
El Estado prosigue con su proceso de erosión. El resultado es totalmente incierto, pero de lo que no hay duda es de que está cambiando delante de nuestras narices, aunque muchos todavía no terminen de verlo o reconocerlo. La crisis del Estado que estalla por Cataluña viene a ser la coda de la famosa Transición, que no acabó a principios de los años 80. Simplemente quedó dormida, sedada más bien. Mientras se recuperaban libertades, despegaba la economía y la gente de a pie experimentaba la mejoría en carne propia, aquello se dio por bueno. Entre ruptura con el régimen totalitario y reforma se optó por reforma, y sin embargo todos actuábamos como si la Transición hubiera sido ruptura, como si el franquismo hubiera quedado definitivamente atrás. El PSOE era un partido nuevo, sin rémoras, una página en blanco con todo por delante, con todo por hacer.
Pero reforma no es ruptura: la alternancia en el poder se estableció con un partido fundado por franquistas, que financia a franquistas, y evita condenar el franquismo. Todo con la connivencia del PSOE (ya no tan en blanco), bipartidismo obliga. La policía y la judicatura quedaron trufadas de personas que sirvieron al régimen. La sacrosanta unidad nacional, santo y seña de la dictadura franquista (tampoco la II República le hizo ascos), siguió siendo dogma inquebrantable en la nueva democracia española. En ninguno de esos elementos de continuidad de la dictadura ha habido apenas evolución en los más de 35 años de democracia que lleva España, pero la población sí evolucionó, al menos buena parte de ella. Era cuestión de tiempo que el modelo entrara en crisis y la Transición durmiente terminara por despertarse.
La cesión de competencias que conocemos como Estado de las autonomías no está exenta de virtudes, y aun así es un mal apaño para la realidad territorial del Estado. El problema de fondo: un estado igual a una nación. El dogma. Negar la realidad, negarse a un proyecto común. Ante el agotamiento del modelo, reaccionar con autoritarismo. La ultraderecha que creíamos marginal vuelve a aparecer en las calles. Los medios de comunicación nos sirven propaganda. Se cuestionan las autonomías. Se flirtea con la ilegalización de partidos. El peligro de involución es real y sólo la presión social y política de quienes no la queremos puede impedir una situación asfixiante.
¿Y en Canarias? Las élites criollas que tradicionalmente se han lucrado haciendo de bisagra entre el Archipiélago y el Estado están dadas al entreguismo centralista; los medios que controlan les hacen de correa de transmisión. Para muestra, la reciente polémica con la bandera tricolor en el estadio Heliodoro Rodríguez López, y la algo menos reciente en el Estadio de Gran Canaria. Aviso a navegantes. Los partidos generalistas cierran filas con la versión del Gobierno español o con el “patriotismo”. Coalición Canaria prosigue con su característico españolerismo rancio, he ahí si no la presencia de Clavijo como único presidente “nacionalista” en el desfile del 12-o, las infumables intervenciones en Cortes de Ana Oramas o la ofensiva y recalcitrante presencia del monumento a Franco en Santa Cruz de Tenerife, sin ir más lejos. Nueva Canarias toma algo más de distancia, pero sin definirse ni mojarse, al menos de momento, más allá de su senadora María José López.
Y sin embargo, si llega a darse el caso, hay algo que marcará la diferencia entre partidos españoles y canarios, incluida CC: los partidos isleños se pensarán muy mucho aceptar una devolución de competencias o un menoscabo en la autonomía de Canarias. Saben que la ciudadanía difícilmente aprobaría una recentralización, por mucho que se travistiera de reforma estatal necesaria. Pero para no dar pasos atrás se hace imprescindible que los canarios y canarias se movilicen y hagan presión sobre sus representantes, que les hagan saber que en el modelo estatal que surja de esta erosión no puede decidirse a costa de autonomía ni dejando de lado a Canarias, con la excusa de que no es una nacionalidad “histórica” como Andalucía, Cataluña, País Vasco o Galicia. Si precisamente a la historia hemos de atenernos, nadie tiene credenciales de mayor peso que fundamenten el derecho a decidir. Hagamos saber aquí y allá que no estaremos dispuestos a que otros decidan por nosotros.