Me pone tres cuartos kilos de soberanía, por favor
Siendo así las cosas, parece más que necesario incorporar la reivindicación de la soberanía a cualquier proyecto político de izquierdas (esto es, preocupado por la equidad y el bienestar de las mayorías). En realidad, es lo que están haciendo ya casi todos los movimientos sociales y organizaciones de izquierdas del mundo, como se viene manifestando desde el primer Foro de Porto Alegre hasta la última Cumbre de los Pueblos Nativos del planeta. Reivindicar soberanía es combatir la globalización neoliberal, defender modelos autocentrados y mucho más basados en la proximidad (de la provisión de todo aquello que sea razonable producir cerca), construir estructuras alternativas a la dependencia y la extraversión tan extendidas (dos de las peores enfermedades que padece la economía canaria). Y al mismo tiempo, contribuir a ‘salvar’ el planeta —al menos, darle una tregua— y, claro, a sus habitantes: porque, resumiendo mucho, traerlo todo desde tan lejos, como sucede bajo la hegemonía del capitalismo desfondado actual, agota los recursos energéticos, calienta el clima, destruye ecosistemas, paisajes y culturas por doquier, y lo basa todo en la sobreexplotación de las clases trabajadoras más débiles y vulnerables del mundo, erosionando de paso los niveles de bienestar que las clases populares habían conseguido en los países centrales. Propugnar soberanía tiene mucho más de reivindicación democrática que de reivindicación ‘nacionalista’, en sentido estricto.
Decir que la soberanía guarda relación con el modelo político puede parecer una obviedad. Una independencia formal como estado podría contribuir a ella, pero en absoluto la asegura, como expresa –entre tantos— el caso de Mauritania). Dentro del actual Estado español parece claro que algunas comunidades autónomas (en determinados casos, países o naciones sin estado) han aprovechado el marco existente para profundizar en su soberanía, utilizándola para avanzar hacia niveles superiores de bienestar colectivo (lo que, en mi opinión, no le resta legitimidad a quienes propugnan ir más allá). Podría ser el caso, entre otros, del País Vasco y Navarra (con gobiernos locales y autonómicos de distinto signo a lo largo de estos años; aunque conviene tener en cuenta todas las particularidades de su historia, para no pretender desde otras realidades mimetismos poco válidos en la práctica). Uno se atreve a afirmar que es probable, incluso, que comunidades tan poco ‘nacionalistas’ como La Rioja (al menos carentes de un nacionalismo antagónico al nacionalismo castellano o español ‘oficial’) mantengan en el presente cuotas de soberanía bastante superiores a las de Canarias, al menos en aspectos relacionados con la autosuficiencia alimentaria, la energética, o el orgullo identitario (me refiero, por ejemplo, a la ausencia de complejos negativos de identidad), entre otros.
En Canarias, quienes han gestionado por décadas la actual autonomía, ¿no han sabido, no han podido, o no han querido utilizarla para mejorar la situación de las mayorías? Sin descartar, en parte, las dos primeras respuestas, parece claro que el núcleo principal de motivos tiene que ver con la tercera: existe en efecto un conglomerado de intereses entre los principales partidos y las elites económicas y sociales para mantener la situación. No interesa cambiar las cosas.
Otros marcos (federal, confederal, estado libre asociado, independencia), ¿son preferibles para conseguir la deseable soberanía? Mi respuesta es que no por sí mismos, no por sí solos. Creo que una respuesta desde la izquierda ecologista canaria es que necesitamos concebir e impulsar (y en ésas estamos) un modelo socioeconómico totalmente alternativo, con propuestas muy concretas en todos los terrenos (agricultura, energía, gestión del territorio, turismo, bienestar social, cultura…) que contribuyan a hacernos menos dependientes, más autocentrados y más sostenibles en lo ecológico y lo social. Imaginar y empujar hacia una Canarias mejor, que sabemos posible, para la gran mayoría. Con ese modelo en marcha ya iremos deliberando en nuestros espacios de construcción y debate político, y propugnando que se decida de manera democrática con el conjunto de nuestra sociedad, cuál es el marco qué más nos conviene en cada momento histórico.