
La deriva neoliberal de las sociedades del siglo XXI es una macabra realidad claramente palpable en aspectos como el difícil acceso al mercado laboral, la devaluación del trabajo o la brecha entre ricos y pobres. La derecha conservadora o democristiana se reparte la mayoría de los gobiernos europeos. La crisis, la llegada masiva de refugiados y el enemigo invisible del terrorismo, además, ha sido el caldo de cultivo de la aparición de populismos de extrema derecha en países como Hungría, Grecia, Ucrania, Holanda o Francia. En algunas ocasiones con tareas de gobierno, en otras con una importante presencia en la oposición. Ahí es cuando la derecha neoliberal se tiñe de salvadora, de estabilidad para los mercados y de mantenimiento del orden actual.
Se diluyen entonces las aspiraciones de cambio y se continúa por las sendas del recorte, de gobiernos técnicos, dominados por el mercado y las directrices europeas. La socialdemocracia compite con un discurso que se confunde con los conservadores y sus gobiernos son tan neoliberales como la propia derecha, no hay más que recordar a Matteo Renzi en Italia, que implementó medidas que firmaría el propio Berlusconi. La izquierda, cuando llega al poder como en Grecia, no aguanta el pulso al injusto sistema económico. Entonces tiene dos opciones: o desaparece o se amolda a las medidas europeas, como hizo Alexis Tsipras, la última gran decepción.
Un elemento que acerca los gobiernos a las teorías más xenófobas, radicales y basadas en la seguridad, es el miedo. El miedo al terrorismo, pero también el miedo a la exclusión de las poblaciones autóctonas. Si metemos en el saco a Estados Unidos, la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos, está basada en la aspiración de recuperar la economía norteamericana para los norteamericanos, aquella quimera de un mundo que con la globalización no volverá. Y no volverá, sobre todo, por elementos como la deslocalización de las empresas que las mismas entidades del presidente llevan a cabo.
En la disyuntiva que plantean entre derecha neoliberal o fascismo, este domingo tenemos otro capítulo. Los medios de comunicación y Europa han elegido a Enmanuel Macron como candidato predilecto. Partiendo de la base que la extrema derecha, como teoría basada en el odio al otro, es la opción política más despreciable que existe, Macron no es sino la implementación de una serie de medidas preocupantes. Entre el malo y el muy malo, el candidato de En Marche! planea la incorporación de la robotización al mundo laboral. “Lo digital no es una industria: es una transformación profunda de la forma de producir, consumir, aprender, trabajar; de vivir con sencillez”, ha indicado. En cuanto al estado social, señero en el caso francés, Macron apunta que “hay que liberar las energías, dejar de proteger a los que no pueden y no tendrán éxito”. Fue en un mitin del pasado 17 de abril.
Exclusión social
Cuando las políticas se basan en el principio de los mercados y no en el bienestar de los seres humanos, lo que provoca son distintos grados de exclusión social. Es un mal que recorre el mundo desarrollado, tras haber invadido a los países más pobres, mientras los ricos disfrutaban de su estado del binestar. Eduardo Galeano aseveró sobre el problema laboral del mundo moderno: «el dios del mercado amenaza y castiga; y bien lo sabe cualquier trabajador, en cualquier lugar. El miedo al desempleo, que sirve a los empleadores para reducir sus costos de mano de obra y multiplicar la productividad, es, hoy por hoy, la fuente de angustia más universal».
El sociólogo Anthony Giddens señaló en su libro «Sociología» que “la exclusion social alude a cómo los individuos pueden verse apartados de una completa participación en el conjunto de la sociedad”. Pone como ejemplo a las “personas que viven en un destartalado edificio de viviendas subvencionadas, con malas escuelas y pocas oportunidades laborales en la zona, se les puede estar realmente negando las oportunidades de mejora personal de las que dispone la mayoría de los miembros de la sociedad”. Por lo tanto, no es solo el acceso al mercado laboral. “Es un concepto más general que el de la pobreza, aunque incluya a ésta”, explica. De hecho, cita el estudio de David Gordon y colaboradores que distingue cuatro dimensiones de la exclusión social: la pobreza o exclusión de una renta o unos recursos adecuados, la exclusión del mercado de trabajo, la exclusión de los servicios y la exclusión de las relaciones sociales.
«Los pobres son el triple que los desempleados»
Nos venimos a Canarias, donde tenemos particularidades en el problema de la exclusión social y la pobreza. Santiago Rodríguez, comisionado para la Inclusión Social y Lucha contra la Pobreza, declaró en una entrevista en Radio Club Tenerife que “la pobreza es mucho mayor que los desempleados. Los pobres son el triple que los desempleados”. ¿Qué está pasando entonces? Personas que trabajan no llegan a final de mes y nutren las listas de personas excluidas socialmente. Rodríguez manifiesta que “personas con contrato de trabajo indefinido tienen riesgo de exclusión social”. Por lo tanto, el cariz del caso canario es tremendamente preocupante.
El comisionado para la Inclusión Social y Lucha contra la Pobreza achaca el problema a la deficitaria financiación autonómica, pero también al modelo económico imperante en Canarias que, considera, no va a paliar la situación económica. “No va a haber puestos de trabajo para todo el mundo en Canarias”. Entonces es cuando se da la paradoja: llegan extranjeros a trabajar a Canarias, traídos por empresas, una “situación que he criticado desde 2007 para acá”, admite el responsable de este organismo del Gobierno de Canarias. Sobre la formación en Canarias, desmonta el mito: “hemos tenido los parados más formados y no sirve para nada”. Y sobre la fractura social, la inmensa brecha entre ricos y pobres, considera que “hay que buscar fórmulas para el reparto de la riqueza, con medidas fiscales, etc.”.
Con el panorama dibujado por el comisionado, podemos extraer varias peculiaridades para el caso canario. En primer lugar, tener trabajo no palia el riesgo de exclusión. En Canarias la robotización no es un riesgo por el modelo económico, pero el peligro es más grave: el modelo económico no está capacitado para para corregir la exclusión social de parados y empleados. ¿Cuál es la solución para nuestro futuro entonces? En segundo lugar, una reflexión sobre la formación. Según Santiago Rodríguez no es un problema, «tenemos los parados más formados». Añadamos las personas formadas que emigran de nuestras islas, la generación más formada de nuestra historia. Nosotros, en cambio, importamos mano de obra. ¿Dónde está la lógica en ese modelo? Me atrevo a señalar la improvisación, las injerencias de empresas y la falta de un plan claramente definido, como posibles problemas.
En tercer lugar, la acción de gobierno del Ejecutivo canario va en la senda de la continuidad con este modelo, sin ningún reparo. Entre la negociación del REF, que favorece la fiscalidad de los más ricos cuando Rodríguez apunta como solución el aumento de la fiscalidad en los tramos más altos de renta, y la apuesta por el modelo fracasado del ladrillo, asociado a la Ley del Suelo, y el turismo, no hay visos de enmienda. Teniendo todo esto en cuenta y aceptando la aseveración de que «no va a haber trabajo para todo el mundo», el panorama es de exclusión social crónica. Con el 1º de mayo de por medio, ¿nos vamos a quedar de brazos cruzados con el dibujo de esta preocupante situación? ¿Dónde queda la negociación colectiva o la manida diversificación económica que nunca llega?