Publicado originalmente el 2 de abril de 2015
Es Jueves Santo para los cristianos. Reconozco que no tengo fe cristiana, hace mucho que la perdí, si alguna vez la tuve. Creo que el desencanto empezó el día en que el sacristán nos llamó la atención en medio de una misa, ante nuestras juergas de niños de 9 años. Ese día fui a misa con mis amigos. Acababa de hacer la Primera Comunión y me había entrado una fe insaciable, que con el tiempo he concluido que era curiosidad. Convencí a mis amigos para ir a misa un sábado por la tarde, de junio. La Iglesia de mi barrio, Las Huesas, es un barracón mal construido que tanto podría ser un almacén de tomates como una nave industrial, pero nunca una Iglesia. Ya por el camino íbamos enralados, un enrale que no amainó cuando entramos en el curioso templo, al contrario. La antipatía de aquel sacristán contrarrestaba con la condescendencia del cura, Vicente Santana, que lo tomaba por cosas de chiquillos. Lo cierto es que fue el último sábado de cuatro seguidos tras mi comunión, que fui a misa. Luego ya entraron las dudas más existenciales, que fui calmando sin pisar templo alguno. Lo cierto es que a pesar de declararme convencidamente agnóstico, respeto mucho a los cristianos y sigo sintiendo una curiosidad patológica ante todo lo que rodee lo divino, esté Jesucristo de por medio o Mahoma.
Pero no, no voy a hablar de religión ni de Semana Santa. Me voy a centrar en otra pasión que no es la de Cristo. Es la pasión que sienten algunos por la política, una pasión que se recrudece en períodos electorales. Recuerdo aquellos tiempos de la Universidad, en la Facultad de Humanidades de la ULPGC. En un principio pensaba que el interés que algunos tenían por ser representantes en el Claustro y por copar la Delegación de Alumnos, era totalmente altruista. Algún altruismo había, pero en medio se estaban gestando políticos profesionales. Pibas y pibes que vieron el filón en un partido político para hacer carrera y no los libros. Los había de todos los partidos, PP, PSOE, CC, NC… No niego que hubiera motivos ideológicos, pero también había mucho de arribismo. Normalmente se pegaban a un líder político y a través de ahí iban escalando. Intentaban meter el ideario de su partido en las sanas reivindicaciones universitarias, manipulaban a los novatos y poblaban tertulias de «jóvenes políticos». Algunos terminaron la carrera, otros la dejaron a media porque la carrera ya la hicieron por otro lado. Sus intereses partidistas eran auténticas piedras en el camino de los jóvenes universitarios que luchaban por mejorar sus derechos. Generaciones después, los estudiantes entendieron la necesidad de crear espacios propios y nacieron Estudiantes Pre-Parados en la ULPGC y se potenció AMEC en la ULL, libres de sucursalismos y de partidismos. Pero los pasionarios siguen pululando. Para algunas cosas ya era tarde, Bolonia la habían vendido tan bien los interesados, que se instaló en las universidades. Ahora los fuegos del Plan Bolonia genera incendios en la educación universitaria.
Mi generación, nacida en el primer lustro de los 80, ya empieza a asomar la cabeza en política. Unos en sus partidos de toda su corta vida, otros cambiando de chaqueta, algunos con cambios de ideario poco creíbles e incluso los hay que pasaron del pensamiento revolucionario más auténtico, a integrar las filas de partidos del sistema. Los hay en partidos de la casta y en partidos de la no casta, si eso existe. A algunos sí se les ve vocación de servicio público, otros siguen siendo los mismos aduladores de su época universitaria. Los hay incluso que no están ahora, pero están esperando su momento. Son políticos profesionales, o por lo menos eso se piensan ellos. «Lo mío», que dijo Patricia Hernández, nacida en 1980, para luego confundir las islas orientales con el Lejano Oriente (pregunta 15). Se creyeron inteligentes al afiliarse a partidos cuando eran jóvenes y así, con la técnica de «más vale tener conocidos que conocimientos», fueron escalando. Algunos, al ser jóvenes, dicen que son el cambio, cuando posiblemente sean tan inmovilistas como los que critican.
Ahora que van asomando la cabeza los veo en su particular pasión, mucho más ahora que se acerca la campaña electoral. No hace falta dar nombres, todos los conocemos. Están ahí, repiten tópicos, imitan a los líderes, ponen las manos en posición de convencimiento, como les explicó su profesor de oratoria, pero sus discursos son vacíos y faltos de contenido. Su particular Oración en el Huerto va a ser que puedan gobernar y su Getsemaní es tu municipio, tu isla, tu Archipiélago. Negaron tres veces ser parte de la política profesional, pero solo buscan una continuidad. Los líderes se lavarán las manos, como Poncio Pilatos y dejarán que estos jóvenes políticos profesionales vivan su pasión, la política, porque eso les granjea una posteridad en su mamadera, que diría un avezado viejo de mi barrio. Si ustedes llegan a dudar de ellos, les responderán como haría Chico Marx vestido de Groucho Marx en «Sopa de ganso»: «¿A quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?». Ellos han hecho carrera del marxismo, del que profesaban los populares hermanos. O como dijo el profeta loco en «La vida de Brian»: «Y en verdad os digo, que habrá rumores de que las cosas van mal. Y se producirá una gran confusión entre las gentes. Y nadie sabrá dónde está nada. Y nadie sabrá dónde están… esas cositas que llevan una base de rafia y una especie de correa. En esa hora, el amigo perderá el martillo de su amigo. Y los jóvenes no tendrán ni idea de… de dónde están las cosas que sus padres… que sus padres habían guardado allí la noche antes, a eso de las ocho. Está escrito en el libro de Ovadiel. ¿Alguien lo ha leído?». Pues eso. Hablar sin decir nada.