A finales de junio de 2018 tuve el placer de asistir al encuentro de filósofas[1] “Shifting the geography of reason XV: Ways of knowing, past and future, con el objetivo de “subvertir la geografía de la razón”. El congreso lo organizaban la Caribbean Philosophical Assotiation (CPA) y la Société Sénégalese de Philosophie (SOSEPHI), y tenía lugar en la universidad Cheik Anta Diop de Dakar. Me alojé en una hermosa calle de un barrio cercano al mar, un barrio que se estaba gentrificando (y en Dakar eso quiere decir “blanqueando”) como tantos otros de la ciudad, y del planeta.
El congreso comenzó antes de comenzar. Quiero decir que, un día antes, nos reunimos todas en la isla de Gorée para mirar al horizonte. Gorée es conocida por ser la escala última de esclavos venidos de diferentes partes del continente africano antes de cruzar el atlántico. Aquel día cuerpos diversos, la mayoría venidos de diferentes partes del sur global, la mayoría de ellos afrodescendientes, nos concentramos ante la trágica puerta del no retorno. Las lágrimas corrieron por algunas mejillas y ese fue el punto de partida: el pasado, el dolor, la barbarie.
Ese día Senegal ganó el partido en el Mundial a una pálida Polonia y se oían tambores. Comimos platos deliciosos e intentamos mirar hacia América con la cabeza alta, rindiendo una suerte de tributo al cementerio sin lápidas que yace en el fondo del océano. Después de las lágrimas, la reconstrucción. Arar el pasado para una mejor cosecha, como decía Walter Benjamin. Un trago refrescante de bissap y a por nuestra época, a por el tiempo que nos han dado.
Yo era la única canaria en aquel encuentro. No esperé a mi ponencia para enredarme con otros cuerpos en ese tejer y destejer un atlántico lleno de trasvases. La pregunta por mi origen ya implicaba un tipo de respuesta que ponía en cuestión la geografía habitual de la razón. Muchas veces me preguntaron de qué universidad venía, presuponiendo Europa o Estados Unidos, sin imaginar siquiera que pudiera estar tramando en aquella subversión desde un lugar tan pequeño, tan lejos de los grandes centros de producción del conocimiento, e incluso del contraconocimiento.
Presentar a Canarias en sus coordenadas geográficas e históricas concretas ya desafiaba el canon de muchas cosas. El Caribe había sido tratado como punto cero de toda una serie de fenómenos clave en la historia colonial del Atlántico, y yo intenté quebrar esa visión, o al menos complejizarla. Invité a mirar África con otros ojos, no exclusivamente como vórtice de un comercio triangular sangriento, sino como lugar de experimentación, hibridación y resistencias. Invité a mirar hacia sus archipiélagos, y en concreto a Canarias, como punto de partida idóneo para pensar la modernidad colonial, y en particular sus procesos de criollización, desde sus inicios hasta sus últimas transformaciones.
Senegal aplaudió, literalmente, esta resignificación. Algunas personas del Caribe que estaban allí, también. De Brasil a Camerún, de Sudáfrica a las Islas Vírgenes, Canarias se dibujó sigilosamente en otros imaginarios atlánticos, con su idiosincrasia y complejidad, con su opresión y sus privilegios, para sumarse a este rumor descolonial.
La reconstrucción la culminamos bailando. A los ritmos senegaleses se sumaron todos los ritmos afros de las Américas, con sus contorsiones particulares, bajo la noche eterna de Dakar. El polvo que se colaba en todas partes y la brisa que refrescaba la avenida era, para muchos cuerpos, algo inusitado, pero para mi era un sentir familiar.
Ahora estoy de vuelta, con todos estos hilos tejidos que se enredan, incapaz de predecir el resultado final. Con la convicción de que estos contextos, aún con sus contradicciones, constituyen un espacio necesario para repensar mi disciplina, la opresión, mis privilegios y la vida misma.
Estoy de vuelta, pero mi corazón está más al sur. Mi corazón se quedó anclado en otra isla, una isla pequeña que es fórmula imposible de belleza y barbarie. Mi corazón se quedó allí sentado, midiendo el océano a la sombra de un baobab.
[1] El género femenino hace alusión en este artículo a todas las “personas”.
* La autora es Larisa Pérez Flores. Larisa Pérez es Licenciada en Filosofía y Doctora en el programa de Formación del Profesorado en la ULL. La investigadora recibió colaboración de la Fundación Canaria Tamaimos para acudir al congreso que relata en este texto. El artículo fue remitido a Tamaimos.com por correo electrónico para su publicación.