Hay debates que nunca se estrenan, aunque todo el mundo los conoce. Todo el mundo lo percibe, se rumorea, se llega incluso a comentar, pero nunca se estrenan como debate en el terrero de la opinión pública. Para que un tema se active solo hace falta que se encienda una mecha. En Canarias, generalmente, tiene que venir de fuera, como copiando y pegando los problemas que se dan en la piel de toro.
Sin ir más lejos, de gentrificación debida al turismo solo se habló cuando en Barcelona, principalmente, se comenzó a realizar acciones. Fíjense cómo es el centralismo ideológico que hasta se llegó a hablar de una «Canarias vaciada» cuando eso en nuestro archipiélago no tiene razón de ser. Aunque siempre resulta más fácil copiar y pegar, la distribución territorial de la Península Ibérica no tiene nada que ver con Canarias.
En España, las zonas interiores están bastante despobladas, con poblaciones muy envejecidas y con poca actividad económica. Las ciudades y zonas costeras están bastante pobladas, debido al fenómeno urbano y al impulso del turismo. En Canarias, las zonas urbanas y costeras están muy pobladas, pero muchas zonas interiores también. En los pagos cumbreros y en islas como La Palma, La Gomera y El Hierro, quizá sí se pueda hablar de poca población, pero nunca de despoblación. Son dos cosas diferentes y, sobre todo, en el balance poblacional se demuestra que el fenómeno es totalmente diferente. De hecho, vemos zonas interiores como Valsequillo o Arucas (con costa pero al norte) cuya población aumenta y se espera que aumente más.
Ahora el debate no tratado, el de la demografía en Canarias, ya dio su pistoletazo de salida. Por supuesto, muy tímido y sin demasiada profundidad, pero ahí está. Tuvo que venir el diario El País y hablar de «la España saturada», para que en Canarias se empezara a tratar la cuestión. Luego surgieron los reportajes en Canarias, con calificativos como el «reto demográfico» o tratando el caso concreto de La Graciosa, una situación que este verano ha estallado definitivamente y se ha demostrado que el camino que lleva es el turismo de masas de las islas centrales y orientales.
Con todo, es un grito a voces que empieza a ser imperativo replantear el modelo poblacional que queremos y la cantidad de población y presión sobre el territorio que queremos/podemos asumir. Parto de la base que todo el mundo tiene el derecho a vivir y a ganarse la vida donde quiera, sea senegalés, italiano, argentino, afgano o hindú. Pero, sin ambages, sabemos dónde hay efecto llamada de verdad y no es en el continente africano. En cualquier caso, nosotros, como territorio insular y frágil (y aunque no lo seamos, por cierto), tenemos derecho a poner las reglas del juego sin que nadie nos diga lo contrario, por mucho que estemos en el marco de la Unión Europea. Esta problemática interpela al modelo turístico que queremos y que, a todas luces, según las informaciones referidas, es insostenible.
Urgente es replantearlo. Como también, dicho sea de paso, debemos decidir cómo se establece nuestra pirámide poblacional y qué requisitos debe haber en el mercado inmobiliario, que copan los extranjeros venidos del continente europeo. No hacer nada provoca una política continuista. Hacer lo mismo genera los mismos resultados y los mismos problemas latentes. Aplazarlos dilata la solución, pero, ¿quién le pone el cascabel al gato? En Canarias, en el debate entre crecimiento a costa de lo que sea y parar para que decidamos lo que más nos interesa, siempre gana lo primero, pero nos jugamos mucho, la lucha contra el cambio climático, la sostenibilidad y por supuesto, el bienestar de la población. Si tenemos una habitación de 2×3 y somos seis, buscaremos la forma, una de dos, o de buscar más espacio o de, al menos, limitar las entradas de alguna forma. Yo no tengo la solución porque no soy gestor, pero sí creo que debemos ir pensándola colectivamente.
En el debate político es un melón que no veo que abra nadie de manera decidida. Es más, en lo simbólico el camino parece contrario. En el terreno turístico, la nueva ocurrencia es abrir los charcos, esos espacios escondidos y apreciados, al turismo de masas. Aunque digan que es para protegerlos, parece la declaración del maltratador cuando afirma que «le pego porque la quiero». Por otro lado, está la llamada que se está haciendo a los nómadas digitales. Claro, si yo tengo que elegir entre vivir en Helsinki o en Canarias en invierno, lo tengo claro. Pero, sin acritud, Canarias no puede acoger a todo el mundo cuyo sueño sea ir a la playa en diciembre, más que nada porque es media Europa. Por otro lado, tengo serias dudas de lo que aportarían esos nómadas digitales. ¿Dónde tributarían? ¿Cuál es su nivel económico para aportar ingresos a la sociedad a través del consumo? Muchos son precarios… Otros aumentarán la burbuja inmobiliaria. El debate está viciado de inicio. España dice que sus zonas turísticas están petadas, cita a Canarias y ya empezamos a analizar el reto demográfico.
Sin embargo, no vamos al fondo del asunto y solo hablamos de medio ambiente, cambio climático, Agenda 2030, turismo sostenible, etc. Términos vacíos si no se llevan a cabo y se analizan con todos los elementos en la mano. Nadie habla de cómo se soluciona eso, de cómo lo vamos a hacer si seguimos destrozando nuestra naturaleza para atraer turismo de masas, si queremos seguir trayendo a una pareja de jubilados daneses que compra dos casas por 120.000 euros porque para ellos es barata, si abrazamos a nómadas digitales de Turín que pagan 700 euros de alquiler en la periferia, compra en un supermercado de firma foránea productos de su país y se compra un coche para que aumenten todavía más los problemas de movilidad. Canarias, como decía algún artículo reciente, tiene una pirámide poblacional asiática, siempre hay mucha gente en muchos sitios a la vez en las islas capitalinas. La densidad de población es altísima y no tenemos mecanismos para hacer nada. Esto no es culpa de nadie sino de nuestra nefasta gestión. Empecemos a debatir en serio esta cuestión…