La primera vez que me abstuve de votar fue por causas fortuitas. Se trataba del referéndum planteado a todos los nacionalizados en Estados que conformaban la Unión Europea, y el tema era, en concreto, la famosa Constitución que meses posteriores dio mucha literatura, en particular de prensa. No acudí el 20 de febrero de 2005 a las urnas de mi colegio electoral, sito en el barrio marinero de San Cristóbal de Las Palmas de Gran Canaria, al encontrarme estudiando en Aguere y al habérseme acabado la paga semanal con la que subsistía en una época difícil en lo que concernía a mi situación familiar y a la inexorable tardía resolución de las becas que siempre recibí como buen estudiante que era. Les confieso que me sentí profundamente frustrado.
Valga antes que nada como aclaración que yo creo profundamente en el sufragio como un derecho y un deber, y además, creo firmemente que el ejercicio del voto supone, en cierto sentido, una victoria frente al aún irresoluto nacionalcatolicismo perpetrado durante cuatro décadas en las tierras que hoy pisamos.
Algunas de las cuestiones de fondo que se deben plantear de cara a los comicios del próximo domingo 25 de mayo son las siguientes: i) ¿el sufragio como concepto democrático tiene correspondencia con el voto a ejercer en apenas una semana?; ii) ¿el ejercicio del voto refrenda pues el estatus quo europeo, es decir, un neoliberalismo imperante e impuesto?; y iii) ¿qué papel juega Canarias en Europa, o viceversa?
La democracia es la expresión por la cual el pueblo interviene en su propio gobierno. Es la antítesis a las diferentes formas de absolutismo vividas durante épocas pretéritas como el feudalismo, el caciquismo o el militarismo de Estado. Sin embargo, la democracia que hoy vivimos no es más que una plutocracia donde son las élites económicas quienes, a través de las fuerzas vivas de la política (mercaderes), mueven los hilos de unas marionetas que conforman al pueblo (nosotros, por si queda alguna duda). Votamos un programa electoral y no se cumple ni a mínimos. Incluso votamos, y hasta se hace todo lo contrario a lo que apoyamos con nuestras papeletas en suma. Los órganos jurídicos no tienen competencias para invalidar a los gobiernos infieles. Y cuando nos quejamos, nos restriegan por la cara que ellos están ahí porque así lo quisimos nosotros mismos. Y la verdad, es que en eso, llevan toda la razón.
En este sentido, votar a un partido político promotor del estatus quo, representa, y de facto, otorga legitimidad. Las tres vías que existen para mostrar el rechazo al sistema y su procederes son: i) votar a un partido con carácter de contra-poder para así cambiar al sistema desde dentro; ii) votar en blanco; y iii) abstenerse(*). El primero de los supuestos es un ideal a descartar desde ya. Los pequeños partidos nacidos del descontento ciudadano tienen clarísimas dificultades debido precisamente a un sistema electoral monstruoso. No hablo en este caso del conteo de votos y los mínimos para la obtención de representación, hablo sobre todo de planchas cerradas, del control de los medios de comunicación de masas para minimizar las voluntades de quienes pretenden hacer las cosas de manera diferente, o del beneficio de la duda a quienes se autoproclaman como salvadores de los pobres. Por otro lado, el voto en blanco es una buena opción si lo que se quiere es mostrar un rechazo al personal que opta a “eurodiputarnos” en Bruselas, sin embargo, y a diferencia de la abstención, el voto en blanco no expresa una negación absoluta al sistema. Y está claro, que el sistema es, sobre todas las cosas, el problema de raíz.
Pero la abstención es una arma de doble filo, porque son variopintas las interpretaciones si el resultado no es contundente. Una abstención menor del 50% da pie a que se tilde a la población de inmadura ante lo que se supondría que habría de ser una irresponsabilidad de quienes no aportan a la democracia. Pero imagínense ustedes lo que supondría una abstención mayor del 80%. La lectura unívoca es aplastante: “con nuestros votos ustedes no cuentan para seguir con sus mierdas”, y perdonen si me pongo abrupto.
¿Y con Canarias, qué es lo que pasa? Para Europa, nosotros somos ultraperiféricos, que es el nuevo concepto aplicado a los otrora “territorios de ultramar” o “colonias”. La cuestión es graciosa, ya que quizá ellos no se han dado cuenta de que la localización espacial es de las variables más fáciles de entender en lo que respecta al relativismo. Para nosotros, si colocamos al centro de referencia en Caleta del Sebo (población canaria más cercana al continente), Europa también nos queda un poco “ultraperiféricamente”. Mas volviendo al asunto, los canarios necesitamos entender que las sucursales españolas en Canarias(**), no nos garantizan la defensa de nuestro intereses, que en estos momentos son el paro, la integración social, y la asfixiante falta de soberanía sobre nuestras aguas en lo referente a pesca, medio ambiente y prospecciones petrolíferas. Llegados aquí, podríamos encontrar resolución a este problema si pensamos en las formaciones políticas locales que sí concuerdan en algunos de estos puntos. El colmo es que, a excepción de un solo partido, el resto de grupos canarios se presenta con otras formaciones nacionalistas o de corte progresista de España. Hasta en eso somos malos, es decir, preferimos asociarnos con gentes que ni nos va ni nos viene a hacer esfuerzos por la integración política canaria en aras de perseguir objetivos comunes.
– “Es que con Coalición Canaria(**), nosotros no podemos ir porque son los enemigos principales de nuestra propia tierra…”.
Dirán algunos. Y estoy de acuerdo de pleno. Pero, ¿y entonces qué hay que hacer? ¿Fulminamos a partidos como el mentado y muchos otros a través de la derrota electoral? Vale, ¿y qué hacemos con los integrantes de dichas formaciones y con sus acólitos? ¿Les expulsamos? ¿Nos exiliamos nosotros?
Precisamente, el problema canario, además de las colas que lideramos en casi todo lo malo, es la falta de consciencia de que el concepto “unidad” que tanto enarbolamos se debe hacer con los elementos que tenemos. Porque no hay otros. Porque somos los que estamos. Porque vivimos, escribimos y voceamos los ideales sin tener en claro nuestras miserias o que el mundo es así como así son las antípodas en las que estamos como pueblo.
(*)NOTA ACLARATORIA: El autor de este artículo no exhorta a ningún lector a votar a ningún partido, ni a votar en blanco ni a abstenerse, sino que expresamente simplemente por qué toma la decisión de no votar en su calidad de elector.
(**)NOTA ACLARATORIA: El autor de este artículo muestra explícitamente el rechazo intelectual a todas las formaciones políticas aquí mentadas o sugeridas.