Hace unos días ya que vengo mascando esta entrevista a Sergio Millares Cantero, concejal de participación ciudadana por la ciudad de Las Palmas. Y la vengo mascando porque no termino de encajarla. Sigo dándole vueltas a cómo alguien inteligente termina contradiciendo los términos de su propio razonamiento en la misma entrevista. Por más que trato no le encuentro explicación. Racional, se entiende.
Dice Millares que «sin memoria no hay criterio. Una sociedad condenada a la amnesia es una sociedad fácilmente manipulable, incluso en el lenguaje«. Añade posteriormente que «lo cierto es que una comunidad que se cierra corre el peligro de colisionar por puro agotamiento. En la medida que una sociedad sepa dialogar y abrirse, surgirán nuevas avenidas«. O sea, memoria y diálogo como elementos sobre los que construir una sociedad sana con futuro. Un ideal que comparto.
A renglón seguido espeta Millares: «La identidad canaria es la no identidad. Hemos creado mitos que intentan fijar una identidad artificialmente, cuando Canarias es una amalgama de culturas, unas tierras que está en mitad del Atlántico medio que han sido pobladas por sucesivas oleadas de culturas a lo largo de milenios«.
La no identidad. Es decir, la no memoria. Primera contradicción. La memoria (e imagino que su recuperación) es fundamental para la sociedad, pero Canarias no tiene memoria, puesto que carece de identidad. Además, la «amalgama de culturas» como excusa vieja y manida para presentar Canarias como objeto subordinado, mero receptáculo pasivo de lo que otros nos han querido traer o imponer. Como si el contacto continuado con otros pueblos durante siglos fuera castrador del propio ser, mutilador de la creatividad propia. Es justo al contrario: ese contacto no nos convierte en ninguna «amalgama«; nosotros los canarios hemos incorporado ese contacto en la cultura propia que hemos creado, y el carácter a menudo traumático de ese contacto tiene fiel reflejo en lo poliédrico de nuestra cultura, en lo complejo de nuestra identidad en permanente evolución. Identidad, por cierto, que Millares percibe fijada «artificialmente». Como si existieran las identidades no artificiales, surgidas por generación espontánea de la naturaleza. Como si todas las identidades no crearan sus mitos.
El diálogo y la apertura abren avenidas por las que transitar, sí. Pero para dialogar lo primero es reconocer al otro, y aquí viene la segunda contradicción. Difícilmente se podrá dialogar con quien es objeto de negación (la no identidad). No se dialoga con quien vemos como objeto pasivo, sino con quien es sujeto activo, lo que me lleva a pensar que a lo mejor Canarias queda excluida del diálogo que preconiza Millares. A lo mejor él concibe un diálogo no con Canarias, sino sobre Canarias, un diálogo en el que Canarias no sea interlocutora, sino receptora. Un diálogo en el que Canarias no aporte, sino que tome nota. Canarias como no lugar, según la clasificación de Marc Augé. Sin identidad relacional. Sin historia.
Poco se puede esperar de ese diálogo estéril, obsoleto, superado. Resulta tragicómico constatar cómo sigue existiendo cierta intelectualidad que tanto habla de apertura para luego seguir revirada sobre sí misma, emperrada en hablar de Canarias como si de un conjunto vacío se tratase, desprovisto de contenido y alegremente vacante para quien lo quiera llenar. Se me escapa cómo a las alturas de siglo que estamos, y he aquí la tercera contradicción, se puede sostener que «los acontecimientos históricos están, y si hay zonas oscuras que se mantienen en el tiempo, la sociedad enferma. Una sociedad que teme al pasado es porque algo quiere ocultar«, para después despachar deprisa y corriendo el relato de sí mismo que el pueblo canario se ha construido con mayor o menor acierto a lo largo de las numerosas etapas de su devenir histórico. ¿O es que hay algo que queremos ocultar?
Si vamos a hablar de memoria, diálogo e identidad, hagámoslo de manera verdaderamente aperturista, sin exclusiones ni ideas preconcebidas, y abarcando toda la historia que nos ha conformado como pueblo. Sólo así empezaremos a construir otra Canarias. Una Canarias en la que ninguna periodista se sorprenda porque un pensador destacado visite la ciudad de Las Palmas.