Hay tres cosas que uno no puede hacer cuando se mueve en coche: leer, caminar y dejarse sorprender por un encuentro fortuito. Viene esta reflexión a cuento de los cambios que se están produciendo en ciudades como en la que vivo: Bruselas. Andan las autoridades ahora en el noble empeño de intentar reducir el uso del transporte privado, y de promocionar el uso de la guagua, el tranvía, el tren, la bicicleta y las dos piernas que Dios o la naturaleza (táchese lo que no proceda) nos ha dado.
Hasta hace un par de meses, yo era de los que iba a casi todos lados en coche. Aunque me saqué el carné bastante tarde -hace escasamente cuatro años- me había convertido en un ejemplar bastante representativo de la subespecie culocoche. Les confieso que, tras haber vendido el coche, siento que he ganado en calidad de vida: leo y camino más. Solo por eso, ya estoy contento.
Y no soy de esos que idealizan el transporte público y demonizan a los usuarios del vehículo privado. Lo segundo, creo que queda explicado por el simple hecho de que hasta hace poco yo era uno de los que cogía el coche a diario. Lo primero, es difícil cuando te tropiezas con frecuencia con guagüeros bruselenses que no saben lo que es decir buenos días a los usuarios, esperar a que un anciano salga de la guagua antes de cerrar las puertas o no conducir como si llevaran papas atrás en vez de gente. También recuerdo como, recién terminada la universidad, me tiraba hora y media en guagua todos los días para ir desde Tafira Baja a Agüimes (¡en menos tiempo se llega a Holanda desde Bruselas!); y es que había que hacer transbordo en El Hoyo (o en la Estación de Guaguas de San Telmo, como se dice ahora). Normal que mucho estudiante que vivía en el Sureste y tenía que ir todos los días a Las Palmas, terminara comprándose un coche para evitar esperas interminables.
Y es que de poco vale tener buenas intenciones si la red de transportes no es cómoda y con paso frecuente de vehículos. He leído con mucho interés los planes del Cabildo de Gran Canaria de potenciar el uso del coche eléctrico. Me parece una medida muy positiva, que podría verse potenciada por la cagada superlativa de Volkswagen con sus catalizadores trucados. Ahora que todo el mundo sabe que uno de los principales productores mundiales de automóviles, no solamente contamina más de lo que decía, sino que además mentía descaradamente sobre los niveles de CO2 que sus vehículos emiten a la atmósfera, no tendría nada de extraño que cada vez más consumidores (y empresas) viren la mirada hacia el uso de coches híbridos o eléctricos con la intención de contaminar lo menos posible. Esto, a su vez, conllevaría un abaratamiento de su precio de venta a medio y largo plazo. Un escenario muy plausible.
Hecho en falta, sin embargo, información sobre la política de transporte de la nueva corporación insular. ¿Se va a pontenciar también el uso del transporte público y de la bicicleta? ¿Queda definitivamente aparcado el proyecto de un tren para Gran Canaria? ¿Se va a potenciar la creación de espacios que den prioridad al peatón dentro de la ciudad?
Estas y otras preguntas las saco de unas notas que tomé el otro día en la guagua mientras recorría la Chausée de Wavre. Y es que -casi se me olvida- cuando iba en coche tampoco podía escribir. Otra cosa que salgo ganando.