Según el economista británico Roger Bootle, fundador y director de la consultoría europea Capital Economics, que explica cómo pese al inicial buen ritmo de crecimiento económico que la UE experimentó en sus primeras décadas de historia, después de 1980 este ritmo cayó fuertemente de una media de 4,9% hasta un 2,1% (refiriéndose a los datos de los principales países fundadores) y estancándose por debajo del ritmo de crecimiento económico de países como EEUU, Reino Unido, Corea del Sur o Brasil. El bloque económico con peor tasa de crecimiento del mundo. Este especialista nos cuenta como en términos de empleo la situación es incluso peor: “la UE se ha convertido en uno de los bloques con más problemas de empleo del mundo”. En países europeos como Portugal, España, Grecia e Italia se llegan a unos niveles insostenibles de desempleo junto con una caída o estancamiento del Producto Interior Bruto y un aumento alarmante de la deuda. Si esto ocurre en países periféricos de la Unión ya ni hablar de lo que pasa en las Regiones Ultraperiféricas como Canarias donde la estructura económica y la realidad social es aún peor. Lo peor de todo es que mientras la crisis de 2008 ha sido superada en países como Canadá, EEUU o Reino Unido, en los países comunitarios no se ha superado aún, y algunos de ellos parece que tendrán que aprender a convivir con la resaca de la crisis por muchas décadas. Este autor destaca también la fuerte caída de la Inversión Extranjera en la UE que pasó en el año 2001 del 45% al 23% en 2010, sin embargo en países no miembros como Suiza o Noruega la Inversión Extranjera ha crecido en los últimos años.
En relación al comercio, explicado anteriormente, es interesante comparar el bloque europeo con otros bloques que existen en el mundo. Solo por citar un ejemplo, la NAFTA (North American Free Trade Association) que lleva funcionando desde 1994 es un área de libre comercio entre tres países diferentes del mismo ámbito geográfico (EEUU, Canadá y México). Este bloque comercial es parecido al Mercado Único -libertad de movimiento para productos, servicios y capital, etc- pero a diferencia de este no existe una entrega de poderes a órganos supranacionales como en la UE. Desde su entrada en funcionamiento, Canadá, EEUU y México han mejorado sus relaciones comerciales y sus inversiones sin tener que renunciar a su soberanía, política monetaria y divisa nacional. Tampoco han de soportar los altos costes que tiene ser miembro del “club” de la UE. Aunque algunos sectores han salido perdiendo según algunas voces críticas, una de las diferencias clave con respecto al ejemplo europeo es que no imponen tarifas exteriores comunes, aspecto que debe correr por cuenta de cada economía a nivel nacional, ni libertad de libre movimiento de personas entre los países miembros, es decir, se mantiene el control de fronteras. Las barreras comerciales no tarifarias que en la UE existen y son del tipo especificaciones técnicas, normas de etiquetado, distribución, comercialización y todo lo referente a estandarización y armonización no añaden, como en el caso europeo, complejidad y costes extras a las empresas.
Es curiosa cómo fue la respuesta ante el plan propuesto por el gobierno mexicano de Vicente Fox en 2007 para la creación de una moneda única emulando a la UE y transformar esencialmente la NAFTA en un bloque más parecido a ella. La respuesta del por entonces ministro canadiense de finanzas, Jim Flaherty, fue esta: “Una moneda única norteamericana significaría indudablemente la adopción del dólar americano y su política monetaria. Canadá tendría que abandonar el control doméstico de su inflación y ratios de interés.” La Casa Blanca también respondió diciendo que los beneficios económicos de tal unión serían muy pequeños en relación a las pérdidas que traería.
Y si seguimos buscando ejemplos podemos también citar a la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN) que se presenta desde los años sesenta como otro gran bloque comercial donde la soberanía política y la divisa nacional pertenece a cada miembro. En el año 2012 el presidente del Banco de Desarrollo Asiático, Changyong Rhee dijo: “La eurozona debería servir de ejemplo para Asia. Tener una moneda única y una mayor unión puede crear problemas. Veámos como solucionan ellos sus problemas y entonces estudiaremos si es prudente para nosotros tener una moneda única”.
Está claro que los asiáticos y americanos han aprendido del ejemplo. ¿Lo habremos hecho nosotros?
En 1999 el expresidente del Banco Central Europeo, Wim Duisenberg dijo: “La introducción del euro y de la política monetaria única acabará trayendo crecimiento económico y estabilidad de precios”. No pudo estar más equivocado. Casi 20 años después todos los canarios sabemos la pérdida de poder adquisitivo que hemos sufrido desde entonces. La entrada en la zona euro nos quitó poder adquisitivo y también la soberanía en nuestras políticas monetarias, mejor dicho, a España sobre su moneda. ¿Y cuál es el peligro de compartir políticas monetarias con otros países? Pues que se termina tomando decisiones que siempre benefician más a unos que a otros. Y, ¿a dónde llevan las malas decisiones? Lo hemos visto en estos últimos años: inflación, crisis bancaria, rescates y hasta un casi colapso de la moneda.
No hace falta ser muy avispado para saber que antes de crear una Unión o Zona Monetaria hay que hacerse una pregunta muy básica: ¿reúnen los países aspirantes a la moneda única las condiciones necesarias para poder compartir una misma divisa con éxito? La Teoría de la Zona Monetaria Óptima trata de buscarle respuesta a esto. Una de las principales condiciones que expone es que los países deberían compartir un mismo idioma, para permitir la movilidad laboral a través de la zona y la relocalización eficiente de los recursos productivos. Esto no es así en el caso europeo. Existen verdaderos problemas de integración ya que en la UE se hablan más de 20 lenguas distintas y concretamente España es de los países comunitarios con peor nivel de lenguas extranjeras. Otra condición es que los países deben compartir ciclos económicos similares de modo que cuando un país está en recesión o en crecimiento, los demás deberán tender a seguirlo. Esto tampoco es el caso, la naturaleza económica de países como Alemania, Países Bajos o Francia poco tienen que ver con Grecia, España o Portugal. Por si esto no era suficiente desajuste acabaron colmando el vaso con el famoso “Big Bang europeo” del 2004. La adhesión de países del este como Hungría, Eslovaquia, Lituania, Letonia, Estonia y Polonia y más tarde la de Rumanía y Bulgaria se tradujo en un desequilibrio acompañado de un flujo migratorio tremendo que ha acabado despertando el recelo de los ciudadanos de los países miembros con mejor estándares de vida. No tenían ni por asomo los mismos niveles de renta y productividad que el resto de países miembros.
A pesar de las evidencias, la élite europea decidió ignorar algunas de las condiciones necesarias para el éxito de la unión monetaria y exigió simplemente, en el Tratado de Maastricht, que todos los países que quisieran unirse al euro deberían tener una deuda pública del 60% o menos de su PIB. Esta medida se tomó con el objetivo de evitar recurrir a usar diferentes tipos de interés y controles de capital. Al final, países como Italia, Grecia e incluso Bélgica, que estaban lejos de cumplir con este requisito, acabaron entrando. Es decir, no reunieron ni las mínimas condiciones acordadas y así ya empezó a ir mal desde el principio. ¿La razón? Pura política, no aceptaron una unión monetaria sin contar con estos países. Antepusieron los intereses políticos a los económicos. España tampoco debió entrar en la zona euro ya que según muchos economistas España no era lo suficientemente competitiva como para estar a la altura.
Cabe también recordar que en el Tratado de Maastricht de 1992, hubo una cláusula de no-rescate que afirmaba que no habría ayudas para países miembros con dificultades financieras. Esto supuso dar un sentido de responsabilidad a las autoridades fiscales de cada país. Pues años más tarde hemos visto cómo varios países acaban siendo rescatados a pesar de que se acordó de que no se haría. ¿Poca capacidad de previsión de la UE? La verdad es que ni siquiera hubo acuerdos que dijera lo que hacer ante la situación de una crisis financiera. Lo irónico del asunto es que estos rescates son mal vistos por ciudadanos europeos de los países más ricos como Alemania. Las encuestas revelan que algunos europeos responden positivamente a una mayor unión entre los países europeos pero luego, cuando se les cambia la pregunta, no están de acuerdo en ayudar financieramente a los vecinos que tengan problemas económicos. ¿Solidaridad a la europea?
También en 1999 los países de la eurozona brindaban con optimismo lo que sería una unión monetaria y una futura unión política y fiscal más fuerte. Diez años después, vemos como estos mismos países empiezan a dar un giro en sus planteamientos. Y en vez de seguir brindando con optimismo por el euro y una Europa más unida lo que sucede es que está aumentando la antipatía y el euroescepticismo. El intento de una fallida constitución europea en 2004 es un ejemplo de esto. Tuvo un amplio rechazo en los referéndums en Francia y Países Bajos. Hoy los tres partidos principales de la oposición italiana apuestan por una salida del euro ya que lo consideran un obstáculo al crecimiento de su economía. En Holanda la oposición va ganando escaños con sus planteamientos antieuropeos. En Alemania el partido antieuropeo Alternative für Deutschland tiene escaños en trece de los 16 parlamentos regionales. En Francia Le Pen, que ha prometido sacar a Francia del euro y de la UE, continúa conquistando a los electores franceses que cada vez manifiestan más su disconformidad con la UE y escalando posiciones en el parlamento francés.
Al final, lo que parecía que era el punto central de integración, el euro, parece que va a ser el motivo de su desintegración. Irónico, ¿verdad?