Vaya por delante que este texto no es una valoración sobre la figura de Antonio Cubillo. Se me antoja algo sumamente difícil tener una sola valoración sobre un hombre que ha sido tantas cosas. ¿De qué Cubillo hablamos? ¿Del abogado de los oprimidos? ¿Del hábil diplomático? ¿Del líder independentista? ¿Del articulista de El Día? Escribir sobre todo esto me llevaría unos cuantos folios y no es mi propósito en este momento ni seguramente a ustedes le interesen demasiado dichos folios. Antes bien, quería compartir con ustedes algunas deslavazadas ideas sobre Cubillo: historia de un crimen de Estado, el documental realizado por Eduardo Cubillo y que fue emitido recientemente en la Televisión Canaria, así como algunas cuestiones que rodean al mismo.
Comenzaré por lo evidente: el documental me parece de una factura exquisita, moderna, ágil. La hora y media – una duración algo superior al documental standard- no resulta pesada ni muchísimo menos; el sentido del ritmo lleva al espectador en volandas hasta el clímax anunciado desde el principio de la obra: Cubillo frente a su agresor, cara a cara, en una puesta en escena que busca el dramatismo pero que el propio protagonista se empeña en quebrar con su impresionante naturalidad. ¿Cuántos de nosotros preguntaríamos tan tranquilamente los detalles sobre nuestro intento de asesinato? Por otra parte, la galería de personajes que vierten sus opiniones acerca del protagonista, los hechos, su trascendencia histórica,… resulta un excelente complemento al relato del narrador. Es probable que se echen en falta personas que podrían completar el perfil de Cubillo, por ejemplo, sus múltiples disidentes, que dan cuenta de sus sombras como líder y compañero político. O, por ejemplo, un relato más fidedigno y plural acerca del juicio que Cubillo ganó al Estado español en la Audiencia Nacional, todo un hito histórico en la democracia española, o la inclusión de diplomáticos africanos que trataron mucho y bien a Cubillo en la época. En cualquier caso, contar con los testimonios de Juan Antonio Alfonso y el infiltrado José Luis Espinosa, además de con el propio Antonio Cubillo, es, a mi juicio, el principal acierto del realizador, que no cede el monopolio del relato a Cubillo sino que construye un trípode argumental sobre el que apoyar un discurso más allá de lo estrictamente político para entrar en consideraciones éticas y humanas. Además, el trabajo de documentación, que nos permite entre otras cosas ver imágenes inéditas o poco conocidas anteriormente así como escuchar algunas de las míticas emisiones de La voz de Canarias Libre, ayuda a situar el contexto sin convertir el documental en un producto para especialistas. Por cierto, ¿cuándo estarán disponibles todas esas grabaciones para el público interesado? Y todo esto, en un documental al servicio del entretenimiento bien entendido, no trivial, casi pedagógico, como cuando desde un comienzo el realizador nos pega al sillón con la voz en off de un Cubillo moribundo, en un hospital de Argel, tremendamente débil y todavía llamando a la lucha contra el colonialismo.
En otro momento, critiqué el que este documental haya dejado pasar la oportunidad de no sumarse a la diglosia militante y que hasta roza el ridículo cuando una voz en off «de Cubillo» habla con acento de Villanueva de la Serena. ¿No sería más lógico que en un documental canario, sobre un episodio de la Historia de Canarias, que cuenta con financiación de la Televisión Canaria, el narrador usara el habla canaria? ¿O es que alguien cree que locutar con acento castellano le va a dar al documental un halo más, digamos, universal? También, en mi opinión, el documental no recalca suficientemente la victoria moral y jurídica de Antonio Cubillo sobre el Estado español. Este hombre consiguió que la mismísima Audiencia Nacional admitiera que el Estado fue el principal instigador de su intento de asesinato y aunque las responsabilidades políticas nunca se depuraron por completo, esto no empequeñece, ni muchísimo menos, dicha victoria ante los Conesa, Martín Villa y… dudo que ahí se detenga la cadena de mando. Finalmente, creo que una de las lecciones que podemos extraer en paralelo es la de que es posible una Televisión Canaria de calidad e interés general, más allá de vodeviles donde se ridiculiza por sistema a la gente humilde. Mejor haría el ente público en apostar por el apoyo a estos productos, de los cuales espero que Cubillo: historia de un crimen de Estado sea tan sólo el comienzo.