
Maruja ni tenía edad, ni quiso nunca encariñarse. La Maruja de Galeano, se pasó la vida sirviendo, mirando al suelo cuando se le hablaba, como contando hormigas. Para Maruja, todos los días fueron 8 de marzo.
Si Maruja fuese canaria sabría, lo que Maruja, de sabeora siempre supo, que haciendo un trabajo análogo al de cualquier otro hombre cobraría en torno a 3.100 euros menos que éste. Lo que ahora llaman brecha salarial, para Maruja es lo que siempre fue, ser mujer.
Si Maruja leyera -que no todas las Marujas del mundo dichoso pueden-, leería que son muchísimas las causas de esto que ahora llaman brecha salarial. Se las enumerarían en subjetivas y objetivas. Le dirían que, por ejemplo, una de las causas subjetivas de aquello de la brecha salarial estriba en la clasificación y la denominación de los puestos de trabajo, en tanto que se minusvalora, de forma socialmente aceptada, aquellos puestos de trabajo profundamente feminizados. Le dirían que, como consecuencia de ello, ante puestos de trabajo análogos -aunque de sectores diferentes-, aquellos realizados por hombres gozarían de complementos salariales de naturaleza superior. Así, se valorará y se complementará de forma superior la penosidad, nocividad o peligrosidad de un carretillero, al de una Kelly que limpia 20 habitaciones y que corre por pasillos o baja -y sube- por escaleras mojadas.
Además, también le dirían, -aunque esto también lo sabe- que son ellas las que sufren de mayores contratos temporales -con peores condiciones económicas-, y las que -también- sufren de mayores Índices de contratación a jornada parcial, sumado todo ello a que son ellas las que más se sacrifican en el cuidado y la atención familiar.
De esto último Maruja entiende, porque si hay un sector profesional, un sector de ocupación, profundamente feminizado es el de las Empleadas del Hogar. Y hablamos de empleadas del hogar porque son, fundamentalmente ellas, las que copan las cifras de este régimen de la seguridad. Así, en Canarias, nos encontramos que de la media del mes de enero de este año 2018 de los afiliados en alta en el citado régimen, de las 10.304 personas que de media estuvieron de alta, 9.613 eran mujeres.
Es decir, que más del 90% de los trabajadores de alta en Canarias en el otrora Régimen Especial de Empleados del Hogar, son mujeres. Lo que -per se- es prueba suficiente para entender la precariedad, la penosidad económica y la falta de Derechos que sufren la inmensa mayoría de estas 9.613 mujeres. Todo ello sin olvidar a las otras miles azocadas en la más mísera economía sumergida.
No es ni muchísimo menos casualidad que sea el de las tareas domésticas el sector de actividad sociolaboral más feminizado. Son ellas las encargadas, de forma mayoritaria, de la limpieza y de la atención y cuidado de niños y mayores. Como tampoco es casualidad que de la propia feminización de estas tareas, sea el de las Empleadas del Hogar el sector laboral más precario y el que sufre, con total seguridad, mayores tasas de economía sumergida. Todo ello sin olvidarnos de que se trata del Régimen de la Seguridad Social con peor acción protectora para los trabajadores por cuenta ajena (las trabajadoras de alta en el citado régimen carecen de Derecho de desempleo).
Ante esto, ante esta situación de desprotección sistemática de estas miles de mujeres trabajadoras (las que están en alta y la inmensidad que no) debemos preguntarnos qué podemos hacer desde aquí. Así, deben empezar a preguntarse nuestra administración autonómica y nuestras administraciones locales qué pueden hacer, en el ámbito de sus competencias por reconocer, profesionalizar, formar y otorgar de renta y protección social suficiente a estas trabajadoras.
Contamos con los instrumentos y proponemos tres medidas de luces largas y de efectiva implementación.
- Reestructurar los planes de empleo municipales incluyendo en los mismos la atención sociosanitaria:
Hasta ahora nuestras corporaciones locales han enfocado los planes de empleo municipal en la creación y mantenimientos de infraestructuras y bienes comunitarios. Estos planes de empleo han servido para dotar de renta y formación a miles de trabajadores desempleados que han visto en esta forma de empleo una tabla de salvación a la situación de precariedad -cuando no de exclusión- que sufrían. Además, han servido para la creación y mantenimiento de infraestructuras y espacios comunitarios, lo que ha mejorado, de forma objetiva, la situación de los mismos, incidiendo de forma directa en el bienestar comunitario.
Una vez hecho esto, es el momento de que estos planes de empleo den un salto cualitativo en cuanto al servicio social que realizan, y ello ha de hacerse incluyendo la atención sociosanitaria.
En una sociedad envejecida como la que vivimos, el cuidado y la atención de los mayores debe ser un objetivo municipal -y público- de primera magnitud. A su vez, estos planes de empleo deben venir acompañados de formación práctica y teórica que mejoren la capacitación y la formación de las trabajadoras objetos de los mismos. Cuanta más capacitación y formación, mayor profesionalización. Cuanto mayor profesionalización, mayor renta.
- Subvencionar las cotizaciones a la seguridad social de las Empleadas del Hogar:
Como decíamos más arriba, si hay una característica definitoria de las Empleadas del Hogar es la falta de alta y cotización a la seguridad social, es decir, la condena a la economía sumergida.
En un sector de actividad en el que la acción inspectora de la Seguridad Social es tremendamente ineficiente -por motivos obvios, como que el trabajo se realiza en casas de familia y que el mismo es de difícil prueba y justificación- nos encontramos con que tenemos a muchísimas mujeres subsumidas en la oscuridad de la economía sumergida.
Es por ello que debemos establecer planes de subvención de cotizaciones de empleadas del hogar, mediante el que se subvencione las citadas cotizaciones a aquellas familias con insuficiencia de recursos que necesiten de esta figura para cuestiones tales como el cuidado de mayores.
Es una responsabilidad de carácter público luchar contra la situación generalizada de desprotección social que sufren estas trabajadoras.
- Establecer planes de formación específicos y gratuitos para Empleadas -y desempleadas- del Hogar.
Como decíamos en el punto primero, debemos valorar, reconocer y equipar los trabajos realizados por las trabajadoras domésticas. Y esto, además del reconocimiento social necesario, lo debemos hacer a través de la formación y la capacitación de estas trabajadoras. Así, las administraciones públicas deberían establecer planes de certificación profesional específicos para empleadas y desempleadas del hogar.
Debemos proveer a estas miles de trabajadoras de una certificación académica que acredite su capacitación y formación en el sector en el que se emplean.
En definitiva, es necesario reclamarle a nuestras administraciones el impulso necesario para sacar del más siniestro de los olvidos a estas miles de trabajadoras y ello solo lo podremos hacer desde el reconocimiento, la valoración, la formación y la profesionalización.
No nos olvidemos de Maruja.