A resultas de la espiral catalana, ha habido quien ha intentado comprender algo que debía resultarles incomprensible: ¿Cómo es posible que tantos catalanes no quieran ser españoles o permanecer dentro de España? A partir de ahí, el paternalismo ha venido en su auxilio: “estos jóvenes han sido adoctrinados por el nacionalismo catalán en las escuelas y de ahí que estén tan descarriados”. Ignoro la realidad del sistema educativo catalán y por prudencia no me meteré a hablar de lo que desconozco, pero sí hablaré de lo que conozco bien: el sistema educativo canario de los años ochenta y noventa. El que me adoctrinó.
Hice lo que entonces se llamaba la Enseñanza General Básica durante los años que van de 1980 a 1988 en dos colegios públicos de Las Palmas de Gran Canaria. En el primero permanecí tres años y luego, por cuestiones de organización, fui trasladado a otro colegio más cercano a mi casa. Durante mis primeros tres años vi cómo frecuentemente nos sacaban al patio a rezar en fila porque ETA había matado a no sé cuántas personas en sitios que malamente sabía ubicar en el mapa que presidía la clase y donde, cómo no, las islas estaban en su correspondiente Mediterráneo. También nos enseñaban villancicos y en mayo, flores a María, con su pertinente altarcito dentro de clase, cuyas velas, rigurosamente, encendíamos por orden de lista cada tarde. De vez en cuando, algún señor que debía ser importante venía a soltarnos su rollo sobre Hernán Cortés y las naves quemadas, la raya en el suelo, etc.
Otros días, la charla tenía que ver con el General Moscardó y aquel hijo infortunado que murió por España. El monólogo se aderazaba convenientemente con imperios donde no se ponía el sol y, en un alarde de modernidad, nuestra participación en el concurso “¿Qué es un Rey para ti?”. No se me olvida aquella excursión donde nos mandaron a callar porque se nos ocurrió cantar en la guagua “Me gusta la bandera”. “Esa canción, no” -decían atacadas aquellas maestras de la Sección Femenina. Supuestamente llevábamos unos cuantos años en democracia pero mis boletines de notas llevaban siempre el triste aguilucho fascista. Me libré del lavado de coco de la OJE, con sus tambores y cornetas. Debo decir que nadie me obligó a pronunciar de ninguna manera aunque sí recuerdo que un día llegó alguna oligofrénica obsesionada con lo bien que distinguía su marido, que era de Salamanca, entre la “ll” y la “y”, instándonos a repetir como ella lo hacía, imitando a su marido, que debía estar muy orgulloso. Y así llegué al segundo colegio.
Allí tuve algunas maestras y maestros más jóvenes, que compartían centro con lo que iba quedando del tardofranquismo. Me dieron alguna noción de Canarias, poca cosa, y, ciertamente, los contenidos dejaron de ser tan arcaicos como en los de mi más tierna infancia. Aun así, recuerdo perfectamente cómo a los mayores del colegio nos bajaron al salón de actos -básicamente, el comedor reconvertido- para ver por la tele como el actual Rey de España juraba la Constitución española al cumplir la mayoría de edad. Como pueden ver, nada adoctrinador.
Hete aquí que llegué al Instituto en 1988/1989. Tuve algunos grandes profesores. Es justo recordarlo. También recuerdo cómo el hecho de ser alumno de francés me incapacitaba automáticamente por alguna extraña razón para elegir la asignatura “Geografía de Canarias”. Mi gozo en un pozo. Para compensarme, una vieja maestra de la Sección Femenina me impartiría Hogar, donde aprendí algo que me ha sido muy útil con posterioridad: el punto bobo.
Me gustó el instituto pero no puedo olvidar aquella profesora de griego que intentaba que tradujera usando el “vosotros” y no el “ustedes”. Según ella, cuando se traducía, se hacía así. Después, graciosamente, concedía que yo podía hablar como quisiera, bueno fuera. Nunca supe qué extraña conexión histórica había entre el “vosotros” y Aristófanes pero yo no cedí a sus pretensiones. Me pregunto si usan el «vosotros» en Antofagasta para traducir al comediógrafo griego. Como tampoco cedí ante aquel profesor mesetario de francés que, indignado ante mi negativa a usar el «vosotros» con que me quería taladrar la oreja, me llamó “patriotero”. Viendo que no podía conmigo, usó una táctica muy inteligente que fue la de dedicarnos por entero a la traducción inversa. Me pasé todo COU traduciendo La casa de Bernarda Alba al francés.
Y bien, señoras y señores, he aquí un resumen apresurado de mis primeras etapas educativas. Estoy seguro de que todos ustedes atesoran anécdotas muy parecidas a éstas. Como pueden ver, no hay país que no intente adoctrinar a sus ciudadanos. Si además residen en una colonia de ultramar, con más motivo. No conozco ninguno que se establezca como propósito instruir a sus educandos en el pensamiento crítico. Por lo tanto, criticar a los catalanes por supuestamente hacer lo mismo que hacen todos los demás, españoles incluidos, no deja de ser una manipulación más de las tantas que vemos estos días. Pretender que el sistema educativo español es serio y objetivo y son los demás los que adoctrinan es ver la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio. Yo quisiera ver algún día una Escuela Canaria que nos hable, en primer lugar, de nosotros y nuestra tierra y, luego, de todo lo demás. No por adoctrinar a nadie sino por descubrirle aquello que los adoctrinadores de siempre ponen tanto empeño en ocultarnos.