Publicada originalmente el 12 de octubre de 2015
Doce de octubre. La fiesta de todos, como repite machaconamente la propaganda. Que haya que recalcarlo tanto es la mejor prueba de que ni es de todos ni es fiesta. España sigue haciendo como el avestruz: prefiere ignorar activamente que muchos ciudadanos ni comparten ni asumen una identidad nacional monolítica y homogeneizadora. Renovarse o morir, dicen. España no parece tenerlo claro.
No falta quien, en un alarde de progresismo, prefiere hablar no de Fiesta Nacional, sino de Día de la Hispanidad, ese concepto que cada vez suena más hueco. Lo que pasa es que esos coros no tienen ya casi quien escuche su cántico: los americanos hace ya tiempo que dejaron de conmemorar lo que fue el pistoletazo de salida para la subyugación, explotación y saqueo de sus pueblos. El mismo saqueo sobre el que cabalgaron los esplendorosos Siglos de oro, tan añorados y revisitados por los nostálgicos españolizantes, tan regados por el oro esquilmado a América, y tan anegados de ignominia.
Que la mal llamada Fiesta Nacional es un completo despropósito lo confirma el programa de actos. Mucho se habla de hermanamiento, de puente cultural, de inclusión. ¿Se celebran actos conjuntos con colectivos e instituciones culturales americanas? ¿Se promueve el diálogo en sociedad sobre la historia desde puntos de vista diversos? ¿Se entabla un debate franco y respetuoso sobre la conformación del Estado y su futuro? Mejor no pasarse. Mejor un desfile militar por todo lo alto, tierra y aire, con presencia de toda la plana mayor. Mejor que se apropien las Fuerzas Armadas de la Fiesta Nacional para que no haya lugar a dudas. Y para darle un carácter más popular a la cosa, bandas militares y exhibiciones de la policía nacional para niños y jóvenes. Para los pejigueras, un concierto de la orquesta nacional y los museos abiertos, para que no digan.
Canarias no puede reconocerse en ese discurso patriotero, excluyente, anclado en un apolillado pasado supuestamente glorioso, cuando nuestro único vínculo es el de ser territorio que explotar. Canarias no puede sumarse a la celebración militarista de los mismos que nos impusieron por la fuerza unas prospecciones que pudieron acabar en desastre. Tampoco tenemos cabida en el discurso plurinacional alentado desde Cataluña o Euskadi, discurso basado en coordenadas ajenas que nos dejan fuera de juego. Como en tantos otros ámbitos, Canarias está obligada a contar ella misma su propia historia, a generar por sí misma su propio contenido, y a hacerlo con los pies firmemente plantados en su realidad atlántica norteafricana, en lugar de seguir con la cabeza perdida en la nube ibérica. Para ello sí podemos inspirarnos en las experiencias americanas, histórica y culturalmente equiparables a la nuestra.
Porque conmemorar como efeméride una fecha en la que estaba en pleno auge la explotación, la esclavización y el genocidio cultural de los antiguos canarios, parte de lo que hoy somos, no es sólo lamentable e insostenible. Hacer nuestro el doce de octubre de 1492, cuando no se había ni iniciado la conquista de Tenerife, es sencillamente absurdo.