
Publicado originalmente el 9 de marzo de 2009
Quizás les haya pasado alguna vez. Si durante una conversación entre canarios acerca de la actualidad del país, alguien tuviera la ocurrencia de sugerir la posibilidad de que quizás algunos de los problemas del archipiélago encontraran su raíz en el actual modelo de relación entre Canarias y España o el status de Canarias dentro del Estado español o la Unión Europea, es posible que se dieran algunas curiosas reacciones. En primer lugar, un pudor impudorosamente acompañado de incomodidad haría acto de presencia. Sería casi como si alguien hubiera cometido alguna imprudencia o contado algún chiste ofensivo para alguno de los tertulianos. Quizás este primer sentimiento daría paso a alguna descalificación –más o menos ruda- de quien cometió semejante atrevimiento. Siempre ha resultado útil hacer pasar por tonto o por loco a quien trata de subvertir lo establecido. La Historia ha dado muchos y buenos ejemplos de ello. ¿Exagero si digo que se bajaría la voz? Quizás no. Finalmente, es bastante probable que se cambiara rápidamente de tema, de manera más o menos consciente, con la sensación de haber pisado en terreno prohibido. Todo esto es especialmente intenso si es de España de quien se habla. Tengo la suerte de tener amigos de distintos lugares del Estado. He podido comprobar en innumerables ocasiones cómo ante cuestiones como la relación con el Estado, el autogobierno, etc. se declaraban abiertamente de una manera u otra –nacionalistas, independentistas, autonomistas, federalistas, etc.- con la mayor de las naturalidades, sin tapujos de ningún tipo. Rara vez he encontrado esto entre mis paisanos –a no ser que éstos ya hubieran tomado partido claramente- sino más frecuentemente la neblina de la que nos hablara Manuel Alemán. ¿De dónde vendrá este comportamiento?
He observado muchas veces escenas de este tipo, más que suficientes como para poder afirmar que, en mi opinión, existe en muchos canarios una inveterada indefinición política que merece ser reconocida y estudiada. Uso la expresión “indefinición política” como eco de la indefinición cultural de la que hablara Manuel Padorno en su no tan conocido como se debiera “Sobre la indiferencia y el ocultamiento: la indefinición cultural canaria”. El poeta aseguraba que el famoso “depende” de los canarios lastraba la definición cultural del hombre de nuestras islas, que delegaba siempre esa tarea en manos externas, prolongando así su ausencia sobre los asuntos que atañen al hombre atlántico. Se me ocurre que acaso lo que yo vengo a tratar aquí, con toda modestia, no sea sino un camino paralelo al señalado por Padorno.
Como es fácil suponer, mi tesis no es sino la de defender una mayor definición política de los canarios en asunto tan vital como el del tipo de relación deseable con España y, por extensión, con la Unión Europea. Hablo de una actitud más decidida y asertiva ante el inacabable debate de Canarias en el mundo, que debe dejar de ser un “lugar líquido” para convertirse en un territorio autocentrado, no descentrado. En mi visión de la política, una actitud así debiera ir encaminada hacia una reformulación del actual status de las islas. Parto además de que del hecho de que yo me declare abiertamente como nacionalista no debe implicar forzosamente el que quiera que todo el mundo se declare como tal. Pero sí considero que nada bueno puede venir de la apatía y la inercia con la que los canarios hemos dejado que nos sitúen desde fuera en el Estado español y también en la Unión Europea, como tan bien denuncia el periodista José A. Alemán en su interesantísimo Entender Canarias. Tal vez ayude algo poner estas humildes reflexiones por escrito y comentarlas con ustedes en este diálogo entre distancias y afectos.