A las niñas y niños palestinos y de todo el mundo,
aterrorismados por toda clase de violencias
Pregunto a mi heterónimo Pablo Utray cuáles son las peores lacras humanas y cómo se puede luchar contra ellas. Me contesta que “no se puede combatir el mal social, de una manera deseable y viable, si no se lo sabe reconocer con validez y eficiencia. Si no somos capaces de identificar lo peor de lo peor, su para qué y su por qué, no tendremos opción alguna de enfrentarnos a los monstruos de la vileza y doblegarlos una y otra vez, dada su capacidad para resurgir incesantemente de sus cenizas. El terror es una de las formas superiores de la violencia que, junto a la guerra, genera más sufrimiento a la inmensa mayoría de la humanidad y que en la actualidad amenaza nuestra supervivencia en el planeta que nos acoge. Sin embargo, seguimos siendo incapaces de entender el triángulo infernal de la violencia, el terror y la guerra tal como realmente es, confundiéndolo con lo que antaño fue, cuando las atrocidades no eran tan letales como ahora”. Así me lo plantea Utray y así lo transcribo en esta primera parte.
I
Si la humanidad no puede mejorar sus formas de vida sin democracia, y si no puede haber una buena democracia donde y cuando predomine por sistema la servidumbre entre los seres humanos, la pregunta es: ¿cómo se genera la servidumbre que frustra de forma sistemática toda vida buena, toda mejora de la vida social? Mi respuesta es: la servidumbre ciudadana se genera mediante el terror. Porque el terror conduce a la desesperación, a la sumisión y a la impotencia.
El terror es una intensa emoción, aguda y angustiosa, descontrolada y dolorosa, que tiene la particularidad de que puede ser provocada intencionadamente de modos muy diferentes. Por ejemplo, de manera banalizada, dado que puede ser inducido por ritos consumistas y obras literarias o audiovisuales (del llamado género de terror), mediante su estetización, siempre con un punto sadomasoquista en el goce. Pero el terror genuino desatado contra las personas y las comunidades mediante la amenaza y el ejercicio efectivo de la violencia es un instrumento de dominio que se usa desde el principio de los tiempos, generando siempre injusticia.
II
La producción de terror, el aterrorizar, como alteración humana de desgarradora intensidad, fue un instrumento lento y perversamente depurado y refinado a lo largo de la historia de los seres humanos. Y cuando se pretendió acotar y circunscribir este fenómeno específico, a finales del siglo XVIII, se dio en llamarlo terrorismo. Desde entonces el aterrorizar bien pudo y puede llamarse aterrorismar (Emilio Lledó).
En sentido general, el terrorismo, ya sea generado por personas o grupos de la sociedad, por el estado o por cualquier otra instancia, no ha podido ser definido con precisión —o no se ha querido hacerlo— hasta el momento: no se ha logrado consensuar una auténtica definición universalista que lo abarque y entienda.
El gran obstáculo para la definición del terrorismo —más allá de la diversidad de sus formas (estatales, nacionales, étnicas, religiosas, ideológicas, digitales, psicológicas, machistas, clasistas, etcétera)— se encuentra, a mi juicio, en la negativa de los estados democráticos de derecho a reconocer que también ellos recurren vergonzantemente a su uso, o lo aceptan, de forma ilegal e ilegítima, con las formas sofisticadas y secretas de violencia escondidas por ese engendro conceptual que se llamó razón de estado, que no es más que una sinrazón separada y muchas veces opuesta a lo que debiera ser la razón de sociedad.
III
El terrorismo es unaactividad violenta e ilegítima que también los estados democráticos practican contra otros estados y asimismo contra sectores minoritarios o incluso mayoritarios de las sociedades. El dilema que contrapone democracia a terrorismo no es ocioso. La cuestión de si los estados democráticos pueden usar o no métodos terroristas contra el terrorismo se embarulló después de los atentados contra la torres de Nueva York, en 2001, cuando se llegó a afirmar —con no poca exageración y con mentalidad amedrentadora y agresiones belicistas— que ya vivíamos en una época de terror global.
Hay quien pretende que el tipo particular de terrorismo que es el terrorismo de estado, que apuesta por la violación de los derechos humanos por parte de los poderes públicos con el pretexto de defenderlos enfrentándose a otros terrorismos (de estado, de nación, de religión, etcétera), puede justificarse como un mal menor (Michael Ignatieff). Se deja sin efecto así, contra lo que establece el derecho internacional humanitario y recoge el Protocolo de Estambul, la prohibición, en cualquier tiempo y lugar, de los atentados contra la vida y la integridad corporal, especialmente el homicidio en todas sus formas, las mutilaciones, los tratos crueles, la tortura, y los atentados contra la dignidad personal, especialmente los tratos humillantes y degradantes.
Se plantea de este modo el dilema poli(é)tico de si alguna clase de terrorismo, en particular el terrorismo de estado, puede ser aceptable o no, justificable o no, legítimo o no. Pero es un seudo-dilema desde el punto de vista equitativista, pues de ninguna manera puede ser aceptable, justificable o legitimable el terrorismo de estado (ni cualquier otro tipo de terrorismo). A mi juicio, de todos los terrorismos, el terrorismo de estado —máxime si nos referimos al de los estados democráticos— tal vez sea el tipo de terrorismo más desproporcionado, perverso e irracional que existe, dado que las instituciones represivas lo usan de modo impune contra las personas y comunidades, valiéndose sistemáticamente de la tortura, física y psicológica, y del asesinato.
IV
Ya no sirve pensar que el terrorismo se reduce a la actuación criminal de bandas organizadas (RAE) o de individuos aislados. Por tanto, es completamente obligado definir la violencia terrorista en el sentido más amplio posible, pero con la precisión necesaria para evitar el fanatismo y los dobles raseros maniqueos.
El terrorismo —en todos sus tipos, pero especialmente el terrorismo de estado— es un ejercicio de cualquier forma de violencia de alta intensidad, ya sea directa o indirecta, con la que se trata de generar un miedo profundo, de manera deliberada e indiscriminada, con la finalidad última de someter a las personas y comunidades al poder y dominio de quien ejerce esa violencia. En consecuencia, el terrorismo resulta ser una forma de guerra, la más atroz forma de guerra, dado que ni siquiera respeta el ius in bello, que actualmente se conforma a partir de los diferentes convenios del derecho internacional humanitario firmados por los estados (por ejemplo, la “Declaración sobre la protección de todas las personas contra la tortura y otros tratos o penas crueles, inhumanos o degradantes”, aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas a finales de 1975).
Lo fundamental para toda definición del terrorismo es que recoja, como la anterior propuesta hace: (1) las modalidades de violencia que lo caracterizan, (2) junto a los objetivos inmediatos (medios) que su ejercicio busca lograr a corto plazo, (3) en relación a los objetivos mediatos (fines) que trata de alcanzar a medio y largo plazo. Los medios del terrorismo son el miedo, la tortura y el asesinato, entre otros. Y sus fines, la dominación personas y comunidades, incluyendo la desposesión de bienes y territorios, cuando no el exterminio de seres humanos, a los que se nombra y caracteriza siempre como enemigos, deshumanizándolos. Entre ambos tipos de objetivos se establece una irrazonable ligazón de medios tácticos que pretenden llevar al logro de fines estratégicos que también son irrazonables.
Por tanto, los contra-modelos de las poli(é)ticas equitativistas que debemos construir han de ser antitéticos respecto a las políticas terroristas que nos afligen en la actualidad. Pues deben establecerse para la realización y respeto de la dignidad humana y los derechos de ciudadanía que se orientan hacia la emancipación social. Sólo desde las voluntades autónomas de empoderamiento democrático de personas y comunidades se puede hacer frente a la desesperación, a la sumisión y a la impotencia de las mayorías ciudadanas desprovistas de su dignidad y derechos.