El pasado domingo asistí al partido del Real Madrid B contra el Tenerife. Mis simpatías estaban con el Tenerife, por supuesto. Alguien pensará que no es necesaria esta información previa y, sin embargo, para mí es fundamental porque no creo que seamos mayoría los canarios que queremos que ganen nuestros equipos siempre, sean de la isla que sean. El canario ha sido programado para desear que gane el equipo que se enfrenta contra el equipo de la isla de enfrente. Así, vemos a tinerfeños animando al Lalín o a grancanarios animando al Mollerusa, aunque no sepan situar ninguna de las dos localidades en el mapa. El caso es descargar la frustración propia en el «enemigo».
Entre los aficionados madridistas, unas cuantas camisetas amarillas celebrando los goles merengues como propios. ¡Qué bien amaestrados! Entre los aficionados chicharreros, un puñado jaleaba a su equipo gritando algo así como “canarión, maricón”. Se supone que estos últimos son patriotas radicales de izquierda. Como todos sabemos, nada mejor para animar al Tenerife, por lo visto, que un poquito de la homofobia tan habitual en el radicalismo verbal izquierdista al que tan pocas veces acompaña la coherencia. Abundaban las banderas nacionales canarias, los cánticos con referencias a guanches y godos, etc. Yo, qué quieren que les diga, no puedo imaginar espectáculo más penoso, por un lado y por otro. ¡Qué daño nos ha hecho el coloniaje! ¿Es que esta ceguera durará siempre? ¡ Qué tiempo más perdido siguiendo el juego al divisionismo, al pleito insular, al estricto programa de alienación mental que mantiene a tantos canarios en el más soberano de los ridículos mientras otros nos ganan por goleada!