
La reciente polémica acerca del 75% de descuento en los billetes aéreos para residentes canarios con destino a algún aeropuerto español plantea no pocos interrogantes. Muchos de ellos fueron abordados en el artículo de Raúl Vega “El relativo impacto del 75% y otros culebrones”. No somos pocos los que pensamos que el fondo del asunto debe ser puesto en cuestión por completo. En cualquier caso, como tal objetivo excede el propósito de estas líneas, quiero ceñirme a un aspecto que, como suele suceder, no es exclusivamente lingüístico. Ha abundado en este debate la expresión del objetivo declarado de “acercarnos a la Península”. Ibérica, se entiende. A veces se la ha hecho casi sinónimo absoluto de “conectarnos con el mundo”, dejando caer de paso ideas acerca del cosmopolitismo, la globalización, un mundo sin fronteras, etc. ¿A qué esta retórica?
En mi opinión, no estamos sino ante la reformulación del viejo mantra de “los canarios estamos alejados”, por el cual, el resto del mundo, “peninsulares” a la cabeza, estarían cerca y nosotros, lejos. Así, cualquier pretensión de permanecer integrados en las dinámicas internacionales pasaría por la mediación española, bien sûr. Y esto en un país que es una potencia turística con unos doce millones de visitantes anuales. Curiosa forma de ver el mundo. En mi infancia de pibe de barrio capitalino nunca sentí tal lejanía, la verdad. Crecí sin ese complejo, aunque ya se ocuparon en la escuela pública canaria de inocularme todos los demás: inferioridad, torpeza lingüística, inseguridades varias, etc. Pero nunca me sentí lejos. Todo lo que me importaba quedaba cerca y mis referencias internacionales también rondaban cerca en mi muy cosmopolita lugar de nacimiento. Mucho más cosmopolita que la meseta ibérica que pude conocer después.
No fue hasta que la clase política canaria se empeñó en meternos en la Unión Europea con calzador, eligiendo ellos, sin consultar con nadie que no fuera la clase empresarial, la fórmula que beneficiaba a la élite agrícola platanera y perjudicaba a los sectores populares, que empecé a oír hablar de la lejanía, el alejamiento, la ultraperificidad, etc. Un baño de distancia que deprime a cualquiera, que nos resta cualquier atisbo de igualdad pues nos hace interiorizar que nosotros nacimos lejos, de ellos. Cualquier posible derecho, compensación, reparación, desagravio, etc. se empezó a justificar entonces en base a la lejanía y, claro, nada como el acercamiento para arreglar semejante estropicio. Por eso es forzoso «acercarnos» a la metrópoli y, aunque las ventajas de una medida así son obvias para tanto canario expatriado (¿por qué hay tantos?) y para que nuestros productos compitan en igualdad de oportunidades fuera de casa (ya que dentro tienen que competir muchas veces con tanto producto de fuera subvencionado por el REA), no caeré en la ingenuidad de desconsiderar la trastienda de todo esto, de una medida que nació para desagraviar a tanto funcionario español desterrado (¿por qué hay tantos?) en estas ínsulas africanas y no para beneficio nuestro. No lo olvidemos.
Casi le dan ganas a uno de empezar a cuestionar el mantra en sí mismo. Por ejemplo, buscando billetes de avión que no pasen necesariamente por Madrid (y sí por Lisboa, Faro, Azores, Casablanca, etc.) para “conectarnos” con ese mundo del que, por lo visto, este archipiélago atlántico, base de la globalización de la Modernidad desde prácticamente el siglo XV, estaba desconectado. A lo mejor más de uno se lleva una sorpresa, también en el bolsillo.