En «El Coronel no tiene quien le escriba» un militar retirado espera la carta que le comunique la paga que le corresponde. Se la habían prometido y él creyó en esa palabra. Día tras día iba al mismo sitio, a la misma hora y la carta nunca llegaba. Entretanto vivía esperanzado, pero rodeado de miseria. Su mujer lo apoyaba pero no podía dejar de ser incrédula ante el arribo de esa misiva que le informara de la pensión que le correspondía. El Coronel, pasado un tiempo, comenzó a dudar pero la esperanza dominaba su vida y le ayudaba a seguir creyendo.
La misma esperanza que guiaba a Pedro Perdomo. 20 de julio de 1936, calle Faro, La Isleta. Un enfrentamiento entre militares y defensores del gobierno republicano acaba con la muerte de dos soldados. Entre los presentes estaba este isletero de 30 años, con el agravante de ser militante socialista. Perdomo vivió en diferentes zulos de poco más de 3 metros cuadrados la friolera de 33 años. En el año 1969 Franco dictó una amnistía que hacía prescribir los delitos cometidos antes de 1939. En realidad fue una simple prescripción de los delitos teñida de amnistía, como forma de propaganda del régimen. La esperanza, que había mantenido con vida al topo de La Isleta, lo empujó a presentarse, desconfiado, en Comisaría. El agente le dijo que habían prescrito todos sus delitos, pero Pedro Perdomo siguió desconfiado. La vida en libertad duró apenas cinco años. Murió en 1974, un año antes que el dictador. La vida en el zulo le había dañado la salud.
La Esperanza, 17 de junio de 1936. Un grupo de militares, liderados por el entonces comandante general de Canarias, Francisco Franco, se reúnen en uno de los recovecos del monte de Las Raíces. Habían cortado las comunicaciones en La Esperanza, último núcleo poblacional antes de llegar al Teide. Nada se podía saber de lo que allí se iba a conspirar. Los historiadores aseguran que allí se forjó el alzamiento militar. Para conmemorar dicha reunión, en este monte de Las Raíces del municipio de El Rosario, se instaló en 1958 un monolito que recordaba y exaltaba el hecho. Lo que vino después ya lo saben; cunetas, simas, pozos, presos políticos y topos que vivían escondidos, como el isletero Pedro Perdomo.
De ambos hechos han pasado 79 años. 79 años de silencios, de huesos en fosas comunes, de paredes tapiadas que recuerdan vagamente al ser humano que allí se escondió. 79 años de exaltación franquista en La Esperanza, de monolito incorrupto que solo cierta dignidad pintó, de ofensa a los que, como Pedro Perdomo, como los que cayeron en la sima, en los pozos, en las fosas comunes, eran víctimas de la euforia de los salvadores. 79 años y una declaración por unanimidad en 2008 para derribar el monolito, aplicando la Ley de Memoria Histórica de 2007. Una declaración que se quiere hacer cumplir ahora, sí, siete años después. 79 años para que el monumento se derribe, abandonando la idea de trasladarlo al Museo Histórico Militar de Canarias, en el cuartel de Almeyda.
Bien dicen que la historia la escriben los vencedores. Los mismos que exaltan sus hazañas en medio de los montes, los que dicen que perdieron en 1975 pero que hizo falta llegar a 2008 para que se planteara tirar sus objetos de propaganda, los que bloquean la ley hasta 2015, los que no quieren derribar el monolito sino llevarlo a un museo militar. Los vencedores que siguen dominando la memoria histórica en Canarias. Por otro lado están los vencidos. Los que como Pedro Perdomo solo son recordados como historias rocambolescas, como anécdotas que hay que olvidar, para «no reavivar viejas heridas». Y un pueblo no avanza si olvida, si entierra la memoria. Si siguen mandando los vencedores y se humilla a los vencidos, si las calles, las plazas y las cruces siguen recordando al dictador, mientras no se buscan los cuerpos de los ajusticiados, ante la impotencia de las familias desesperadas.
Bien es cierto que hay países, como Italia, en el que sigue en pie buena parte del legado artístico del Duce. Pero, puestos a tomar ejemplo, el cuerpo de Mussolini fue expuesto en la Piazzale Loreto de Milán, no murió plácidamente en la cama y fue despedido con funerales de Estado. El dictador argentino Videla murió en 2013 en la cárcel y en soledad. La historia no se puede cambiar, pero la lectura que se hace en el presente sí. En Canarias es necesario contar una doble memoria histórica; la que se refiere al período de la conquista y el de la Guerra Civil. Así lo destacan autores como Francisco Javier González. Solo así será honrada la memoria de Pedro Perdomo, el topo de La Isleta, para dejar el de militares que asesinaron y murieron en su cama, con honores de Estado, en la gaveta de las pesadillas. Solo ese día podremos hacer borrón y cuenta nueva, y volverá la esperanza. Pero la esperanza de verdad.
Noticia de la inauguración del monolito en el NODO (0′ 26″-0′ 57″):