
Las elecciones en Canarias tienen un claro vencedor: la abstención, que arrasa con el 62,25%. No fue sino poco más de un tercio del censo el que votó. Con semejantes niveles de descreimiento y desinterés hacia esta democracia de baratillo uno esperaría que saltaran todas las alarmas y que los análisis que inundan los medios se centraran en los porqués de tan abrumador rechazo al sistema. O que al menos le dedicaran una parte sustancial.
Pero no. La atención es toda para ese tercio que sí votó. Que dos de cada tres personas desistieran de participar en la «fiesta de la democracia» no parece interesarle a casi nadie, casi nadie le dedica un momento a pensar por qué la inmensa mayoría decidió quedarse al margen, ni se plantea si es legítimo el resultado con tan baja participación, ni qué nos cuenta el índice de participación de la salud de la democracia, ni nos preguntamos sencillamente qué pasa. A todo lo más a que se llega es a simplismos paternalistas, cuando no directamente al insulto. Simplismo es achacar la baja participación al buen tiempo y la playa, o al pasotismo sin más. Simplismo es quedarse con que la gente en Canarias no se moviliza, no se interesa, la gente pasa… Y hacer como que con eso está todo dicho. No tengo la clave que explica el por qué de la abstención, ni creo tampoco que haya un solo por qué. Lo que sí tengo claro es que una abstención de casi dos tercios no es algo que se despache con cuatro topicazos.
¿Qué representatividad podía ganar Canarias en el Parlamento Europeo? Consideraciones políticas al margen, CC concurría en lista conjunta con CiU y PNV, es decir, con escasísimas posibilidades de lograr escaño. ANC-UP también se presentaba, igualmente en lista conjunta con EHBildu y BNG, o sea con las mismas posibilidades casi inexistentes. Hasta ahí las opciones de representación que se le ofrecían al votante en busca de candidatos de obediencia canaria, repito que sin entrar en consideraciones políticas. Por supuesto que en las demás listas había algunos candidatos canarios más, pero o bien sin posibilidades reales de conseguir escaño, o bien en partidos sin proyecto para Canarias y castigados duramente en las urnas. Poco atractivo, pues, para quien quisiera votar en clave canaria. Llama la atención que el récord de abstención (71,2%) se diera en Lanzarote, quizá la isla más canarista del archipiélago y la que más capacidad de movilización ha demostrado recientemente.
¿Qué posibilidades de representación nos brinda la circunscripción única? Pocas. No veo cómo un archipiélago situado en otro continente, con circunstancias geoestratégicas, económicas, sociales diferentes de las ibéricas puede encontrarse debidamente «representado» en una circunscripción única estatal. Otro clásico ejemplo de cómo se aplican a Canarias soluciones continentales ideadas allende los mares y que poco o nada tienen que ver con nuestra realidad. No creo que haya que despreciar el efecto disuasorio en una parte del electorado.
¿Y qué características definen al electorado canario? Pues entre muchas otras, la escasa formación. Según datos del ISTAC de 2007, si sumamos la población que no sabe leer ni escribir, que lee y escribe pero no tiene el graduado escolar, y que tiene el graduado como única titulación, llegamos a una cifra espeluznante del 62,2%. Pensemos en cuántas de esas personas tienen dificultad para interpretar las varias opciones políticas, cuántas no se sienten con confianza para participar en un proceso electoral, cuántas se sienten alienadas, cuántas sencillamente ni se plantean participar por ver las elecciones como algo ajeno.
Estas son sólo algunas de las consideraciones que se me pasan por la cabeza cuando pienso en la abstención, no son las únicas. Pero sí van más allá de lamentaciones huecas y comparaciones odiosas. Va siendo hora ya de que, también en la valoración de los resultados electorales, partamos de la realidad que pisamos en Canarias. Empecemos hoy, mejor que mañana.