
Échese una cervecita.
Cuando uno era un pibito emitían un anuncio por la televisión, entonces cadena única y en blanco y negro. En contraste con la estética pija del neoliberalismo hoy triunfante, mostraba una escena de tintes obreristas donde un currante de la construcción, con su casco bien calado, manejaba con precisión el mando por cable de una grúa. En un momento dado alguien decía: “Bien, vale por hoy”, daba por terminada la jornada, y el maestro albañil abría una botellín de cerveza Tropical tomándose de un solo trago todo su contenido (en el anuncio solo faltaba eructar). Gracias a esa publicidad nos enteramos que en Gran Canaria, la isla hermana de enfrente, existía otra marca distinta a la Dorada que teníamos aquí. Bastantes años después, cuando uno empezó a subir a La Laguna desde la capital chicharrera, estudiando Geografía en la Universidad, descubrió varias cosas relacionadas con lo anterior. Primero, que en la ciudad de Aguere existía desde hacía tiempo un establecimiento donde se podía consumir esa infrecuente cerveza Tropical (y donde se juntaban los seguidores de la Unión Deportiva Las Palmas a ver los partidos televisados, en una pantalla no muy grande pero que ya era en color). En segundo lugar, las clases de Geografía Económica nos ayudaron a comprender por qué incluso en espacios tan poco industrializados como el canario, y otros similares, no era rara la presencia de algunas empresas locales de cerveza o refrescos: al tratarse de productos cuyo contenido principal es el agua, con muy poco valor por unidad de peso, resultaba más económico importar los demás ingredientes (los polvos del refresco, o la cebada y el lúpulo –como rezaba el otro anuncio de la cerveza de aquí–), procesando, envasando y comercializando en el mercado local. Era más rentable que traerlos de fuera ya elaborados. Ya sabía entonces uno por qué se embotellaban bebidas de cola en Santa Cruz de la Palma, y cómo podía existir incluso una planta del refresco ‘Nik’ en Los Llanos de Aridane.
Claro, eso sucedía en los tiempos anteriores a la gran globalización neoliberal que empezó a expandirse desde los ochenta: el abaratamiento del transporte mundial de mercancías, la deslocalización a países con mano de obra cada vez más barata y la expansión del marketing (unidos también un poco a cierta expansión global de la estupidez) llevaron en poco tiempo a que tuviéramos en los supermercados y en todos los bares marcas de cerveza de lugares sorprendentes, a precios a menudo accesibles. Pero lo más importante de todo: Dorada (CCC) y La Tropical (SICAL) se fusionaron en una sola empresa, pero manteniendo las dos marcas tradicionales. Y esa empresa unificada, con sus dos marcas incluidas (pues, cuando le conviene, el capitalismo global ‘respeta’ las identidades locales), fue absorbida por el grupo internacional SABMiller: la segunda compañía cervecera más importante del mundo, de matriz sudafricana pero con sede en Londres (y amplio dominio en los mercados de África, Europa Oriental, América del Sur y del Norte). Hoy en día, si bebes en Canarias marcas de cerveza importada, contribuyes a exportar capital a los países productores. Y si consumes marcas ‘canarias’ (como ésas que habían surgido en los años veinte y treinta del pasado siglo), ayudas a mantener unos cuantos cientos de puestos de trabajo en el Archipiélago —menos es nada—, pero terminas exportando también las plusvalías generadas por su producción y venta, que se lleva la transnacional de turno.
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Nota: Este texto fue remitido recientemente por el autor para su publicación en Tamaimos. Aunque fue escrito en Noviembre de 2012, consideramos que, no sólo no ha perdido vigencia, sino acaso ganado en perspectiva.