Durante siglos, todo tipo de visitantes –unos amigables, otros menos– llegaron a Lisboa por el majestuoso estuario del Tajo. Hoy atracan a diario los gigantescos cruceros en el muelle que se construyó al pie del casco viejo, desde donde miles de pasajeros y pasajeras pueden ir andando al tradicional barrio de Alfama y subir hasta el castillo de San Jorge, donde se mezclan con las masas de otros turistas que llegaron a la capital portuguesa por aire y tierra.
Portugal es el destino de moda para el turismo internacional. El repentino boom turístico es un factor clave que ha apuntalado el llamado “milagro portugués” del gobierno en minoría del socialista António Costa, apoyado en los comunistas del PCP, los verdes y el Bloque de Izquierda (BE). Para sorpresa de todos, desafiaron la ortodoxia de la austeridad al revertir algunos de los recortes hechos bajo el rescate internacional y a la vez bajaron el déficit. La economía va viento en popa y el turismo, con un crecimiento del 10% en 2017, tiene mucho que ver. También ha aumentado exponencialmente la inversión extranjera gracias a leyes para atraer capital, como los llamados visados gold, que dan la residencia a quien compra un inmueble por un mínimo de medio millón de euros.
Los resultados de esta evolución están a la vista para quien visite Lisboa u Oporto este verano. Para aquellas personas que conocían la capital lusa hace unos años, el cambio resulta radical. Las antaño decrépitas casas de la parte vieja lucen ahora con fachadas impolutas, como el empedrado. Han abierto por doquier nuevos bares y restaurantes modernos repletos de turistas. La ciudad es, sin duda, más dinámica que antes pero ha perdido gran parte de su personalidad. Muchos cafés tradicionales han cedido a bares con mesas de madera al estilo escandinavo y wifi gratis. En las calles rectangulares de la Baixa han cerrado las tiendas tradicionales de telas para ser sustituidas por los H&M y Zara que hay en todo el mundo. Y la famosa línea 28 del tranvía está colapsada de turistas desde la mañana hasta la noche.
Lo que más ha contribuido a cambiar la composición social de los barrios ha sido el auge del los pisos turísticos y la compra de inmuebles por parte de extranjeros, en muchos casos como inversión no para vivir. “Reconocemos y no cuestionamos la importancia y el interés estratégico de la industria del turismo para la economía del país y de la ciudad”, escribe la asociación vecinal Morar en Lisboa en una carta abierta: «Subrayamos que la actividad turística no puede devenir de una situación coyuntural, debe ser planificada sobre una visión sostenible e integrada». El gobierno de Costa ya ha tomado nota del problema.
Hay alternativas para los turistas que quieren huir del bullicio, ver otra parte y contribuir con su grano de arena a la comunidad. Lisbon Sustainable Tourism es una agencia de viajes que organiza visitas guiadas por partes menos visitadas, “con sus azulejos, arte callejero, el olor de las bifanas, las vistas de río y mucho más”. Parte de los ingresos los dedica a proyectos sociales. Así, sacan a las personas ancianas de sus casas para pasear, ayudan a personas con discapacidad y organizan visitas al centro para menores de los suburbios pobres. Otra agencia con esta filosofía es We Hate Tourism Tours (Odiamos al Turismo Tours), creada hace unos años por un “grupo de amigos desempleados, como periodistas, psicólogos, fotógrafos y rebeldes”. Una oportunidad para salir del paro, aunque sea por un trabajo precario.
Cómo limitar los pisos turísticos
Como Madrid, Barcelona, Palma, Ámsterdam, Berlín y muchas otras ciudades, Lisboa acusa el efecto de la expansión de los pisos turísticos de la mano de plataformas digitales como Airbnb. Se calcula que hay unos 15.000 en el centro de la capital, viviendas que tuvieron que abandonar sus viejos inquilinos/as porque ya no podían pagar los alquileres. Desde el gobierno socialista han tardado en reaccionar a este fenómeno que preocupa a la sociedad. “No estoy de acuerdo con que muchas personas fueron expulsadas por los pisos turísticos. Al contrario, sirvieron para rehabilitar inmuebles”, manifestó la secretaria de Estado de Turismo, Ana Mendes Godinho, en el parlamento luso en junio. Pero agregó: “Tenemos que gestionar la evolución de los pisos turísticos para garantizar que las ciudades mantengan su autenticidad”. Para ello, propone crear índices de sobrecarga turística para zonas donde los ayuntamientos pueden limitar las licencias de este tipo de viviendas.
* El artículo es de Thilo Schäfer y está publicado originalmente en La Marea. Compartido bajo Licencia Creative Commons.