
Viene de «Mujeres y demonios: brujería e Inquisición en Canarias (I)»
Pero ¿hubo realmente brujas en Canarias? En el caso de Lucía de Cabrera, lanzaroteña y negra, asegura Fajardo que sí era curandera, pero que el elemento satánico habría sido introducido por los jueces que la encausaron. Considera el historiador que la hechicería tuvo un componente real en las Islas, pero no la brujería. No hubo ningún culto más o menos oficializado al demonio en la Canarias de la Edad Moderna. Ninguno de los actos que se les adjudica tenían elementos dignos de ser verosímiles, ni siquiera las famosas “juntas” –nombre que recibirían en Canarias los aquelarres-; lo más algún acto de hechicería nocturno.
Cuesta entender entonces que en 1581 se abriera por parte del Tribunal de la Inquisición de Canarias el proceso titulado “contra las brujas de Lanzarote”, en la isla que aparece como más propicia a lo demoníaco. Fajardo apunta a los miedos colectivos como causantes de estos procesos: aparición de plagas y sequías, invasiones piráticas desde Berbería, recelo de los muchos berberiscos instalado en la isla y la condición de esta como “territorio fronterizo”, junto a la costa africana. Se buscaba entonces “chivos expiatorios” entre los elementos más marginales de la sociedad: el 89% de los encausados por brujería en las islas eran mujeres de clases humildes y más de la mitad, negras, mulatas o moriscas.
También hubo un componente patriarcal y misógino: “Las mujeres eran claves en la transmisión de la cultura popular, en contraste con la situación desfavorable que les imponía la cultura oficial. La mujer era una especialista del cuerpo humano, al que alimentaba y curaba. Esto suponía observar y conocer las funciones del organismo o las propiedades de las plantas. De su experiencia obtenía cierta influencia social, cierto reconocimiento. Eran espacios de saber y de poder femeninos. Por eso la persecución de brujas y hechiceras, casi siempre mujeres, tuvo mucho que ver con el intento de destruir la cultura popular y asegurar el poder de los clérigos, varones, sobre las creencias”, apunta Fajardo.
Pero hay un hecho que contradice la tesis del profesor Fajardo sobre el “invento” de la brujería isleña. Y es que Lucía de Cabrera, lanzaroteña y negra, se confesó bruja. Fue ella quien aseguró haber pactado con el demonio, quien confesó tener a Satanás como protector y haber cometido actos diabólicos. Poco después moriría en el Hospital de San Martín de Las Palmas a causa de las torturas producidas durante los interrogatorios.