Hay palabras que debieran tener un valor más alto que otras; solidaridad, paz o amistad, son solo algunas de ellas. Unidad es otro de esos términos cuyo significado supera el meramente semántico. Llevamos toda la vida escuchando hablar de la importancia de la unidad en el ámbito familiar, laboral, deportivo… Y como no en el político, donde se repite hasta el hartazgo la quimera de la unidad de España, por otro lado la unidad del nacionalismo canario o la unidad de la izquierda. Son odas grandilocuentes alrededor de una palabra que es mucho más que un cúmulo de intereses forzados, en ocasiones un simple reclamo publicitario.
Desde Madrid se ‘dicta’ para estas nuevas elecciones una nueva unidad, la que conformarán Izquierda Unida y Podemos. Tuvieron que hacerlo en Madrid para que en Canarias se dieran cuenta de que era posible el camino ya iniciado por colectivos y personas en otras latitudes del Estado en los anteriores comicios. El mismo Coordinador de Izquierda Unida, Ramón Trujillo, supeditó el acuerdo con Meri Pita a las negociaciones a nivel estatal.
Pero esas cosas ya las sabemos. Las conocemos desde la década de los 70, cuando una parte de la izquierda tenía su mirada puesta en Moscú o en Madrid, pero nunca en Canarias. De aquellas disputas con la izquierda que sí pensaba en Canarias, buena parte de las discusiones en mesas de trabajo conjuntas, plataformas, etc. Estoy convencido firmemente que ambas partes tienen su cuota de culpa, ayer y hoy, y nunca por sentarse, hablar y compartir pareceres siempre es bueno. Quien más pierde, salvo honrosas excepciones, es el discurso canario, los que piensan cambiar lo local para luego construir un cambio global, aquellos que son definidos como chovinistas y cerrados por la otra izquierda. Algunos, vaya usted a saber si por complejo, se asimilan a lo que dice Fulanito de tal, secretario de no sé qué en Canarias, amigo o ungido del señor Menganito de cual, dirigente del partido en Madrid. Créanme si les digo que hay personajes de la izquierda que son más nacionalistas (españoles) que buena parte de la derecha.
Teniendo en cuenta los datos anteriores, estoy contento por la unidad de esa izquierda. Por fin están en el camino que querían y que yo creo que es necesario para sus intereses. Todo ello, pese a que la unidad a veces sirve para apartar a alguno o algunos, hay unidades que son en contra de, más que a favor de otros. En este caso, vicisitudes canarias aparte, es a favor de las directrices estatales marcadas por Iglesias y Garzón, lo cual, lo digo sin ironía, define muy bien a este sector de la izquierda. Los que están dentro de esas formaciones y piensan en Canarias como sujeto político (los menos, pero los hay), mucha suerte en su trabajo. Caminando en una dirección que no es la corriente principal del partido, se van a sentir como Ulises intentando llegar a su Ítaca natal, por lo que va a ser toda una hazaña. A la historia del asunto me remito.
La otra izquierda, la izquierda autocentrada, debe entonar el mea culpa. Primero por andar dispersa y sin rumbo, en ocasiones incluso con un sectarismo y un cainismo digno de estudio. En segundo lugar por permitir que las reivindicaciones canarias se hayan convertido en propiedad de un nacionalismo casposo, servilista y cuyo objetivo es llenar los bolsillos a los amigos. En tercer lugar por no haber sabido ilusionar a la sociedad canaria. Pasaron momentos difíciles, pasó el 15-M, del que se están cumpliendo cinco años, y vivimos manifestaciones históricas por un problema que solo era canario, el petróleo. Con esas oportunidades no nacieron alternativas claras, salvo honrosas excepciones locales o insulares.
En cualquier caso, no es momento de fustigamiento. No es tiempo de reeditar rencillas ni evitar unidades por enemistades. Las dos izquierdas son antagónicas en objetivos, hablemos claro. No hay atajos ni medias verdades. Cuando pones azúcar en el agua, el azúcar se diluye. Por lo tanto, la unidad es tolerar, sí, aceptar el debate y la opinión distinta, por supuesto, pero también tener claros cuáles son los objetivos de cada uno y evitar atajos que se convierten en laberintos. Si no tiene estas condiciones, la unión se llama imposición. Es el momento de definir claramente cuál es el camino. «Unidos sí se puede», pero con las cosas claras y con los discursos bien definidos.