Recuerdo una anécdota de cuando vivía en Finlandia. La directora de un laboratorio, finlandesa de habla sueca, trataba de ponerse de acuerdo con una aseguradora para cubrir una serie de daños. El representante de la aseguradora, de etnia finesa, rechazó el acuerdo. Al colgar el teléfono, la directora montó en cólera.
-¡Pero si a estos los bajamos nosotros de los árboles!
Finlandia fue colonia sueca durante seiscientos años. Parece que en la minoría suedófona del país todavía hay unos pocos que no lo olvidan; la tensión más o menos sorda que existía hace décadas entre la minoría suedófona y la mayoría finesa está hoy muy mitigada, pero sigue habiendo restos latentes. Hoy, sin embargo, nadie se atreve a hacer ese comentario en presencia de fineses. Hoy Finlandia es el país del excelente sistema educativo, del desarrollo tecnológico, del bienestar, de la competitividad… No dejan de tener sus problemas y persiste un cierto complejo de hermano menor con respecto a la antigua metrópoli, pero los fineses han construido su país a base de trabajo. Son conscientes de ello y lo valoran.
Recuerdo de mi infancia el paisaje de las medianías de Gran Canaria, los riscos, los barrancos, los bosques, los cercados, las terrazas. Las laderas llenas de terrazas. Terrazas entaliscadas hasta en las lomas más inaccesibles. Siempre estuvieron ahí, de modo que eran para mi mente infantil parte de la naturaleza; sólo cuando fui algo mayor caí en la cuenta de que esas terrazas estaban ahí porque alguien las puso. Sólo entonces pregunté para qué las hicieron, quién las hizo.
–Las hizo la gente, ahí se plantaban papas, millo…
-Pero ¿cómo entongaron todas esas piedras allá arriba?
-Oh, a pulso, o cargándolas con burros. Y después de hechas la gente llegaba allá arriba caminando desde los pagos, a plantar, a recoger…
Tiempo después supe que decenas de miles de canarios emigraron durante siglos a América, fundaron capitales (Montevideo, San Antonio…), desarrollaron cultivos emblemáticos de aquellos países (caña, tabaco, tomate, plátano), fueron esclavizados todavía en el siglo XIX, fueron clave en la independencia de varias repúblicas americanas.
Los fineses no permiten que nadie los menosprecie, por mucha colonia que hayan sido. Pero a los canarios se atreve a llamarlos aplatanados cualquier muerto de hambre con ínfulas, especialmente si procede de allende los mares. Un pueblo que ha modelado con las manos uno de los paisajes más agrestes para arrancarle el sustento, un pueblo con una historia cargada de esfuerzo, diáspora, lucha y sacrificio, ¿qué tiene de aplatanado? ¿Por qué tolera y disculpa a quien ofende a generaciones de isleños que no han hecho otra cosa que trabajar? ¿Por qué hay tanto canario ignorante de su historia que se lo cree? ¿Sus familiares son unos aplatanados? ¿Por qué no ven las terrazas?