Cataluña: no sé qué pesa más, si el interés, la ilusión, la empatía crítica con ese proceso transformador de sí y superador del Estado adocenado que nos tocó en (mala) suerte, o el hastío ante la cuasimonopolización de la actualidad informativa y la atención. Más que hastío, es frustración: cuando por fin se resquebraja el régimen del 78 y el Estado centralizador, los canarios ni estamos ni se nos espera. Nosotros aceptamos un rol totalmente pasivo y ellos, los pueblos ibéricos, nos ignoran activamente.
No comparto en absoluto la idea de que estemos ante un proceso constituyente que pueda traer una transformación de lo que es España, y que eso pueda beneficiar a Canarias. Para nosotros no se abrirá ninguna puerta. Primero porque nosotros no estamos empujando para abrirla, y segundo porque nadie abrirá ni una rendija para nosotros. Tanto España como las demás naciones del Estado, Cataluña incluida, comparten una misma idea de Canarias: Canarias no existe. Pedro Sánchez habla de plurinacionalidad refiriéndose a Cataluña, País Vasco y Galicia (a lo que Susana Díaz responde que Andalucía no es menos que nadie; todavía estamos esperando que los políticos canarios digan esta boca es mía). Unidos Podemos convoca una asamblea por un referendum catalán pactado y de entre todos los partidos y movimientos que se barajaron no se encuentra referencia ninguna a uno canario. El otro día un tertuliano radiofónico clamaba por el sueldo de políticos incapaces de cerrar la crisis abierta, sueldo que según él pagamos todos, “desde Cádiz a Girona” (los canarios se ve que no contribuimos).
Estos pocos ejemplos recientes dejan patente lo que ya sabíamos, que la identidad española no incluye Canarias (no hay nada canario en su narrativa). Lo que no se suele decir con tanta claridad es que las otras identidades del Estado la ignoran igualmente y no la perciben siquiera como posible aliada frente a la homogeneización españolizadora. No consideran que Canarias sea una nación ni tenga identidad propia como ellas, y esa es una concomitancia que tienen con España bastante inquietante. Desmiente totalmente el relato de supuesta “apertura” y “modernidad” de las otras naciones del Estado frente a la nación española. También encaja mal la narrativa que presenta Cataluña como un país expoliado cuyos recursos son extraídos para alimentar ambiciones ajenas con la abrumadora presencia que tienen empresas e intereses catalanes en Canarias: buena parte de la maquinaria turística canaria está en manos catalanas; empresas catalanas o gallegas se lo llevan crudo en materia de pesca cuando a la flota canaria se le coarta el derecho a faenar en sus aguas. Por exponer sólo dos casos flagrantes.
La identidad de las naciones “periféricas” del Estado tiende al esencialismo y reproduce así en buena medida el pensamiento binario de la identidad española que tanto critican por homogeneizadora y excluyente. Al menos en el caso catalán buena parte de esa “esencia” que supuestamente sostiene su identidad propia y diferenciada la fundamentan ellos en la lengua, el catalán. “Cultura catalana es la que se hace en catalán”, clamaba una traductora de catalán alemana ante la mirada aprobadora de Oriol Junqueras. Así, tienen cultura propia (y son nación) los pueblos que tienen “lengua propia”, dando un salto mortal dos siglos atrás para plantarnos en el XIX y el romanticismo alemán de Herder. Esta enajenación de la realidad es la que les lleva a considerarse “nación pata negra”. Seguramente es ese esencialismo excluyente mal disimulado lo que lleva en Cataluña a decir que lo suyo no es una cuestión identitaria (?!). Porque esa idea no narrativista de identidad es incompatible con el carácter abierto y dinámico con que suelen caracterizarse.
Es ese esencialismo el que ve una Canarias sin derechos. No tenemos derecho porque no existimos como pueblo, ya que no tenemos “esencia” ni cultura. Somos un mero apéndice, unos andaluces del sur, y ya se sabe lo que muchos piensan de los andaluces en la Iberia septentrional. Canarias es para las mentalidades ibéricas por igual un decorado vacío que les pertenece y que hay que aprovechar. En eso coinciden España, Cataluña, País Vasco o Galicia. Por eso no espero ningún horizonte transformador de la mano de Cataluña, ni de nadie. Nuestra transformación será canaria o no será.