“Soy canaria, y naturalmente no lo sé, puesto que lo soy”. Así reformulo yo la frase mítica, o que debiera serlo, de Frantz Fanon: “soy un negro, y naturalmente no lo sé, puesto que lo soy”. Fanon venía de una isla llamada Martinica y al llegar a Europa descubre que, pese a lo que pensaba, no era un francés: era un negro. Entonces inicia una operación intelectual que tiene que ver con examinar la dialéctica que guía la construcción de nuestras identidades.
Encuentra Fanon que el colonialismo, como fenómeno histórico que afecta a la mayor parte del planeta, es imprescindible para analizar esta dialéctica. “Lo negro” aparece como anverso de lo blanco, como su defecto o su exceso, y así sucede también con otras identidades asociadas a espacios coloniales. Esta construcción genera una suerte de alienación que Fanon expresó con la metáfora de la máscara y el concepto de “mistificación”.
El autor antillano ejemplifica esta enajenación más tarde, en su obra de madurez Los condenados de la tierra, con el caso del argelino, condenado a mirarse a sí mismo a través de los ojos del colono francés. Los condenados son aquellos que han sufrido la explotación, la violación, el asesinato, de manera literal pero también en un plano simbólico, confinados a transitar una estéril zona del no-ser donde no pueden ser sujetos del discurso ni de la historia.
El “giro fanoniano” consiste en mostrar que el aparataje socieconómico colonial es indisociable del mental, y que si tenemos en cuenta sólo una parte la emancipación no puede ser completa. No en vano Fanon se dedica al estudio de la filosofía y de la psiquiatría occidentales, cuestionándolas radicalmente. No fue el primero, obviamente, en decir que el colonizado, afectado por una larga lista de negaciones, estaba enfermo. Algunos autores ya decían que el colonizado es patológico porque tiene el síndrome del niño que no abandona a su padre, y esto servía para justificar la tutela. Otros decían que la sublevación de colonizados se convierte necesariamente en locura colectiva, lo que justificaba la dura represión. Fanon coincide con estos postulados, pero también los supera. Considera que es la mímesis, como capacidad de negarse a sí mismo, la que produce patología en forma de enajenación. Esta enajenación habilita una actitud paternalista por parte de sujeto colonizador, mistificador pero también mistificado, de forma que son complementarias. Ambos, colono y colonizado, están enfermos.
Y así no sólo por parte del colonizador hay sentimiento de superioridad, también lo tiene el antillano respecto al africano o la canaria respecto a la latinoamericana. Se trata de ese pequeño momento de gloria de quien ha estado en lo más bajo de la escalera y de repente descubre que hay más peldaños debajo y que hay alguien sentado o sentada. La gran dicotomía se divide en subdicotomías que reconfirman la dicotomía inicial, colono-colonizado, inflingiendo siempre una violencia. La versión mental de esta violencia es la mistificación y su resultado la neurosis, al menos en su grado más leve.
Es una dialéctica de fácil comprensión. Yo, como mujer canaria, me inserto sin embargo de manera compleja en esta dialéctica. Fui adquiriendo conciencia de mi canariedad, como Fanon de su negritud, con los desplazamientos. Las dificultades que los otros y las otras tenían para ubicarme en un espacio identitario copado por el marcador “nación” me obligaron a hacerme las mismas preguntas que Fanon. Yo venía también de una isla y determinados elementos me delataban. Mi color de piel me desgajaba de la idea de lo “europeo”, mi acento me desgajaba de la idea de lo “español”, mi pasaporte me desgajaba de la idea de lo “latinoamericano”, mi cultura me desgajaba de la idea de “lo africano”.
Al mismo tiempo, yo era leída como una mujer. Tal y como el feminismo había revelado, yo transitaba una suerte de zona del no ser donde era también construida por defecto o exceso de la entidad “hombre”. Todo esto quería decir que, con respecto a un patrón euroblanco, yo era algo más al sur, formaba parte de un espacio mistificado por el colonialismo moderno, exotizado además de una manera significativa a partir de su cualidad insular y subtropical. Y en esta zona del no ser en la que yo vivía, mi isla, existía además una zona del no ser interna donde, como mujer, sufría la mistificación por parte de los propios colonizados.
Esto es lo que los feminismos de cuerpos racializados teorizaron como “doble opresión”. Se trata de una dialéctica de fácil comprensión pero, nuevamente, la tarea de la emancipación parece compleja. Los cuerpos colonizados, según Fanon, se enfrentan a la tarea de quitarse una máscara soldada a base de siglos de opresión. Este desenmascaramiento se lleva a cabo en términos antinómicos, dignificando y remistificando la identidad denigrada. La negritud, pero también los llamados “feminismos de la diferencia”, son claros ejemplos de esta respuesta antinómica. Coinciden además en sus reivindicaciones, porque “lo otro” de la masculinidad blanca no es otra cosa que un déficit de racionalidad. Quiero decir que negros y mujeres se encuentran reivindicando sensibilidad, intuición, sensualidad, y en general una conexión privilegiada con esa naturaleza de la que la modernidad escindió al espíritu. El problema, claro está, es esta nueva esencialización, anclada en la lógica binaria de la modernidad colonial.
Desafiar esta neurosis de mujer colonizada, este distanciamiento respecto de lo que yo soy, implica desmistificarme como sujeto “mujer” y como sujeto “canario”. Para ello cuento con la inspiración de cuerpos feminizados y racializados que a lo ancho y largo del globo han propuesto claves más complejas para abordar la identidad: encrucijadas, intersecciones y también otras palabras intraducibles que datan de épocas precoloniales y escapan de la lógica binaria. Estos cuerpos tuvieron que crear o recuperar estas categorías porque tanto el anticolonialismo como el feminismo los habían invisibilizado, recreando las mistificaciones coloniales.
En mi caso concreto, como mujer canaria, ¿qué es lo que me encuentro al quitarme la máscara del nacionalismo español? Recurro al discurso necesario de una nueva identidad nacional, ora caribeñizada, ora africanizada, y me encuentro con el relato del nacionalismo canario. Pero, ¿es este el rostro o la máscara? Para Fanon el problema con la cultura colonial y anticolonial es el mismo: se toma como un resultado y no un proceso. Todas las formas culturales tienen que ser miradas críticamente y concebidas como modificables, esto es, como máscaras. Las formulaciones nacionales también.
Para las colonizadas es más fácil esta mirada crítica, porque fueron excluidas de la reformulación anticolonial. Pero entonces, ¿dónde está el verdadero rostro? ¿qué es lo que se esconde bajo la máscara del nacionalismo canario? La respuesta podría ser “nada”. La estimulante teoría queer nos invita a esta lectura licuante, según la cual la división sexual ya es mistificación, y a partir de ahí todo lo demás. Pareciera sugerir, tras la deconstrucción, una posmoderna proliferación de identidades que se reiventan a placer, como en Carnaval. Pero yo en esto soy más de dialéctica fanoniana. Creo que la reinvención es a fuerza de violencia, física y/o simbólica, y que no es una “libre elección”. Ni siquiera en Carnaval.
La “nada” sólo es promulgable por quien está en la zona del ser. La reinvención, de hecho, nos obliga a mirar hacia el pasado, porque la tabula rasa no se puede reimplantar. Pero el verdadero rostro bajo la máscara no es un rostro antiguo, que por lo demás nunca fue puro. En la zona oscura de la luminosa empresa del colono yacen ocultos los restos orales, femeninos, artesanos, que vuelven sincrética nuestra cultura colonial. Se trata pues de llevar a nivel consciente, por decirlo en términos psicoanáliticos, las diversidades y resistencias que operan en nuestras identidades.
Podríamos hablar, con Enrique Dussel, de un universo, más que posmoderno, transmoderno, donde encontrarnos con aquello que lo colonial condenó: el sentimiento, la impureza, la particularidad, la vulnerabilidad, el cuidado. En vez de un universo queer, individual, andrógino, laico, esterilizado, otro universo hecho de identidades con ecos colectivos, manchadas de tradición, misticismo, animalidad. En vez de no-lugares e identidades nómadas, fronteras violentas y siglos de diáspora.
Soy canaria, y naturalmente lo sé, porque el espacio y el tiempo me conminan a serlo. No puedo ni quiero reducir a un único contenido esta diferencia que es la canariedad, criollización viva que estalla a cada paso en mi pecho. No lucho por un desvelamiento final, sino por ser reconocida en mi máscara particular. Esta máscara es sincrética, comporta opresiones tanto como privilegios, pero sobre todo es la puerta de entrada a eso que llaman “soberanía”. No eres libre cuando acabas con toda mistificación, eres libre cuando sabes lo que te determina.
*El texto es deLarisa Pérez Flores, Doctora en Filosofía por la Universidad de La Laguna. El texto apareció en el número 0 de la Revista El Bucio, de venta en librerías.