Nadie puede negar que los últimos años en la política han sido especialmente intensos. Es remarcar lo obvio que el contexto de crisis económica vino a trastocar todo, también la política. Los partidos de siempre también sucumbieron a la degradación que vive el sistema que ellos mismos ayudaron a crear.
El mismo marco de relaciones de poder que surgió de la transición primera, galvanizada por la constitución actual y perfeccionado en la transición segunda, marcada por el uso del Estado mediante el “turnismo” en el poder de los dos partidos hegemónicos, PP y PSOE, está cuestionado y, hoy por hoy, aunque debilitado, logra subsistir sujeto a fuertes contradicciones.
Era de esperar, como sucedió en otros lugares de nuestro contexto que, ante esta situación, se articulasen movimientos de respuesta que opusieran su propio relato y que intentasen cualquier tipo de respuesta electoral frente al desastre que hemos estado sufriendo en los últimos años.
En ese momento y después de construir en el imaginario colectivo referentes como el 15M, que, en el caso concreto de nuestra tierra, tiene más de mitológico que de cierto (en lo que a su peso real, me refiero, y sin quitar ningún mérito a los que le dedicaron su esfuerzo), surge Podemos, que en poco tiempo agrega a sus compas de franquicias locales.
Es necesario remarcar que aquí, fruto de las mismas tensiones que afectaban al sistema, pero agudizadas hasta la pantomima por la propia realidad colonial (disculpen, ahora no me viene a la cabeza otro término más posmoderno), ya existían en nuestra tierra experiencias previas que trataban de enfrentar con su esfuerzo y su discurso a lo dañino de dicho sistema.
Todos lo vivimos, fue palpable. El surgimiento de esta fuerza que vino a ocupar el espacio político causó ilusión, fue evidente, pero también convulsionó a todas las fuerzas que estaban compitiendo por ese mismo espacio.
En ese momento, para algunos, se desató la carrera por subirse al carro y se hicieron, en algún caso, patentes las más bajas pasiones humanas.
El voluntarismo y la dedicación convivieron con la lucha de egos y las ambiciones. Ese espacio fue el campo propicio para que las viejas rencillas de la politiquería local de toda la vida se volvieran a escenificar. Las viejas familias, los antiguos compañeros, los que hoy colocados en sus despachos de funcionarios o de sindicalistas llevaban expropiándose para ellos a la izquierda de este país, por lo menos desde la transición, tomaron los puestos de poder, ayudados por sus corrientes de intereses y porque en una colonia todo es colonial y también es un rasgo identitario la reverencia al caciquito de turno, aunque este sea una versión pasada por la lavadora-secadora.
Este proyecto se ha materializado en una serie de propuestas descafeinadas, en la mayoría de los casos no muy originales y casi siempre insuficientes. Han desistido de combatir el régimen del 78 y se han decidido a reformarlo.
Si les parecen duras e injustas mis palabras y, seguramente puede que lo sean, por gruesas y no por falsas, hablen con ellos de lo que piensan los unos de los otros, esto les parecerán piropos.
Nadie hoy puede obviar que esa ventana de oportunidad que supuso un espacio político capaz de capitalizar el descontento (toda la vaina esa de los indignados y tal, que ya no se nombra), que contó con el apoyo, evidente, de una buena parte del propio sistema que entendió que podía haber una izquierda que lo cambiase todo, para en el fondo no cambiar tanto (¿no lo habían hecho ya con el PSOE de la transición?) está hoy cerrada, o por lo menos esta con la aldaba puesta, vamos a dejarlo así.
En este contexto económico y social, buena parte de los jóvenes que estamos rondando la treintena, acabamos directos a la precariedad. Expulsados del mercado laboral, en muchos casos con toda una vida dedicada a la formación que hoy se ve como un recurso inútil que no nos es suficiente para proveernos de los medios que nos permitan desarrollarnos como individuos independientes y con un proyecto de vida autosuficiente.
Puedo contarles que muchas personas de mi generación, y pongo como ejemplo a la gente con la que he compartido años de implicación en la política, nos hemos encontrado así en lo personal y en lo político: tenemos la sincera sensación de estar huérfanos de referentes a los que agarrarnos.
Seguramente una de las consecuencias más evidentes de todo lo sufrido es que hemos sido invisibilizados. Estamos alejados de ser partícipes del actual momento tanto en lo laboral como en lo político, fue la oportunidad de construir nuestra vida, de construir espacios para luchar por nuestros ideales y no fue posible. Por lo que sea, no pudimos, en lo que debía de ser nuestro lugar y momento estaban otros, esas señoras y señores maduros que ya se conocían desde los 70.
Pero, ¿qué vamos a hacer? Es una sensación compartida, con todos los compañeros y compañeras con los que hablo, con los que comparto muchas cosas (edad, formación o militancias varias), que necesitamos articular un instrumento útil para hacer política y siempre las conversaciones suelen terminar con las mismas conclusiones:
Necesitamos entender que, aunque no del todo organizados, somos un montón de gente diversa que forma parte de algo al que aún no hemos puesto ni nombre ni le hemos encontrado función.
Que estamos dispuestos a participar en un proyecto propio y no sucursalista. Que hable en claves de defensa de todas las soberanías, la política también y por delante. Que no queremos caer en los errores del pasado y volver a escenificar uniones ficticias que no sirvan para nada más que para más de lo mismo. Ni a ayudar a apuntalar ningún proyecto ni participar en “mareas” que no es más que replicar modelos exóticos planteados en otras claves.
Que tenemos la capacidad suficiente para organizarnos y servirnos del impulso que están suponiendo los diversos ejemplos locales que surgen en algunos lugares de nuestro país.
Que somos capaces de crear espacios amables, amplios y diversos que sirvan para que los que quieran construir un proyecto para Canarias entren a participar y los que no están de acuerdo con el actual proyecto de Estado encuentren también su lugar.
Que vamos a rechazar cualquier forma de liderazgo que trate de perpetuarse en las organizaciones, porque somos un montón de gente válida y porque tiene que ir por delante el respeto a los compañeros y compañeras que andan bregando hombro con hombro.
Que las actuales dirigencias de los partidos de nuestro ámbito están ya quemadas y que con ellos es imposible articular nada útil o que no responda a sus minúsculos intereses y que es hora de hacer esfuerzos por apartarlos.
Que nuestro espacio es el de los partidos hegemónicos, CC y NC y que tenemos que seguir desgastando esa hegemonía desde la base.
Que en las islas centrales podemos contar con el músculo suficiente para dotarnos de un instrumento electoral que sepa competir en las principales instituciones de Canarias, por su peso político y presupuestario, el Cabildo de Gran Canaria y de Tenerife o los ayuntamientos de las principales ciudades como, por ejemplo, La Laguna o Las Palmas y que podríamos obtener la cantidad de votos suficientes, aun no sacando representación, para alterar la actual relación de fuerzas. Podríamos convertirnos en un agente político con las ideas claras y ser capaces de mantenernos firmes en un propósito que resumimos de esta manera: estamos decididos a mantenernos firmes en la defensa de Canarias y no nos vamos a mover un milímetro de nuestros valores e ideales.
Hacer que cualquier acuerdo pase por que se admitan estos principios.
Confrontar. No esconder nuestro discurso, sino que enriquecerlo.
Yo estoy en esta línea y me atrevo a comentarla y proponerla porque sé que es a grandes rasgos una percepción general y estoy plenamente convencido de que ya estamos en el camino de empezar a labrar este campo fértil que pronto dará sus frutos.
Emiliano Oliva (Creando Canarias)