Cualquier ciudadana o ciudadano con dos dedos de frente que observe el humo negro que producen algunos de los buses del transporte público de Quito pensará irremediablemente en el transporte como uno de los problemas más graves de contaminación en la ciudad; si tiene algunas lecturas, podría inclusive llegar a relacionarlo con las emisiones de carbono que tenemos que disminuir para no incrementar el calentamiento global.
Sin embargo, el transporte público bien regulado y planificado sigue siendo una de las soluciones a los problemas del transporte urbano, ya que permite movilizar más gente con un menor gasto de combustibles fósiles por cabeza.
No vamos aquí a explayarnos sobre los eternos problemas del transporte público en Quito, que ya habíamos insinuado delicadamente en dos artículos que fantaseaban con tener en nuestra ciudad nada menos que a Hercules Poirot, personaje de ficción de Agatha Christie.
Nos hemos también referido a la Ecovía y a la experiencias sorprendentes que pueden esperar a los usuarios de los buses de Quito. Una amiga no me perdonará si no menciono además los vulgares atropellos de una gran cantidad de chóferes de buses y ayudantes en contra de las personas con discapacidad.
Justamente por eso, regular y planificar el transporte público urbano debería ser la primera preocupación de nuestros dirigentes, en un contexto en el cual el petróleo y por lo tanto la gasolina y el diésel, no solamente producen gases que incrementan el efecto invernadero, sino que provienen de yacimientos cuyo máximo de explotación ya se alcanzó, y que están ahora en declive (algunos hablan de 30 a 40 años para que se acabe).
Es un momento histórico confuso porque mientras no nos damos cuenta de que el petróleo se va acabando, porque internacionalmente su precio no tiene una clara tendencia a subir, seguimos consumiéndolo como si nada fuera a pasar, incrementando incluso ese consumo, lo cual acelera su proceso de desaparición.
Probablemente convendría más invertir en la hidroelectricidad, claro, sin turbinas rajadas ni centrales funcionando a una cuarta parte de su capacidad. El metro es parte de esas soluciones. Debía inaugurarse inicialmente en el 2016. Seguimos esperando, pero sin mayores expectativas: no creo que nadie se coma el cuento de que la línea de metro que se está construyendo actualmente sea la solución para el transporte de toda la ciudad, por lo limitado de su trayecto.
Pareciera que, por el contrario, nuestras autoridades municipales, sin importar las diferencias partidarias, insisten en intentar mejorar la circulación de carros -y sólo de ellos- instaurando medidas como la del “Pico y Placa”, ahora transformada en “Hoy No Circula”, la cual ya ha demostrado durante dos períodos no mejorar nada: mientras se facilite la circulación de los carros, se incentivará justamente a seguir incrementando el número de carros que circulan, con el efecto final de … complicar la circulación.
Esto lo puede atestiguar cualquier conductor de carro que esté circulando por estos días en Quito, con el agravante de algunas obras viales, que transforman la circulación en procesión. Aunque ya habíamos escrito sobre el Pico y Placa, llamarle a la medida “Hoy No Circula” es más adaptado, por los atascos gigantes que se han estado formando en las últimas semanas, donde nadie circula, efectivamente o a velocidad de tortuga. El carro particular claramente no es una solución al transporte urbano.
El hecho de recurrir a taxis o a los cuestionados “Uber” no es tampoco una solución porque se mantienen carros a gasolina en la circulación; estudios recientes demuestran inclusive que, en algunas ciudades del primer mundo, las grandes cantidades de Uber están entre los principales causantes de los problemas de tráfico.
Frente a esta situación, opté hace algunos años por comprarme una moto. Esta alternativa, aunque sistemáticamente ignorada por nuestros ediles municipales está dejando de ser el monopolio de los mensajeros y se está generalizando. Sin embargo, me dirán ustedes, esta alternativa sigue utilizando combustible fósil, aunque sea en cantidades mucho menores.
Pasaré entonces rápidamente sobre la bicicleta con motor a gasolina,que usé muy pocas veces porque el motor no era lo suficientemente potente para subirme a Quito por la pendiente de la Simón Bolívar, pero que felizmente logré vender rápidamente en Mercado Libre.
Probé entonces la Biciquito, modalidad de transporte alternativa que pone a nuestra ciudad a la altura de otras grandes capitales del mundo. Debo decir que esta es una alternativa interesante, pero con un parque de bicicletas cada vez en peor estado y con un sistema de ciclovías que, si bien nunca fue completo, está ahora en franca deterioración; además, de las 300 bicicletas eléctricas compradas por el Municipio en 2016 no aparece ninguna. En otras palabras, es una alternativa que sufrió un efecto de moda, antes de retroceder por falta de interés aparente de las autoridades actuales.
Justamente porque Quito es una ciudad que se presta a la circulación en bicicleta y que el sistema municipal deja mucho que desear es que acabo de invertir en una onerosa bicicleta eléctrica, ensamblada aquí; desde ese día, soy el hombre más feliz del planeta. Voy relativamente rápido, puedo subir y bajar las cuestas quiteñas y, sobre todo, hago ejercicio porque el motor eléctrico proporciona una asistencia, pero no hace todo el trabajo. Es parte de las soluciones de futuro en la ciudad, en sus múltiples versiones: invidual, de carga, triciclo, etc… una solución que las autoridades deberían favorecer.
Estaba por terminar este artículo y vi pasar el mismo día ¡una patineta eléctrica y un skateboard! Eso me recuerda que también hay una alternativa de movilización, como lo es: …¡caminar! Así que ¡dejen el carro y a caminar o ciclear, que necesitamos salvar el planeta!
Sus comentarios son bienvenidos, especialmente si se trata de compartir sus experiencias personales.
* El autor es Michael Laforge y está publicado originalmente en la revista digital La Línea de Fuego. Compartido bajo Licencia Creative Commons.