayores? ¿Hablamos de los enfermos y dependientes? ¿Hablamos de los pobres o de la alta tasa de riesgo de pobreza, que afecta a más del 40% de la población? ¿Hablamos de las mujeres canarias, del maltrato y la violencia de género? ¿Hablamos de los desahucios? ¿Hablamos de los jóvenes y no tan jóvenes, que no encuentran trabajo ni vivienda dignos? ¿Hablamos de la precariedad laboral del pueblo trabajador? Una y otra vez se ratifica que nuestros indicadores sociales y ambientales están entre los peores del Estado español y de los Estados europeos. Pero todo ello no es más que un soniquete para la casta, un estribillo que acompaña a la folía del conformismo. Te digo más. Han pasado cuatro décadas desde que dejamos atrás el negro régimen dictatorial del 36 y se instauró el régimen democrático del 78, con sus claroscuros. ¿Cuál es la situación del autonomismo canario a día de hoy y cuáles son sus perspectivas? ¿Por qué no nos lo preguntamos y sacamos conclusiones? Tenemos unos gestores poco capaces para el cambio social y muy avezados en dejar las cosas como están, y una oposición institucionalizada e inercial. ¿Qué futuro le espera a la mayoría de la sociedad canaria con ellos al frente? ¿Seguimos esperando otros 40 años más para ver si los auténticos problemas se resuelven solos?
Te veo pesimista… Todo lo contrario. De ninguna manera debemos permitirnos ser pesimistas. Ni tampoco optimistas (¡cuidado con esos que van por ahí diciendo “yo soy optimista por naturaleza”: son expertos en esconder los problemas reales!). El pesimismo y el optimismo son filosofías psicologistas parecidas, que retuercen las expectativas que nos hacemos sobre la realidad, tirando de antemano a distorsionarlas, desde prejuicios en un caso negativos y en el otro positivos. Da igual uno que otro. Son desmovilizadores. En su desmesura, los pesimistas y optimistas caen, una y otra vez, en el error de no hacer nada, porque creen que nada se puede hacer o porque esperan que los problemas se resuelven solos. Se equivocan de lado a lado. Frente al pesimismo y al optimismo, mi receta es el entusiasmo individual y colectivo, y el compromiso realista en todo lo que se hace, defendiendo siempre en primer lugar valores como las libertades, los derechos y la equidad.
Pero hay que reconocer que Canarias ha cambiado mucho en los últimos cien años. Desde luego, faltaría más. Porque la dinámica histórica siempre está abierta, para mejorar y también para empeorar. Basta leer libros recientes como Bereberes contra Roma (de Alicia García y Antonio Tejera) o Identidad canaria (de José Farrujia) para comprender cómo fue nuestro pasado de opresión colonial. Es suficiente ver producciones de ahora mismo como el documental El huido (de Pablo Fajardo) para hacerse una idea de cómo eran las Islas cuando se impuso la brutal dictadura franquista. En fin, se puede leer UPC: 40 años de un sueño roto (de Enrique Bethencourt) para entender cómo se inició la mitificada transición a la democracia que tenemos. Pero optimismo sobre nuestro presente y futuro, tampoco. Llevamos décadas de estancamiento político, económico y cultural, de corruptelas y corrupción, de derroche de los dineros públicos, que hoy son los mayores de nuestra historia. Canarias ha cambiado muchísimo menos de lo que podía en el último cuarto de siglo, y a veces para peor. ¿Quién lo puede negar? Hay responsables de la situación: miremos hacia la insensata casta económico-política que acapara todos los poderes.
¿Crees que los canarios y canarias actuales tenemos miedo a la libertad? Para nuestro consuelo, el ser humano tiene un alto potencial de alegría de vivir, de entusiasmo y de resiliencia, a pesar de que la condición humana es trágica y contradictoria de por sí. Los canarios y canarias (con perdón de la Real Academia Española por tan grave desdoblamiento del género) sabemos bastante de los asuntos básicos del buen vivir: de la vida jovial y cooperativa, de la estima de la sencillez y de la resistencia a aceptar la absurda aceleración que nos imponen los vientos foráneos. Pero esto no quita que ignoremos, creo, bastante aspectos de la vida buena: sobre todo, la alta toxicidad de los poderes de dominación y las consecuencias letales de la mansedumbre, que a veces confundimos con la cordialidad y la tolerancia. De ahí que casi siempre hayamos consentido altas cotas de subordinación y de dependencia política, y no digamos ya económica y cultural. Y eso no es un consuelo, sino una condena. Estamos perdiendo nuestra vieja disposición a la solidaridad, aceptamos muy fácilmente las políticas del miedo transferido y lo interiorizamos como si fuera natural. Incluso cuando está disociado de cualquier peligro o amenaza real. Es el “miedo líquido” del que hablaba Zygmunt Bauman.
¿No me parece que confíes mucho en los partidos de izquierda para cambiar las cosas? En los actuales, la verdad es que no. Confianza, ninguna. Vaya por delante que la confianza es fundamental en la vida, aunque no nos demos cuenta. El término ‘confianza’ viene de la fe compartida. Por ejemplo, nos fiamos de que los aviones se eleven en el aire y aterricen en su destino sin ser ingenieros aeronáuticos. Es la fe en las tecnologías, con sede en la experiencia contrastada. Pero hay otras fes infundadas (religiosas, políticas, tecnológicas también), que no se apoyan en ninguna experiencia o que la misma experiencia desaconseja que las tengamos. Es el caso que nos ocupa de los sistemas partitocráticos, que hoy están en crisis en todo el mundo. También en Canarias. No me gusta señalar. Digamos que aunque abomino de la derecha, no es lo mismo tener una derecha civilizada y democrática que el engendro que tenemos. Digamos también, con humor, que tenemos una izquierda-aguachirre, sin sustancia, y una izquierda-cacao, confusa, con las que no se va muy lejos. Alguien me entenderá. ¿Es razonable confiar en ellas, dado lo que están haciendo y no deberían hacer, y sobre todo, dado lo que no están haciendo y deberían hacer?
¿Lo puedes ampliar? Seamos muy claros, entonces. Pregunto: ¿se debe apoyar a políticos y empresarios que se dedican de forma permanente a dar “una de cal y otra de arena”? Adelanto mi respuesta: no. Solo se deben apoyar las buenas decisiones, las buenas prácticas y los buenos hechos. Apoyar medidas políticas, económicas y culturales coherentes y razonables, no a políticos y empresarios que lo mismo dan una de cal que una de arena, que tanto hacen como deshacen. Sin embargo, una mayoría de gente, y también una mayoría de partidos y de instituciones, apoya —o al menos consiente, casi siempre mirando hacia otro lado— tanto lo que considera apropiado como lo que considera vergonzoso. ¡Es una realidad penosa, que expresa lo que significa la falta de juicio moral y de coraje político (individual y colectivo) para disentir de lo que se considera claramente injusto! Lo llaman posibilismo, pragmatismo, realismo. Pero no es ninguna de esas tres cosas. Es claudicación, conformismo, colaboracionismo. Y así nos va…
Me resulta todavía muy genérico… Algunas versiones completas del refrán de la cal y la arena dicen: “una de cal y otra de arena y la obra saldrá buena”, o “una de cal y otra de arena hacen la mezcla buena”, en la línea conformista y reaccionaria de tantas dichos del refranero. Sin embargo, por una vez la Real Academia Española ha precisado con acierto que ‘una de cal y otra de arena’ significa “alternancia de cosas diversas o contrarias para contemporizar”, siendo ‘contemporizar’ el “acomodarse al gusto o la voluntad de otra persona con algún fin, generalmente para evitar un enfrentamiento”. ¡Acabáramos! He ahí perfectamente resumido el lamentable estado de la cuestión canaria: una sociedad, una ciudadanía, un pueblo, unos partidos, unas empresas, unas instituciones… subalternas, que se someten a la voluntad de otros con el fin de evitar incluso los pleitos obligados. Y en concreto, el pleito que la nación canaria necesita abrir contra el Estado español. Así nos va y así nos irá.
Dicen que ya se está aprobando una reforma del Estatuto autonómico y de la Ley del REF. A eso también me refería. Desde el punto de vista jurídico-administrativo el retoque estatutario solo es una desfasada reforma de mínimos, un repeinado que se había otorgado hace más de una década a otras Comunidades autónomas de segunda, porque nosotros estamos en tercera división. Desde el punto de vista político-democrático el retoque no es más que una ratificación y un bloqueo del régimen autonómico del 82, para décadas. Y el retoque del REF no es más que una reactualización del modelo económico-fiscal de dependencia y subordinación nacional-colonial que padecemos. Lo grave es que —sin transparencia informativa, sin participación ciudadana y sin debate público— se está desaprovechando otra oportunidad para plantear nuestro problema nacional en el Parlamento canario y en las Cortes madrileñas. Lo que se necesita en el Archipiélago es mucho más. Es abrir en todos los espacios —y hacerlo de forma democrática— un pleito nacional-popular contra el Estado español, declarando que Canarias no está de acuerdo con su estatus subalterno de desigualdad.
Entonces tampoco estarás de acuerdo con la reforma del sistema electoral. Insisto, aunque las llamen reformas no pasan de ser retoques para que todo siga igual. Es sabido que el sistema electoral canario es muy injusto, una injusticia intencionada que también forma parte del estribillo de la folía conformista. Canarias es una sociedad que se levanta de modo inapelable sobre una doble realidad territorial: el Archipiélago y las Islas. Por eso los canarios y canarias nos hemos constituido socialmente con el doble vínculo identitario de la nacionalidad y de la insularidad. No es un inconveniente, sino una ventaja, una parte irrenunciable de nuestra riqueza vital. Todo lo que sea privilegiar a una de esas dos realidades es negar a la otra. Pero el sistema partitocrático actual se niega a que haya dos circunscripciones para votar al cincuenta por ciento, la nacional y la insular. El retoque electoral apenas cambia nada. Apoyar que no haya, en igualdad de condiciones, votación a una lista nacional y a una lista insular no es más que atentar contra la posibilidad de que nuestra sociedad se institucionalice de forma realmente democrática como una única y plural sociedad nacional, con todas sus consecuencias. El objetivo político es claro: truncando la identidad nacional y desorbitando las identidades insulares la casta sigue promoviendo las contiendas insularistas. Malos pleitos insulares antes que un único buen pleito nacional contra el Estado y la casta que lo monopoliza.
De repente me doy cuenta de que nos hemos quedado casi sin tiempo y sin espacio. Necesitaremos una segunda parte para finalizar como se debe esta entrevista. ¿Hay salidas para nuestros problemas? Tan claro como el agua clara. Hay auténticas salidas, salidas políticas sencillas, al menos en teoría. Más difíciles en la práctica, desde luego —a fin de cuentas la práctica es la que manda, incluso en la teoría. En primera instancia, todo es cuestión de respeto y de democracia. En última instancia, todo será cuestión de solidaridad y de justicia… Pero no se puede ignorar en ningún momento algo que siempre termina olvidándose: que el pueblo canario solo puede contar consigo mismo para resolver sus propios problemas. Nadie de fuera de las filas populares va venir a echar una mano en esta tarea.
A ver… Necesitaremos abrir un proceso constituyente canario, darnos a nosotros mismos normas e instituciones que nos constituyan como individuos y como sociedad democrática y soberana. Hay que partir del conjunto de cuestiones sin resolver en la vida de la mayoría social de las Islas —que son problemas de subsistencia, primero, y después laborales, sanitarios, educativos, culturales, etcétera. Esas cuestiones conforman el problema nacional canario, que no es más que un todo articulado por las necesidades improrrogables de la gente, sus justos intereses y sus demandas democráticas, sectoriales y generales. Son cuestiones generadas por la dependencia y por la subordinación político-económica de nuestra sociedad nacional-colonial. Resolver el problema nacional canario es entonces el gran objetivo ético-político del movimiento nacional-popular canario. Pero la realidad es que ese movimiento ahora no existe.
¿Y entonces? Crear un amplio movimiento socio-político con ese gran objetivo poli(é)tico forma parte del problema que necesitamos encarar e ir resolviendo. Esto es: construir el agente colectivo imprescindible para llevar a la práctica esa agenda pública, sabiendo, además, que si el agente se separa de la agenda desaparece esta y perece aquel. Ahora no se está trabajando como se debe —te lo decía antes— en su construcción. Hacer las cosas de arriba-abajo —lo típico de las cúpulas de mandamases, sin renovar o renovadas— no sirve de casi nada. Hay que hacerlas de abajo-arriba, en una red social de asociaciones de base, organizadas y coordinadas de forma horizontal y transversal. Sin cimientos, suelos y paredes no hay techos, azoteas y tejados. ¿Tenemos esa red, es decir, ese movimiento y ese objetivo? No. ¿Por qué? La respuesta está dicha: una oposición institucionalizada que no cumple su función es una oposición que usurpa un espacio que no le corresponde e impide la construcción de la agencia y la agenda nacional popular.
¿Cómo habría que proceder? La creación de un movimiento democrático que afronte nuestro problema nacional no puede más que arrancar de la explicitación del problema declarando un buen pleito nacional al Estado. Al tiempo, ha de proponer el procedimiento para encarar y encauzar el pleito, pues las soluciones deben surgir de la práctica cívica, no por mandato de ninguna autoridad ni de ningún iluminado. Se trata de poder elegir y decidir colectivamente, no de imponer esta o aquella supuesta solución. Y no hay más procedimiento válido que la participación ciudadana con deliberación pública. La capacidad de decidir se llama soberanía, gobierno de sí mismo, autogobierno. Hemos de conquistar, por tanto, nuestra soberanía nacional, nuestro derecho a decidir… y ejercerlo. Eso es autodeterminarse, un derecho que solo se puede realizar si se hace de forma democrática, pluralista e incluyente. La solución al problema nacional pasa, pues, por la apertura de un proceso constituyente canario. Ya seas autonomista o no, ya seas dependentista, independentista o no dependentista, si eres demócrata tendrás que permitir y desear que la ciudadanía decida democráticamente cómo resolver su propio problema nacional y sus propios problemas sectoriales. Es por todo esto por lo que digo que la alternativa democrática para Canarias es un proceso constituyente autodeterminista del que ha de surgir de forma soberana la Constitución democrática de todos.
* Esta entrevista apareció originalmente publicada en la Revista El Bucio número 0, de venta en librerías.