La poesía responde cuando la realidad ejecuta sus catástrofes televisivas; una conversación dialéctica, sin los vicios de la dialéctica, entre devenir y poesía, muestra diferentes abismos discursivos, pero también contiene la existencia de una perspectiva dialógica en las voces de estas dos mujeres de isla, islas que reconcilian a la vez que no rehúyen las diferencias.
No es ninguna nimiedad hablar de poesía cuando los diarios españoles tocan tambores de guerra y nos cuentan que explicar el rearme de Europa desde la pedagogía política es bueno para que, llegado el momento, la nación europea y la española lo refrenden. El Estado español presume de tres referendos después de 1977 y El País, de pedagogía política en los días agónicos anteriores y posteriores al 1 de octubre.
No es ninguna nimiedad hablar de poesía mientras Ursula von der Leyen hace duelo por el pony Dolly.
Al lugar del pájaro me llevan digresiones,
alguien sostiene un pájaro en la mano a la hora de las blasfemias,
alguien ora en familia la generosa posdata del misógino.
Una esvástica es también un pájaro feroz
que hace trampa y gesticula altos secretos de la geografía.
La guerra
es
una mujer.
Carme ha encontrado algunos conocidos en la plaza de España. Cada ciudad tiene su plaza para ver llorar a Von der Leyen de negro junto a los caballos, doblada ante la estatua de Cortés Cristo Rey, doblada de dolor, en un gesto de madre que ve partir a sus hijos a una guerra con nadie. Carme Forcadell es lingüista y sabe que la guerra no es una mujer. Anamely Ramos es historiadora y sabe que la guerra es una mujer y que la ciudad no tiene plazas.
La guerra no es una mujer y me gusta quedarme en casa, entera con mis líquenes, sin apartarme del viaje que llevó a mi bisabuelo de Tenerife a La Habana. A falta de una poscrítica, hago una fotografía de la complicidad entre dos poetas que desde cardinales distintos rehabilitan la literatura para cruzar el mundo, pero también para redimensionarlo en otras nociones de interinidad feliz que les confieren un trasfondo de leyenda entrelazada. Pareciera que a ambas las alza la confirmación de la subalternidad femenina y sus resortes políticos. Loynaz es una de las seis autoras de los cuarenta y ocho galardonados con el Premio Cervantes desde que se instauró en el año 1976. En el archipiélago canario, tres escritoras y dieciocho escritores han recogido el Premio Canarias de Literatura desde su creación en 1984.
Me gusta imaginar a una mujer de nombre Isabel sentada en la proa de su barco: una mujer que arroja islas al mar, poda las palabras que sembró en esa tierra de miradores sobre las aguas, de polvo para perderse entre el pasado que vaciaron y el presente con que se embadurnó la cara de azul Dulce, la hija adoptiva de Canarias, la habanera que reescribió la isla en la que fue feliz y cuando escribió su novela Jardín armó una periferia cuadricular, como si incursionara en la memoria de las acuarelas de Bonnin.
La guerra es una mujer. Me gusta quedarme en casa, crucé la puerta para tener compañía, pero no he dormido bajo el cielo de Gaza ni he andado las calles de Lvov de madrugada. Más bien, la cascada y el gremio que huella el ancla en los espejos del Caribe, la penumbra, el pájaro que termina por ser una ventana desde donde divisar el Teide. Pienso que quizá la guerra lo pone todo en negro sobre blanco. Luego persiste la poesía que canta «Ya no soy una isla / te amo y sé que mi puerta no es el agua / ni mi corazón un desierto».
La guerra no es una mujer. Yo, que no conozco otras guerras que no sean las literarias, me pregunto: ¿hay en la poesía una alteridad sagrada, unas nupcias escrituradas, como decía Cintio Vitier? «Las nupcias de nuestra intimidad con el espacio y con el tiempo; amado y amante, respectivamente, de otra intimidad desconocida».
¿Por qué dos poetas escriben «Si me quieres, quiéreme entera» no antes ni después, en una isla y no en otra? Uno de estos días, en la tele un señor preguntará qué es una mujer que tuvo cinco hijos, canto de Taburiente:
«Yo, mujer, recuerdo aún el segundo cósmico
en que me puse en pie y miré de tú a tú
la casa sin techo de la noche. Y yo, mujer
cargué con el pesado fardo de un burka
me arrastré por caminos de ignominia
y parí hijos cuando los falos en tormenta
violentaron mi carne y lapidaron mis sueños».
Preguntarse qué es una mujer que no tuvo hijos, Canto de la mujer estéril, cuando la poesía hispanoamericana se escabullía en otras distorsiones de vanguardias literarias.
«Madre imposible: Pozo cegado, ánfora rota
catedral sumergida…
[…] Como la Noche, pasas por la Tierra
sin dejar rastros
de tu sombra; y al grito ensangrentado
de la Vida, tu vida no responde
sorda con la divina sordera de los astros…».
La poesía responde cuando la realidad ejecuta sus catástrofes televisivas; una conversación dialéctica, sin los vicios de la dialéctica, entre devenir y poesía, muestra diferentes abismos discursivos, pero también contiene la existencia de una perspectiva dialógica en las voces de estas dos mujeres de isla, islas que reconcilian a la vez que no rehúyen las diferencias.
Mientras, Isabel Medina cuestiona la feminidad patriarcal cuando escribe para niños y niñas:
«Es que estoy muy disgustada
—dijo Sara arrebolada—.
Me he enfadado con mi madre
por algo muy importante.
[…] Es que mi madre me dice
que antes de venir a clase
tengo que hacer de antemano
la habitación de mi hermano».
Y en su primera novela, La hija de abril, relata el frenesí de una mujer que se teje con el hilo de la Historia y el imaginario ideológico de la subjetividad femenina. Loynaz, en su novela Jardín, trasciende al sujeto mujer in aeternum y lo deconstruye a través de un viaje que es a la vez emancipador y opresivo, se embarca así, en una aventura formal que trasciende los géneros literarios en un entorno simbólico en trance. A las dos les gusta jugar con los géneros, las dos llegan a la novela desde la introspección lírica para poner a dialogar a sus personajes con la antinomia civilización-barbarie y, sobre todo, sujeto mujer-patriarcado. Medina, además, recurre a la novela histórica en Olympe de Gouges para rememorar el retrato casi patrimonial del republicanismo, la Revolución Francesa.
Vivimos en el siglo XXI y entre tanta mala noticia, podría ser injusto que hoy el libro de mi viaje soñado sea Un verano en Tenerife y que vuelva a recordar a la Yourcenar que dice: «¿Quién puede ser tan insensato como para morir sin haber dado, por lo menos, una vuelta a su cárcel?». Imaginemos que es primavera y la habanera vuelve a Tenerife, sube a un avión desde donde se puede avistar El Vedado, en todo su postrado esplendor, su tristeza espesa y sofocante.
La guerra no es una mujer y no es desmesurado hablar de poesía mientras dos mujeres conversan. Cuando la cubana pregunta: «¿Quién toca el arpa de la lluvia?/ Mi corazón, mojado, se detiene a escuchar / la música del agua»; la canaria eterniza el sueño parisino de la Maga: «Lloviznaba dulcemente sobre Orly cuando el avión aterrizó sin estridencias». Mujeres islas que han desafiado el espacio y el tiempo con la lucidez de quienes se asoman al mundo para deconstruirlo desde la mirada femenina. La poesía es la contracultura de la literatura. Así, Medina y Loynaz nos conminan:
«Quiéreme entera», dice Isabel en No quiero ser tu media naranja, entre la felicidad y la utopía: «SI ME QUIERES, amor, quiéreme entera / porque no voy a partir en dos / el mascarón de proa de mi barco / ni a buscar la mitad de mí en el arcano de tu cuerpo».«Quiéreme entera», la espetan Dulce y María, entre la realidad y la ficción: «Si me quieres, quiéreme entera / no por zonas de luz o sombra…/ si me quieres, quiéreme negra / y blanca. Y gris, y verde, y rubia,/ quiéreme día / quiéreme noche…/ ¡Y madrugada en la ventana abierta!/ Si me quieres, no me recortes:/ ¡quiéreme toda… o no me quieras!».